Vivimos una época en la que nadie quiere ser lo que le toca. Las empresas se anuncian como ONG, las ONG se comportan como empresas, los príncipes quieren vivir como plebeyos y los plebeyos disfrutar como príncipes, las estrellas sociales elaboran discursos políticos y los políticos suspiran por la fama de esas estrellas. Un caos total en el que es imposible saber a qué atenerse.
Por eso, en medio de este caos, ocurre que una empresa de refrescos piensa que es una buena idea vender una bebida energética gritando a los cuatro vientos, y de manera algo grotesca, que aún quedan políticos honrados en este país. Escogen, visto lo visto parece ser que al azar, a tres alcaldes con algún eslogan pegadizo en su hoja de servicios y hacen un anuncio. Tal cual.
Lo asombroso, lo que prueba la existencia del caos, es que a casi todo el mundo le parece la idea una genialidad. Hasta que una foto indiscreta demuestra que la alcaldesa que en el anuncio de marras aparca a lo James Bond el coche oficial para ahorrar un dinero a su pueblo, no lo tiene tan en punto muerto como se deduce de la trepidante escena. ¿De verdad no hemos sido capaces de detectar la estupidez supina que se encierra en la propuesta hasta la pillada en un renuncio de la alcaldesa?
No es competencia de una marca de refrescos hablar de política y no es nada responsable por su parte frivolizar de esa manera con temas que son muy serios. Tampoco tienen las agencias de publicidad departamentos expertos en política, economía, filosofía o historia que las capaciten para emitir juicios de valor, ni siquiera de intenciones, sobre lo que necesita la sociedad y lo que es bueno para ella. Las marcas venden productos y las agencias de publicidad los anuncian. Si esos productos no son lo suficientemente buenos o falta creatividad para venderlos, deben ponerse a trabajar en ello. Pero insultar a la inteligencia del consumidor no puede ser una opción.
Luego están los otros actores de la comedia. Tres alcaldes que ponen su cargo a disposición de la marca y de su bebida energética para que la multinacional mejore sus ventas. El mero hecho de haberse prestado a utilizar el puesto de trabajo conseguido a través de las urnas para salir en los medios anunciando un refresco, y cobrar por ello, es la muestra más palpable de que el anuncio es una falacia surrealista desde el primer segundo. Esos tres alcaldes son un fiel reflejo de lo que ha acabado con la fe de los electores en sus políticos, de esa sensación de que ninguno de ellos es capaz de decir que no a un buen fajo de billetes y unos minutos de gloria. Algo, utilizando las propias palabras del anuncio, de lo más ordinario en los tiempos que corren.
Extraordinario habría sido a que a ninguna marca ni a ninguna agencia se le hubiera ocurrido la idea feliz. Y, ya puestos a imaginar lo más extraordinario de todo, que no hubieran encontrado a ningún político encantado de participar en ese anuncio.