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Hollande entorpece la integración europea

El euroescéptico y orgulloso Hollande puede seguir escondido tras la magia maligna de la palabra crecimiento y pretender subvencionar sin rubor sus desvaríos electorales con el crédito del vecino. Porque eso no va a pasar.

El problema de la UE es la ausencia del carácter predecible de sus decisiones. Si los inversores supieran a qué atenerse, a pesar de la situación, la economía europea estaría en condiciones de crecer.

Cuando en abril aún existía un eje franco-alemán firme basado en el acuerdo Merkel-Sarkozy de otoño de 2010 en Deauville consistente en ayuda a la financiación por parte de Alemania a cambio de seriedad en el gasto, todo estaba al menos encauzado. A inicios de mayo empezó la incertidumbre. El partido radical izquierdista Syriza demostró poder ganar en Grecia y Hollande se hizo con la primera vuelta de las presidenciales francesas prometiendo aumentar el presupuesto.

Lo que causó la desestabilización fue el temor a que el socialismo viniera acompañado, como suele, de demagogia y arbitrariedad. La situación se aclaró con la victoria de la derecha en el segundo intento de los griegos con las urnas, pero Hollande confirmó su triunfo por la mínima en la presidencial lo que le llevó a obtener la ventaja en las legislativas. Ahora, el problema es él.

En efecto, Alemania ha orientado a las instituciones europeas para presentar un documento de siete páginas de federalización de la política económica y financiera europea. Requiere cambios normativos europeos y nacionales, pero es el progreso más extraordinario de integración desde el tratado de Maastricht, al que de hecho completa como su media naranja. Lo que compromete su aprobación es la desfachatez de Hollande que quiere recibir garantías económicas de Alemania pero es inflexible para ceder soberanía a cambio. Tan inexcusable reacción francesa está sin embargo siendo irresponsablemente jaleada por la izquierda española como el modo de presionar a Merkel, probablemente para hacer descarrilar el plan y dañar al mayor número.

La propuesta germana, formalmente institucional, incluye hasta compartir la deuda por encima del límite de Maastricht del 60%, a cambio de la aprobación conjunta de los presupuestos nacionales, así como la supervisión y asunción de riesgos bancarios a cuenta del BCE, y no de organismos nacionales, con respaldo de fondos europeos.

A partir del acuerdo hay dos escuelas. La alemana, que cree que proporcionar certidumbre a los operadores sobre las líneas maestras de esa federalización basta para recuperar la confianza de los inversores. Y la latina, conformada por España e Italia a quienes no llega la camisa al cuerpo respecto a su financiación, y la de alguna de sus empresas inocentes, que prefiere ayuda directa.

En todo caso, a cambio de seguridad o dinero, apoyar este documento es una condición necesaria para estos federalistas forzosos.

Así que el euroescéptico y orgulloso Hollande puede seguir escondido tras la magia maligna de la palabra crecimiento y pretender subvencionar sin rubor sus desvaríos electorales con el crédito del vecino. Porque eso no va a pasar. Pero su intransigencia sí puede impedir un acuerdo imprescindible para España.

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