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Cristina Losada

Si yo fuera la infanta

Si yo fuera la infanta, haría el paseíllo, me sometería al linchamiento y el escarnio y hasta procuraría recibir algún tomatazo.

Una asociación de jueces, la Francisco de Vitoria, entiende que es "lógico" que la infanta Cristina tenga un trato diferente cuando llegue al juzgado de Palma "por razones de seguridad y para evitar el escarnio y el linchamiento". Así lo dijo un portavoz de esa asociación, que por lo demás ha defendido al juez Castro de los malos modos del fiscal Horrach, por lo que no parece formar entre los sospechosos habituales de hacer campaña por la hija del monarca. Pero el criterio de la Francisco de Vitoria olvida que lo "lógico" no tiene por qué coincidir, es más, pocas veces coincide con lo político. Y un caso de corrupción que afecta a instituciones se sitúa precisamente en ese campo abierto.

Es pura obviedad que la infanta no es cualquiera, y que por eso mismo su aparición en un juzgado levanta expectación, congrega público y protestas, y ha de rodearse de medidas protectoras singulares. La mala noticia es que todo protocolo extraordinario resaltará esa condición especial suya y será percibido como evidencia, ¡una más!, de trato de favor y privilegio. Hay ya pocas vías de salida de tal círculo vicioso, pero si alguna queda es ésta: la infanta debe mostrar ante la justicia, también y sobre todo en los gestos, que ahí es como cualquiera. Y, por paradójico que parezca, debe mostrar ante la opinión pública que arrostra las consecuencias de no serlo.

De modo que si yo fuera la infanta, haría el paseíllo, me sometería al linchamiento y el escarnio y hasta procuraría recibir algún tomatazo. Un chaparrón de insultos y de productos del agro no es para tanto. Tome nota de lo que hizo su hermano, el príncipe Felipe. Es verdad que las circunstancias eran otras, pero yo vi cómo desechaba la protección del paraguas de un escolta cuando manifestantes de Nunca Máis le arrojaron no sé qué, unos huevos, creo, a la entrada de una inauguración en Galicia. No es que príncipes o políticos lleven en el sueldo, como suele decirse, estos recibimientos hortofrutícolas, pero cuando los hay tiene mayor dignidad poner la cara que esconderla.

Mi recomendación no incluye garantía de resultados. La opinión pública es movediza, pero hay veces que se planta. Que no se la conmueve, vamos, ni sometiéndose de grado al público escarnio. Porque para ella la infanta, hoy, no es tanto persona como elemento de una categoría: la categoría de los privilegiados y corruptos. Una categoría en la que sólo conseguirá instalarse más fijamente si rehúye el espectáculo del paseíllo.

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