Menú
Zoé Valdés

Japonerías

Los japoneses, al contrario de nosotros son muy respetuosos de sus templos y de sus monjes, y a la inversa.

Me encuentro en Japón: Tokyo, Kyoto, y otra vez Tokyo; he viajado a la tierra del sol naciente con la intención de contemplar los cerezos florecidos, que como saben ustedes sus hermosas flores sólo brotan durante el mes de abril, y en una semana muy específica.

De manera que he pasado aquí los momentos más impactantes de mi vida en los últimos diez años, observando la belleza de los parques y bosquecillos nipones. Asombrada ante tanto delirio de perfume y colorido, pero más asombrada aún de que ningún niño intente apedrear a un gorrión y que ni siquiera le pase por la mente subirse a un cerezo y partirle los gajos tratando de treparlo.

Lo maravilloso de este país, como diría Miriam Gómez, es que lo obliga a uno a ser bien educado. Y sobre todo a adquirir una cultura civilizada, que mezcla lo zen con lo sintoísta y lo budista. Es en lo único en lo que los cubanos nos podríamos acercar a un cierto parecido con los japoneses, en el ajiaco religioso.

La cultura nos la deben, los cubanos, quise decir.

Aunque ellos, los japoneses, al contrario de nosotros son muy respetuosos de sus templos y de sus monjes, y a la inversa.

Casi todas las Semanas Santas (desde que me largué de la Isla de la Flor de Pedo) las pasaba en España, pero ya es que cada vez que veo a un cura español me vomito. Y si es un cura cubano, me entran diarreas al momento. Por lo tanto me alejé lo más posible de todo aquello que pudiera recordarme a un cura cubano o español. Y me fui a conocer monjes sintoístas y budistas. Aquí en Japón, como supondrán, es que da gusto lo discretos que son los monjes, aparecen solamente a la hora de la foto, y basta; y todo eso en uno de los templos más bellos de Kyoto.

En breve tiempo he recorrido más de mil templos, jardines, restaurantes y museos, barrios de putas (que son mis lugares incourtournables siempre), ríos fabulosos y ríos secos, también legendarios. Y como apenas conozco a ningún político de este país me ahorro la amargura cotidiana de tener que mentarle su estampa de mala entraña cada dos por tres.

Creo que hasta me voy a poner par a aprender japonés, fíjense qué fuerte me ha dado (si antes no me aburro de los monjes y de todo lo zen y de altares y pagodas).

Si por mí fuera me tomaría una pastillita que me convirtiera en geisha en un pestañazo. E inventaría la manera de resucitar a Toshiro Mifune para empatarme con él y convencerlo de que con su sable y sus timbales limpiara el mundo de unos cuantos cobardes y tarados.

En Internacional

    0
    comentarios