Colabora
Cristina Losada

Sin comentarios

En las antípodas del furor declarativo de los políticos se ha situado, esta vez, la opinión pública. Ha habido ahí, desde el infausto "proceso de paz", un vuelco difícilmente reversible.

Ya ha ocurrido otra vez. Ya hemos tenido comunicado de ETA hasta en la sopa. El ministro del Interior convocó a la prensa e hizo bolos por emisoras y teles para comentarlo. El presidente del Gobierno, lo mismo. Todos los partidos se pronunciaron. Prácticamente, no hubo político que pasase por delante de un micrófono que no sintiera la necesidad de dar su imprescindible contestación a la nota de una banda terrorista y establecer, así, conversación con ella. Fuese para rechazar o celebrar, para encontrar insuficiencias o avances, para trompetear el principio del final o el final del principio, la política española en pleno se ha considerado interpelada por los terroristas. Y responde, vaya si responde.

¿Por qué no basta decir que no hay comentario alguno, que desde las instituciones democráticas no se replica a las palabras de un grupo terrorista? No es un interlocutor. Ni siquiera vale ese latiguillo, en apariencia contundente: "El único comunicado que esperamos de ETA es el que anuncie su disolución". Hasta ese "esperamos" trasluce el síndrome del rehén, la expectación ante las decisiones de los secuestradores, el ansia de que por fin nos dejen en paz. Se cuela la esperanza temerosa, la aceptación absurda de que estamos en sus manos, de que dependemos de su voluntad. Se espera que el criminal decida dejar el crimen, en lugar de esperar que el criminal pague por el crimen.

Por desgracia, es una vieja costumbre. Ahí está, cruel, la hemeroteca. Sólo una excepción, datada en junio de 1996, que recoge así el archivo de elmundo.es: "ETA declara una tregua de una semana y ofrece al Gobierno negociar una salida al conflicto. El Ejecutivo no responde al llamamiento". En el extremo opuesto, uno de los momentos más degradantes: el júbilo general, fruto de las expectativas que alimentó Zapatero, desatado tras la "tregua" del 2006. Y, ahora, el "alivio". Es natural que conforte la noticia de que unos terroristas abandonan durante un tiempo su acción criminal, pero la conciencia cívica, el respeto por la democracia, la confianza en sus medios, exigen contención. Un amenazado lo puede sentir y expresar. Un Gobierno tiene que callarse. Proclamar "alivio" muestra un estado de sometimiento, preludio de la disposición a pagar por la tranquilidad.

En las antípodas del furor declarativo de los políticos se ha situado, esta vez, la opinión pública. Ha habido ahí, desde el infausto "proceso de paz", un vuelco difícilmente reversible. Por incredulidad, por escepticismo, por experiencia acumulada, por la percepción de la marginalidad del terrorismo, por lo que sea, la sociedad empieza a negarle a ETA el protagonismo que se insiste en concederle desde la política. Eso sí es un avance.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario