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Francisco Pérez Abellán

No se entendía con su madre

La sociedad no estudia a sus monstruos en general: los almacena en las prisiones y los olvida. Eso no ayuda en nada a prevenir lo que se nos viene encima.

La sociedad despiadada produce estos monstruos. Sólo tenía veinte años. Por las noticias que nos llegan, Adam Lanza parece que habría actuado por un conflicto con su madre: primero la mató en su casa de Newtown, Connecticut, USA; luego se cree que fue a la guardería en la que trabajaba como profesora y se dirigió al aula que atendía para matar a los niños a los que cuidaba. Noticias de última hora advierten que quizá haya otro cadáver del padre aunque hay agencias que indican que está vivo y ha sido interrogado. El asesino dio muerte a veinte pequeños entre cinco y diez años. Por odio. Cualquiera puede ver que los mató por sentirse despreciado: entendía que los alumnos recibían todos los cuidados que se le negaban a él.

Los adultos muertos son el resto del desprecio a quienes no le cobijan: no encontraba su sitio en la vida y nadie le ayudaba a encontrarlo. El mundo que hemos creado está lleno de tipos como este, a punto de reventar. Incluso en Palma de Mallorca pillaron el otro día a un jovenzuelo desamparado listo para fabricar una bomba con fertilizantes por Internet. En España, apenas se estudia el crimen y apenas hay quien entienda de crímenes, aunque cada día hay más criminólogos salidos de las universidades a los que no se reconoce ni emplea. ¡Qué derroche! El aluvión de asesinos que nos amenaza puede ser un auténtico tsunami ante la impavidez de los políticos profesionales.

Este asesino norteamericano, que mañana puede llamar a nuestra puerta con nombre todavía más latino que Adam Lanza, tiene tipo de ave zancuda abandonada a su suerte: alto, muy seco y aspecto triste y descuidado. Falto de cariño, con una relación materno-filial necesitada de entendimiento o de amor. El caso es que es un resentido que se ha dejado llevar por un impulso de rabia. Es probable que se trate de un trastornado mental. La prueba es que se ha quitado la vida tras los hechos: probablemente un psicópata la habría emprendido a tiros con la policía. Para él, no merecía la pena seguir viviendo. Sobre todo, después de ajustarle las cuentas a la sociedad. Hijo de padres divorciados, asignado a la madre, que con seguridad tendría poco tiempo para su educación, puesto que debía trabajar para alimentarlo (probablemente el padre lo habría padecido igual, son los males de la familia uniparental). Abandonado a la crueldad de la calle y las dificultades de una sociedad competitiva donde se desayunan con tipos así de enfermizos.

La foto que se ha difundido de Lanza es lastimosa y aleccionadora: un tipo chupado, con el pelo cortado como un gorro para una bombilla. Con aspecto de desamparo y confusión. Es un individuo débil y huidizo. Son los peores.

La sociedad no estudia a sus monstruos en general: los almacena en las prisiones y los olvida. Eso no ayuda en nada a prevenir lo que se nos viene encima.

Por el momento, en España, sólo en la UCJC lo hacemos. De forma que no se sabe nada de los grandes criminales modernos. En España no hay ninguna otra institución que estudie de forma reglada la gran delincuencia. Hace poco y gracias a un periodista venezolano, que se tropezó con ello en Internet, se detuvo al adolescente mallorquín que pensaba volar un centro educativo español con los estudiantes dentro. Los analistas, cansinos, que cada vez que hay una masacre escolar hablan de la facilidad de compra de armas en Estados Unidos, ignoran por rutina mental que un criminal como éste encuentra el arma, cualquiera que sea, con gran facilidad. Si no la compran en el supermercado, la compran en el mercado negro, la roban o se la quitan a un guardia. Lo importante es el impulso asesino y no la herramienta. ¡A ver si lo comprenden! A las víctimas, ¿que más les da morir por una Glock último modelo que por una recortada o una bomba de fertilizantes? Aunque estos moralistas trasnochados se queden con un pasmo.

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