La abdicación del Rey es mucho más que un relevo generacional, aunque ésta ha sido la razón más obvia que ha dado él mismo. Estamos, me parece, ante un cambio de época, que exige nuevos protagonistas y nuevas ideas. Don Juan Carlos ha sido reconocido en todo el mundo como el principal artífice de la transición democrática en España y de la reconciliación de los españoles. Su reinado aparece como el mayor período de progreso y libertad, pero asistimos, en los últimos años, a una crisis institucional, de la que no se libra la propia institución monárquica y que afecta de lleno a los grandes partidos y al funcionamiento de las instituciones democráticas. El cansancio con lo establecido ha bajado a la calle y empieza a manifestarse en las urnas. La durísima crisis económica, con reformas o ajustes obligados que han afectado de lleno a las clases medias, se apunta como una de las causas principales del desasosiego y de los brotes de protesta radical. Se pide abrir una ventana al futuro y son las nuevas generaciones, que no tuvieron arte ni parte en la transición a la democracia ni en la Constitución vigente, las que exigen llevar la iniciativa.
Se trata de encauzar esta energía positiva antes de que se desborde o se descarríe, manejada por los grupos radicales emergentes que se mueven en torno al Partido Comunista, después de que este haya traicionado el pacto que estableció con la Corona al comienzo de la transición para obtener carta de circulación democrática. Hoy este conglomerado parece más una rémora del pasado remoto, con todas sus banderas y sus trasnochados tics revolucionarios y populistas, de triste recuerdo, que una fuerza de futuro. Una vez más, exigiendo, por ejemplo, un referéndum sobre la forma de Estado saltándose la legalidad constitucional, rebrotan las dudas sobre su compromiso efectivo con la democracia. Esta inclinación hacia populismos peligrosos manifestada en toda Europa, también en España, en las últimas elecciones europeas, obliga a los poderes públicos, empezando por la Corona, a hacerse cargo cuanto antes de la situación. Esta es, sin duda, una de las razones de la decisión del Rey, que ha conmocionado con razón a la opinión pública.
También está sobre la mesa como gran problema que afecta al futuro de España la "cuestión catalana" y a no mucha distancia la "cuestión vasca". Los intentos de desvencijar el Estado ensombrecen el final del reinado de don Juan Carlos. Le toca al joven heredero enfrentarse a esta delicada situación. Don Felipe tiene por delante, en resumidas cuentas, unos retos casi tan complicados como los que abordó su padre al principio de su reinado. Este consiguió la plena legitimación democrática impulsando el cambio de régimen y parando ante el pueblo el golpe de Estado la noche del 23-F. No sería extraño que don Felipe busque como su padre su propia legitimación democrática, además de la hereditaria. Ha demostrado de sobra que está capacitado para ello. Probablemente le toque abordar, como piden ya distintas voces, una segunda transición, mediante los oportunos y bien meditados cambios constitucionales, para recuperar el prestigio de la Corona, recuperar la concordia perdida y el crédito de la clase política, reconciliar al Estado central con las autonomías periféricas, ahora en trance de ruptura, buscando una salida razonable y pactada a las aspiraciones catalanas, satisfactoria para todos, y salir al encuentro de las nuevas generaciones, especialmente golpeadas por la crisis y el desempleo. El reto que tiene por delante el nuevo Rey de España le obliga a mirar decididamente al futuro, planteando un nuevo horizonte nacional, pero sin olvidarse del pasado y del camino recorrido.