Colabora
Emilio Campmany

Gibraltar

Zapatero introdujo lo que él llamó "la vuelta al corazón de Europa". Con este eufemismo, quiso significar "hacer lo que diga Francia".

Es extraordinariamente prometedor que el príncipe Felipe, en un acto en que ejerció de jefe de Estado en funciones, se refiriera a un asunto político en el que están en juego los intereses de España. Dicen las crónicas que el heredero hizo votos ante el príncipe de Gales para que las autoridades de ambos países "avancen en la solución del contencioso histórico bilateral que aún sigue pendiente".

La entrada de España en la OTAN y en la UE debió de imponer un giro a nuestra política exterior. Felipe González no se atrevió a darlo y siguió haciendo lo que Franco, adular a los árabes y compadrear con los dictadores y los presidentes hispanoamericanos. Aznar intentó dar ese giro. Quiso que España ingresara como miembro de derecho en el club de los países periféricos de Europa, algo que somos de facto por la fuerza de la geografía, y que es por lo que tenemos intereses comunes a los de Italia, Polonia y, sobre todo, a Gran Bretaña.

El 11-M llevó a Zapatero a la Moncloa y España volvió a la política exterior que tenía en los tiempos de su aislamiento internacional: Hispanoamérica y países árabes. Pero Zapatero introdujo lo que él llamó "la vuelta al corazón de Europa". Con este eufemismo, quiso significar "hacer lo que diga Francia". Este retorno a los pactos de familia está produciendo lo que los anteriores, daños a nuestros intereses nacionales.

Con los ingleses, las cosas nunca son fáciles, pero, una vez que han perdido su imperio, sus intereses son similares a los nuestros, y procede obrar de consuno para evitar que Francia y Alemania nos impongan su voluntad en Europa. Se supone que, como ha dicho el príncipe, Gibraltar es el principal obstáculo para ese entendimiento.

Lo que no sabe el príncipe es que quizá no sean los ingleses los más reacios a resolver el conflicto, sino los españoles. Cuando Felipe González decidió abrir la verja, dio vida a un entramado de intereses económicos basados en la existencia de un paraíso fiscal en la punta sur de España. Los británicos desean conservar la colonia por una cuestión de prestigio. Pero son muchos los españoles a los que interesa que la sigan conservando por poderosas razones económicas. ¿Puede alguien dudar de lo mucho que tiene que ver Gibraltar con la prosperidad de la Costa del Sol? Por eso no estaría de más que alguno de esos diplomáticos tan listos destinados en la Zarzuela le explicara a Don Felipe que quizá no sea conveniente insistir tanto en que los ingleses nos cedan Gibraltar no sea que un día vayan a hacerlo y seamos nosotros quienes les digamos que preferiríamos que las cosas siguieran como están. De modo que, como el conflicto es más aparente que real, neguémonos de una vez a que Francia nos siga mangoneando y hablemos en serio con los ingleses de una política común en Europa que favorezca a los intereses de los dos países. Así sea.

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