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Carmelo Jordá

Tiempos de basura

Finalmente, y como todos nos temíamos, la basura se ha apoderado de la escena política española.

Finalmente, y como todos nos temíamos, la basura se ha apoderado de la escena política española, y en esta ocasión no ha sido de forma metafórica, o al menos no toda.

Basura, por ejemplo, en la boca del portavoz de la Comisión Europea en educación, con una referencia a las declaraciones de Wert que él mismo ha matizado después en su cuenta de Twitter, pero que mientras tanto han despertado el gozo de la muchachada izquierdosa patria, que tiene al ministro de Educación en el punto de mira.

Yo, la verdad, no es que tenga la mejor opinión de Wert, pero, en un Gabinete lleno de mediocridades que a lo único que aspiran es a pasar lo más inadvertidos posible, la actitud a veces provocadora pero desde luego aguerrida del ministro de Educación me resulta más simpática o, al menos, no tan desesperante.

Por otro lado, cuando desde ciertos lugares te ponen en el disparadero tal y como desde lo más sórdido de la izquierda –o desde las covachuelas de Génova– están haciendo con Wert, es que algo bueno estás intentando hacer, o algún peligro supones para los malos.

Basura, y esta por toneladas, la que llena las calles de Madrid, esparcida por las aceras que parece que la hayan sembrado. Una basura con ingredientes peculiares –¿de dónde ha salido tanta ropa?– y en muchas ocasiones junto a papeleras y contenedores vacíos, cuando no quemados.

Anda la gente indignada con Ana Botella, esa gran candidata, pero a mí el asunto me parece un ejemplo más del basuriento comportamiento de moda en algunos conflictos, en los que aquellos que se llaman a sí mismos "trabajadores" hacen lo contrario que se supone que está en su contrato: el que tiene que recoger desperdicios los esparce, el que tiene que emitir una televisión la lleva a negro, el que tiene que curar acojona al paciente… y así.

Por último, y esta es la peor, basura que sale de las cárceles sin haber dejado ni por un día de serlo, sin haberse arrepentido de sus crímenes, sin haber pedido perdón o colaborado con la policía y habiendo penado una parte mínima de sus cientos de años de condena.

Gentuza a la que veremos en menos de lo que pensamos entrando en este ayuntamiento o aquella diputación, tan sonrientes y con la sensación del deber cumplido. Un deber que pasaba por la muerte de inocentes por docenas.

Al final, qué quieren que les diga, viendo eso, lo que me encuentro en las aceras de Madrid casi me parece confeti.

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