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EDITORIAL

Santiago y el factor humano

La siniestralidad bajará, pero seguirán ocurriendo accidentes ferroviarios como seguirán existiendo tragedias aéreas y muertes en la carretera.

Después de las primeras, horribles horas tras el accidente del tren de Santiago, los españoles empezamos a preguntarnos por qué había sucedido. Así, hemos aprendido el significado de siglas como ASFA o ERTMS, que antes sólo conocían los profesionales o aficionados al mundo del tren. Hemos sabido lo que era una malla y las peculiaridades de los trenes Alvia para ser capaces de discurrir por casi cualquier trazado. Finalmente, tras mucho ir y venir, hemos sabido que no existía otra forma de frenar el tren que las manos del maquinista, y éste ha reconocido ante el juez haber cometido una imprudencia.

Para muchos, la historia acabará aquí. Para otros, en cambio, no ha hecho más que empezar, porque les parece inaceptable dejar en manos de una sola persona la seguridad de tantos pasajeros. Y, sin embargo, lo hacemos continuamente. Nuestra vida está en manos de los pilotos de avión, del conductor del vehículo en el que viajamos, incluso de los que están en la vía pública cuando la cruzamos a pie. Y normalmente no pasa nada. Aun así, es cierto que en los puntos en que un error humano nos parece más probable y más vidas pone en juego, ponemos normas y tecnología para intentar evitarlo en la medida de lo posible.

Sólo existe un medio de transporte ligeramente más seguro que el tren en términos de muertos por distancia recorrida, y es el avión. Un medio en el que los accidentes han servido siempre como una desgraciada forma de aprender qué riesgos son intolerables. Por ejemplo, el desastre del aeropuerto de Los Rodeos de 1977, pese a deberse también principalmente al error humano de un piloto, provocó cambios en las conversaciones con los controladores, la forma en que las tripulaciones toman las decisiones y la instalación de radares de tierra en los aeropuertos; cambios que afectaron a la navegación aérea en todo el mundo. A toro pasado, la necesidad de emprender esos cambios fue obvia. A toro pasado.

Cabe esperar y desear que algo similar suceda tras la tragedia de Santiago. Que se pongan balizas que fuercen el frenado automático del tren en todos los tramos donde éste sea muy brusco, no sólo en España sino en muchos otros países. Pero esto sólo evitará sucesos muy similares al que hemos vivido. El factor humano seguirá estando presente, y seguirán ocurriendo accidentes ferroviarios como seguirán existiendo tragedias aéreas y muertes en la carretera.

Eso no quiere decir que no sirva para nada lo que aprendemos, en ocasiones a un precio tan caro como el pagado el miércoles pasado. Aunque a veces no nos lo parezca, la siniestralidad de los distintos medios de transporte no hace más que bajar. Las mejoras en las infraestructuras, en las normativas y en la tecnología son las principales responsables. Esa tendencia se mantendrá, aunque se modere porque cada vez será más difícil y caro reducir unos riesgos ya de por sí bajos. Pero se seguirán cometiendo errores, errores que cuestan vidas.

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