Colabora
José Carlos Rodríguez

O integración o multiculturalismo

La integración no es una cédula que se entrega al que llega, sino un acto voluntario del inmigrante de formar parte de la sociedad de acogida. Y esto sólo se puede producir si la sociedad es lo suficientemente orgullosa como para que tenga que hacer un es

El pasado jueves, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, declaró que "hemos estado demasiado preocupados por la identidad de la persona que venía y no lo suficiente sobre el país que le recibía". Y añadió que el concepto de multiculturalismo es un "fracaso". Si le suenan estas palabras es porque cinco días antes el primer ministro británico David Cameron había criticado "la doctrina del multiculturalismo de Estado", con estas palabras: "No hemos sido capaces de dar una visión de la sociedad a la que apetezca pertenecer. Incluso hemos tolerado que esas comunidades se comporten de un modo que va en contra de nuestros valores". Y si a su vez estas palabras le despertaban un rincón de la memoria sería porque a mediados de octubre Angela Merkel, la canciller alemana, había dicho de la política "multikilti" de "vivir en comunidades adyacentes" había "resultado en fracaso". Y John Howard en Australia o José María Aznar en nuestro país habían dicho cosas parecidas.

El multiculturalismo no existiría sin dos ideas que son netamente de izquierdas. La primera es que el individuo no existe, que sus decisiones no son tales y que si tiene algo real es de prestado, pues lo que le define es su cultura. Todo es cultura, y ésta es un fenómeno colectivo. La segunda idea es el relativismo. No hay valores absolutos, pero es que tampoco hay valores que sean mejores que otros. Por lo que tampoco hay culturas superiores o inferiores, sólo son formas distintas, alternativas, de organizar la vida en común. Imponer nuestros valores sería un crimen, y aceptar tal cual viene la cultura que cruza nuestras fronteras es un acto debido, merced a la tolerancia. Una "tolerancia" mal entendida y que no se tiene con nosotros. Nuestra civilización, la única que de veras merece ese nombre, es el precipitado de todo lo que la izquierda odia sinceramente. Y unas cuantas cuñas clavadas desde culturas distintas sólo pueden venir bien si sirven para minar lo que hemos heredado.

¿De veras ha fracasado? La pregunta es ¿de veras podía ser el objetivo de esa política integrar a los inmigrantes? El multiculturalismo es una política de segregación cultural que renuncia, por principio, a la integración. Si la confluencia de comunidades distintas se une a la crítica permanente a la del país de acogida, ¿no es inevitable que surjan conflictos? ¿No es imposible que surja de ahí un entendimiento, una concordia? La integración no es una cédula que se entrega al que llega, sino un acto voluntario del inmigrante de formar parte de la sociedad de acogida. Y esto sólo se puede producir si la sociedad es lo suficientemente orgullosa como para que tenga que hacer un esfuerzo. O integración o multiculturalismo, no hay otra.

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