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Antonio Robles

Sacrificios ante el dios de los mercados

Yo no sé cómo saldremos de esta, pero sí sé que una sociedad ha de educarse en la cultura del esfuerzo, la economía productiva, la honestidad y el ahorro como base de su prosperidad. Y eso no se alcanza con un paquete de medidas en un momento de crisis.

La lucha contra la crisis económica cada vez se parece más a los sacrificios ante el Dios de los mercados. Esa voluntad desesperada está dispuesta a cualquier cosa con tal de atraerse la confianza de las fuerzas financieras. Actúa ciega sin más norte que el ansia de calmar a los mercados al modo y manera como nuestros ancestros trataban de calmar a las fuerzas desconocidas de la naturaleza. Miedo a fuerzas imprevisibles, decisiones que no garantizan resultados, y espera, esperanza a que tales fuerzas celosas de sus ganancias reaccionen confiadas al fin y nos calmen de bienes.

Mucha superstición donde debería imperar racionalidad y frialdad. Tiempos para la reflexión. ¿Alguien sabe a dónde vamos y por qué tomamos tales decisiones? No vale sólo con saber que sin reducción de la deuda la furia de los dioses del mercado no se calmará. En una sociedad moderna, emancipada de miedos e ignorancia, deberíamos saber exactamente cuál es el problema, y cómo abordarlo. Pero la economía no parece dejarse, sus tentáculos nos son del todo desconocidos, y nuestros políticos simulan saber lo que no saben y actúan sin más criterios que la improvisación que da el temor al abismo. Unos para salvarse, los que están en el poder, y otros, para ensanchar el abismo, los que están en la oposición. Mientras tanto, toda nuestra ciencia económica depende de algo tan evanescente como la confianza psicológica en la fortaleza de tal o cual entidad financiera. Un drama que no queremos afrontar. Nuestros políticos están tan preocupados por salvar el culo que no tienen tiempo de pararse un instante en calcular la fuerza con que nos estamparemos contra el fondo del abismo. Prefieren jugar a ver quién cae encima de quién, o peor, se engañan en creer que la caída de unos amortiguará la propia. En lo único que están de acuerdo es en no abrir en canal la red de complicidades que nos han arruinado a todos.

El mal no es sólo financiero, es de civilización. Un enjambre de zánganos que han ido de la política a los consejos de administración de empresas públicas y entidades financieras, y banqueros que se han desentendido de la cuenta de resultados para jugar a pirámides suicidas que nunca supieron cómo empezaron, y nunca quisieron indagar a dónde les llevaban, han alimentado la cultura del pelotazo y la irresponsabilidad. El mal nace en las familias y las escuelas, pasa por los medios de comunicación y termina en la ciénaga de la política. El ahorro, el esfuerzo, la honestidad, el trabajo bien hecho, el pie en tierra y la humildad de saber de dónde venimos se han perdido sugestionados por aquel exabrupto socialista de "España es el país donde uno se puede hacer rico más rápidamente".

Yo no sé cómo saldremos de esta, pero sí sé que una sociedad ha de educarse en la cultura del esfuerzo, la economía productiva, la honestidad y el ahorro como base de su prosperidad. Y eso, les aseguro, no se alcanza con un paquete de medidas del gobierno en un momento de crisis, sino con una cultura educativa de generaciones enteras y una cultura mediática radicalmente diferente a esta televisión basura del éxtasis y la zafiedad. ¿Hay políticos en España para planificar los cimientos de una sociedad así a sabiendas de que su rentabilidad electoral a corto plazo es improbable? Para ser más exactos, ¿hay ciudadanía en España para engendrar a estos políticos?

Puede que piensen que no es momento de meditaciones, sino de acción. En esta última están nuestros políticos y se amontonan nuestros tertulianos. Dejemos un lugar para el pensamiento sosegado. Si no abordamos desde ahora la frivolidad vital de dónde salieron nuestros males, la generación de nuestros hijos seguirá padeciéndolos. 

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