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Emilio Campmany

Empieza la guerra

Esto es el PSOE, una organización en la que las redes clientelares lo son todo y en la que, de vez en cuando, estalla la guerra entre ellas para soltar la mala sangre, como diría Clemenza.

Si para algo han servido las primarias que el PSOE ha celebrado en Madrid es para mostrar el verdadero rostro del PSOE. Como toman por tontos a sus electores y simpatizantes, les vendieron que las primarias eran un ejemplo de democracia interna y que el PP debería tomar ejemplo. Era imposible no darse cuenta de la falsedad de tal descripción. Para empezar, si tan buenas eran esas elecciones ¿por qué pidió Zapatero a Gómez que se retirara? Luego, encima, los dos candidatos renunciaron abiertamente a discutir sus programas ya que ambos reconocieron tener el mismo, que era tanto como admitir que las primarias no eran más que una lucha entre egos, no un debate de ideas. Para rematar la faena, va y viene Gómez y purga todo el partido en Madrid de peligrosos trinistas y hay que ver qué pocas cosas hay que un socialista sepa hacer mejor que purgar.

Podría pensarse que Tomás Gómez es un sectario vengativo y rencoroso. Podría concluirse que su gente es iracunda y resentida, pero quia. No hay aquí nada que tenga que ver con la venganza y el resentimiento. Es todo una cuestión de frialdad práctica, nada personal, sólo negocios. Como en otras organizaciones, en el PSOE lo esencial es la lealtad. Y la manera que tienen en él los líderes de garantizarse la que le haya sido prometida es ejemplificar qué se hace con quienes no la defraudan. Viendo cómo son arrojados por la borda los desleales y cómo son encumbrados los afectos, todos sabrán qué les conviene hacer. En Sicilia saben mucho de lo bien que funcionan las organizaciones regidas por este principio.

También puede chocar que Tomás Gómez haya elegido para encabezar el Comité Electoral, esa especie de presidium que dirigirá el partido en Madrid hasta las elecciones autonómicas, a Trinidad Rollán, que está imputada por un delito relacionado con la corrupción urbanística. Nadie espera que dimita de su cargo de secretaria de organización, pero alguno podría haber creído que, mientras se despejaba su horizonte penal (¡qué bonita expresión, siempre de moda en los fines de ciclo socialista!), la mujer sería mantenida en un discreto segundo plano. Quia. Si se es verdaderamente leal, cuánto más imputado esté uno, más arriba lo aupará el jefe. No es tanto una cuestión moral, sino que se trata de demostrar que la fidelidad es la cualidad que el jefe más estima por encima de cualquier otra consideración. Y qué mejor manera de demostrarlo que premiar al que se encuentra atribulado y perseguido. Así, todos verán que quien manda nunca abandona a sus leales.

Éste no es un caso aislado de un dirigente que ha desafiado al aparato y necesita rodearse de fieles para impedir que nadie de arriba lo arrumbe, que también. Ni es el supuesto de alguien que necesita controlar por completo el partido en Madrid ahora que está abierta de facto la sucesión de Zapatero a la espera de que se haga oficial, aunque algo de eso hay. Esto es el PSOE, una organización en la que las redes clientelares lo son todo y en la que, de vez en cuando, estalla la guerra entre ellas para soltar la mala sangre, como diría Clemenza. Cuando en vísperas de alguna se afilan los cuchillos, se engrasan las armas y se lijan los bastones, la adhesión es lo único que cuenta y la desafección el peor de los pecados y se paga con la muerte política. Jesús, qué gente.

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