El 2012 pasó y en Estados Unidos volvieron a registrarse matanzas en calles, escuelas y hasta en un cine. Muchos exigen más control sobre la tenencia de armas o directamente prohibir la portación de las mismas. Yo me pregunto, además de los asesinos, ¿cuánta gente estaba armada en los lugares donde ocurrieron las matanzas? ¿Acaso no habría que pedir más armas y no menos?
El principal problema con las armas, más allá de lo que diga una u otra ley, es su mera existencia. Nada podemos hacer para erradicarlas, es algo que se debe comprender a la hora de emitir una opinión en este asunto. Por otro lado, es necesario dividir a los individuos en dos grupos: los criminales y los inocentes, aquellos que son capaces de empuñar un arma para asaltar, violar y matar, por un lado, y, por el otro, aquellos que solo lo harían para ejercer su derecho a la autodefensa.
¿Cuál de esos grupos preferiría usted que anduviera armado? Si prohibiéramos a los inocentes poseer armas, solo los criminales las manejarían. ¿Cómo se defenderían entonces los inocentes? La respuesta que suelen dar los prohibicionistas es: "Para eso está la policía". Ahora bien, en caso de emergencia, el inocente no siempre puede dar aviso a la policía; cuando sí puede, a la policía le toma un tiempo el llegar. En ambas situaciones la víctima queda a merced del agresor.
La prohibición no genera ningún tipo de magia negra capaz de hacer desaparecer lo que se pretende ilegalizar o erradicar. En el caso que nos ocupa, las armas seguirán existiendo, pero sólo en manos de los criminales, lo que dejará a los inocentes en situación de desamparo.
Los prohibicionistas también aseguran que, en caso de que se legalizara la portación de armas, ante cualquier conflicto menor la gente se liaría a tiros. Ahora bien, cuando se pregunta a un individuo si mataría a alguien por mirar mal a su novia o quitarle el aparcamiento, responde que no. Al parecer, los malos siempre son los otros. ¡Pero resulta que cuando los malos están, ellos sí, armados, a sus víctimas no se les permite defenderse!
Los prohibicionistas suelen decirme que estoy a favor de la libre tenencia de armas porque ninguno de mis familiares o amigos ha muerto a manos de delincuentes: si no, me opondría como se oponen ellos. Al contrario, de haberme sucedido algo semejante mi posición no hubiera hecho sino reforzarse, pues que quizás mis seres queridos habrían podido protegerse y salvar la vida.
La libre portación de armas debe convertirse en un aspecto cultural, en algo natural, cotidiano, pues todo ser humano tiene derecho a la legítima defensa. Y, sobre todo, debemos pensar en los resultados a largo plazo, que sin lugar a dudas serían positivos.
He vivido siete años en Israel, donde se ven armas por doquier. De hecho, cada vez que ingresaba en un centro comercial, o en cualquier otro sitio muy concurrido, los encargados de la seguridad me preguntaban si iba armado. Allí, uno puede caminar seguro por la calle a cualquier hora, y tanto los índices de asaltos como los de asesinato son bajísimos. En Israel, la mayor cantidad de muertes se la cobran los accidentes de tráfico, no las guerras ni los ataques terroristas. Y de nada les serviría prohibir los autos, ¿no?
En mi país natal, Argentina, los índices de criminalidad son altísimos. Sin embargo, las restricciones para obtener un arma son muy severas, y la gran mayoría de la población está desarmada y totalmente expuesta ante los delincuentes. ¿Ayudaría a mejorar la situación el hecho de que la gente pudiera defenderse y los criminales tuvieran más difícil salirse con la suya? Yo creo que sí.
Muchos me dirán que la delincuencia es un problema educativo y social. Es cierto. Entonces habrá que poner atención en ello. De nada sirve que, mientras intentamos solucionarlo, siga muriendo gente inocente indefensa. Un cáncer no se cura con otro.