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Alonso, desquiciado

Lo peor de todo llegó con la comparecencia del portavoz socialista, José Antonio Alonso. Como se dice coloquialmente, se le fue la olla.

Ya era hora de que el presidente del Gobierno hablara sobre Afganistán y nuestro compromiso con este país. Lo extraño es que la bronca por evitar durante cinco años esta comparecencia no fuera directamente proporcional al tiempo transcurrido, sino todo lo contrario. Y después de tanto tiempo, nos hemos quedado en las mismas.

Pocas novedades tras el debate en el Congreso sobre Afganistán. Como era de esperar Zapatero se aferró al multilateralismo, al paraguas de Naciones Unidas, al consenso internacional y a la legitimidad de la misión. Aportó algunos datos –no demasiados– sobre el esfuerzo humano y financiero de España y sobre la naturaleza de algunos proyectos de cooperación al desarrollo. Se entretuvo en describir reuniones y conferencias internacionales, estrategias políticas sobre Afganistán y buenos propósitos. Afirmó además que España trabajará para lograr la implicación positiva en la resolución del conflicto de países como Irán, China, Rusia, India o Turquía. Es decir, una nueva clase de buenismo.

En ningún momento habló de la creciente violencia en el país, de su incierto futuro, de la necesidad de que los países aliados se involucren más, de la retirada de tropas canadienses y holandesas –dos de los países que se han mantenido en primera línea de combate– ni por supuesto de las difíciles circunstancias de nuestras tropas. Y en cuanto a cualquier duda sobre los plazos de retirada, remitió a todos a la próxima cumbre de la OTAN en noviembre. Por el contrario, disfrazó la realidad de Afganistán con un optimismo exultante que revela lo grande que le viene el tema.

Pero lo peor de todo llegó con la comparecencia del portavoz socialista, José Antonio Alonso. Como se dice coloquialmente, se le fue la olla. Y de qué manera. Llenó su intervención de descalificaciones a medio mundo, desde Rajoy a George W. Bush, pasando por Rumsfeld y llegando hasta FAES. Eso sí, llegó a felicitar a Moratinos por promover y liderar la Conferencia de Londres de enero de 2010. ¡En qué cabeza cabe!

Luego se enredó él solo en una discusión sobre el uso de la palabra "guerra" en lengua inglesa digna de sainete: que si es diferente a su uso en la lengua española, que si significa muchas cosas pero que eso no importa porque Rajoy tampoco se atreve a utilizarla y, en conclusión, que la misión en Afganistán es una misión de paz.

Sin embargo, el que fuera el ministro de Defensa que en su momento tuvo que anunciar con urgencia un plan para sustituir los blindados españoles porque ponían en peligro la vida de nuestros efectivos, no tuvo el valor de explicar por qué en 2010 volvieron a morir militares españoles a bordo de los mismos BMR, poniendo en evidencia la debilidad del plan y la escasez de medios adecuados.

Y llegando al final de su intervención ya no pudo aguantarse más: desempolvó el tema de Irak, al que está enganchado psicológicamente, para arrancar los aplausos de sus compañeros de partido. Pero de Afganistán nada. Una vergüenza por parte de quien en su día dirigió también esa misión. 

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