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La gran oportunidad conservadora

Pocos en su sano juicio negarán que el panorama después de los casi ocho años de gobierno de Zapatero muestra una España que sufre un fallo multiorgánico: la crisis económica y financiera es sólo el síntoma más agudo. Ésta remite directamente a las graves

Pocos en su sano juicio negarán que el panorama después de los casi ocho años de gobierno de Zapatero muestra una España que sufre un fallo multiorgánico: la crisis económica y financiera es sólo el síntoma más agudo. Ésta remite directamente a las graves disfunciones institucionales españolas, desde la Justicia al Estado autonómico o los partidos políticos; la falta de crédito y de credibilidad remiten a una política exterior en la que España ha dado en estos años una imagen tercermundista; la suicida política exterior remite a una crisis cívica profunda, que afecta a partidos políticos, medios de comunicación o sindicatos; esta crisis cívica señala a su vez a una profunda degradación moral e intelectual de la España de la LOGSE, de la telebasura, del "no a la guerra" o de los indignados. Una España negra que, volviendo al principio, constituye un peso muerto para la recuperación económica nacional, porque ni parece de fiar ni es de fiar.

Este fallo multiorgánico señala al culpable en una única dirección: la de ese progresismo rampante que se ha paseado por España durante demasiado tiempo, devastando todo lo que a su paso se encontraba: la educación, la justicia, la cultura, la sanidad, la defensa, los medios de comunicación o la diplomacia. Más allá de quién ha ocupado La Moncloa en las últimas décadas, han sido los socialistas de todos los partidos los que han dominado la agenda política y social española, ya sea en relación con los convenios laborales como con el aborto, la educación o la elección del CGPJ. El resultado lo tenemos hoy 20N encima de la mesa: una España internacionalmente jibarizada, interiormente paralizada, y económicamente en la unidad de cuidados intensivos, con la respiración financiera asistida desde el exterior.

Así que de igual manera que contra una grave infección no basta con bajar la fiebre del paciente, sino buscar la causa de ella y solucionarla, para el Partido Popular será inútil dirigir sus esfuerzos a aliviar una situación económica, que es sólo la expresión de esa profunda enfermedad que corroe al país. A partir de ahora, la oportunidad que se abre para el Partido Popular para solucionarla es única. En primer lugar, tendrá más poder institucional –entre nacional, local y autonómico– del que nunca ha tenido nadie jamás, lo que le permitirá abordar cambios y reformas de profundidad, ya sea en educación, pensiones o cultura. Nada, salvo la falta de ideas o la desgana y los complejos, puede evitar que una agenda liberal-conservadora se ponga en marcha en España.

En segundo lugar, en época de crisis institucional, Rajoy atesora una auténtica legitimidad democrática: no la de los editoriales de El País, ni la de los experimentos de movilización callejera, sino la de las urnas. Los ciudadanos le han dado la mayoría absoluta de manera rotunda e incontestable, ante una izquierda que ha intentado todo para evitarlo, y a la que los ciudadanos han dicho "no". El PP ha logrado el verdadero consenso, el de la sociedad, y traicionaría a sus votantes buscando componendas, pasteleos y consensos con unos socialistas electoralmente rechazados por los electores.

Y en tercer lugar, el PP atesora el recuerdo de su capacidad de gestionar el bienestar económico y social entre 1996 y 2004, que unido a la demostrada capacidad del PSOE de generar el caos en ambos aspectos, proporciona al PP la autoridad para proponer y llevar a cabo un programa ambicioso de reformas. Los españoles han depositado su confianza en un partido que ha demostrado ser fiable en términos económicos, y que no ha engañado respecto a las dificultades. El pacto económico con los ciudadanos ya está hecho y aprobado, y romperlo cediendo a los minoritarios y politizados sindicatos implicará romper la autoridad económica que hoy posee el partido de Rajoy. A éste toca, con puño de hierro, exigir los sacrificios necesarios al país.

Los españoles han abierto la puerta de forma mayoritariamente absoluta a un proyecto liberal-conservador. Y es hora de que se ponga en marcha, en toda su profundidad o amplitud, retomando la agenda de 1996-2004 y yendo mas allá, avanzando por una senda de principios y valores claros. Dado el resultado electoral –la rotundidad del rechazo popular al socialismo, el apoyo enorme al PP– está en la mano de Rajoy abordar una agenda conservadora para España. Si aborda sólo unas reformas fiscales o laborales, si se queda sólo en la economía, España no saldrá adelante, o lo hará como un enfermo crónico que nadie quiere ser. Más allá de la economía está la recuperación constitucionalista de las instituciones, tan pervertidas en las últimas décadas por la búsqueda del consenso con los enterradores de Montesquieu. Más allá de las instituciones está la rehabilitación moral de la nación: de su pasado, de sus tradiciones, de su cultura, tan despreciada por el socialismo de caviar. Y sobre todo, el impulso de los valores sepultados en nombre del progresismo y del centrismo, que son los que hacen avanzar una nación: empezando por el respeto a la verdad y siguiendo por el esfuerzo, el rigor, la austeridad, el valor, el patriotismo.

En la mano de Rajoy está conseguir que los españoles vuelvan a respetarse a sí mismos y vuelvan a ser respetados en el exterior. Ahora es el momento: es la gran oportunidad conservadora.

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