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Eva Miquel Subías

Pequeños gestos, grandes naciones

Civilización próspera, organizada y trabajadora frente a subdesarollo y caos. Esta es otra de las diferencias que una catástrofe natural se empeña en mostrar.

En más de una ocasión he compartido con ustedes mi admiración por el pueblo nipón. Regresé completamente enamorada de su espíritu hace unos años, cuando Juan Carlos, MªLuisa y sus tres hijos residían todavía en Kobe y te mostraban con contagiosa armonía sus virtudes y sus pequeñas "rarezas".

Te sorprende que no haya apenas delincuencia. Si mi memoria no falla, estaba en torno a un 4% el índice de infracciones y muchos de los que las cometen son tratados como enfermos, puesto que no entra en su mentalidad estándar apropiarse de nada ajeno, usar la violencia, agredir a nadie, en fin, lo que toda sociedad sana aspiraría llegar a ser.

Las chicas suelen lucir sus coloridos bolsos con su innata elegancia y totalmente despreocupadas por que nadie pueda meter sus sucias manos en el interior de ellos. Los móviles son silenciados en metros, buses y trenes para no molestar con los habituales y ordinarios politonos, tan frecuentes en nuestro AVE, por otro lado. Las mascarillas las acostumbran a utilizar para no contagiar a los demás cuando uno está resfriado. Los baños están impolutos las veinticuatro horas del día. Tampoco hay apenas desempleo. Y la sonrisa y exquisitez con la que te atienden son definitivas. Ahí ya terminé por rendirme ante ellos. Eso y su convicción de que mascar chicle frente a otro es una completa grosería.

Quizás el paso de los años es lo que hace que cada día valore más la civilización, el cuidado, el respeto, la buena educación, las formas, el saber estar. Quizás también, al escasear éstas de manera cada vez más frecuente en España hace que lo engrandezca más si cabe cuando lo observo en otras culturas y sociedades. Probablemente así sea.

La cuestión es que no me ha sorprendido lo más mínimo el comportamiento ejemplar que los japoneses están mostrando al mundo entero tras el fatídico seísmo de magnitud 9 en la escala de Richter y cuyas imágenes siguen estremeciéndonos a cada minuto.

Ni un saqueo, ni robos, ni siquiera nadie colándose en una larga fila de cuatro horas de espera para obtener un 20% del combustible que el vehículo necesita. Paciencia, resignación, disciplina. Y esa manifiesta conciencia de grupo tan arraigada que poseen desde los orígenes de su cultura milenaria.

Enviaría a más de un ejemplar de esos que se desplaza zigzagueante por la M-30, uno de esos que conducen como si dieran cera al volante, con su palma de la mano bien extendida –sólo una, porque la otra nunca sabemos dónde se encuentra– a pasar una temporadita entre seres civilizados. Igual hasta le acababa gustando.

Dejando ahora a un lado el aspecto humano, lo más destacable es la magnífica preparación técnica, desde el punto de vista arquitectónico y de la ingeniería, evitando que la tragedia fuera todavía mucho mayor. No hay que olvidar el fatídico número 9 en la sísmica escala.

Pequeño inciso. Prefiero no mentar las reuniones de urgencia en Bruselas con anuncios apocalípticos de unos, contradiciéndose éstos con otros y regalándonos algunas declaraciones que no hacen más que ponernos los pelos como escarpias al hilo del futuro de las nucleares. Y mientras esto les cuento, Gadafi avanza tan campante ante la descoordinación de las posiciones internacionales. Un escenario de lo más reconfortante.

Por no mentar tampoco el olvido en el que parecen haber caído las 10.000 víctimas y miles de personas desaparecidas ante los ojos de la UE. Ahora toca debatir sobre la seguridad de las plantas nucleares, eso es lo prioritario, a pesar de que las probabilidades de que un terremoto de nueve puntos haga tambalearse a Europa sean bastante remotas. Otro tipo de tambaleo, quizás. Pero eso es ahora harina de otro costal.

Sigo porque empiezo a acelerarme. Es ya sabido que desde 1995, tras el terremoto que asoló la población de Kobe, perteneciente a la región de Kansai, –al sur del país y próxima a la hermosa Kyoto– las medidas de seguridad tanto en edificios como en infraestructuras diversas fueron aumentadas y dotadas de los más sofisticados avances en el sector.

Civilización próspera, organizada y trabajadora frente a subdesarollo y caos. Esta es otra de las diferencias que una catástrofe natural se empeña en mostrar.

Y a pesar de que la economía nipona no está pasando por su mejor momento y tiene que ver cómo China ha alcanzado su posición, volverá a ser, estoy absolutamente convencida, una gran potencia. Quiero decir, una nación próspera y rica desde el punto de vista financiero, porque la riqueza y calidad humana de sus gentes está hoy más que demostrada, haciendo de ellos lo que son y seguirán siendo, un gran pueblo. Y consiguiendo hacer de la civilización, un arte.

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