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José Carlos Rodríguez

La pequeña gran masacre de Tiananmen

No sólo cambió el umbral de la sensibilidad occidental ante los crímenes del socialismo. También cambió el régimen.

El régimen chino es especialmente rígido, visto desde fuera. Pero en su funcionamiento interno es más volátil de lo que parece. Como corresponde a la gestión de un país de esas dimensiones, hay corrientes distintas dentro del mismo régimen sobre el camino que se debe seguir. Un caso claro es el de Hu Yaobang. Partidario de Mao desde primera hora, veterano de la Larga Marcha, fue escalando en el escalafón del Partido hasta convertirse en su secretario general, en 1982. Renegó de Mao en los años 80, hablaba con franqueza sobre la necesidad de una mayor liberalización económica y social e intentó sustituir el militarismo por la cooperación con los vecinos. Finalmente, inició una lucha contra la corrupción que fue su tumba política. En enero de 1987 fue obligado a dimitir. Dentro y fuera del país, Hu se convirtió en el símbolo de la apertura del régimen y de las convicciones frente al apego del Partido al poder y la corrupción.

Hu Yaobang murió el 8 de abril de 1989, y varios ciudadanos comenzaron a concentrarse en la Plaza de Tiananmen desde el día 15 para honrarle. Los estudiantes, conscientes de la situación, con mucho más futuro que pasado, toman el protagonismo de las concentraciones. Tres de ellos se dirigen al Gran Salón del Pueblo, donde está la Asamblea Popular, para solicitar una audiencia con Li Peng, el primer ministro. La frialdad del silencio ante la petición se funde con la indignación de los estudiantes, que comienzan a realizar boicots y protestas en la universidad.

El Gobierno les advierte de que responderá con todos los instrumentos en su mano a los disturbios, en un editorial publicado el 26 de abril. Al día siguiente, estudiantes de 40 universidades (no había Twitter) se concentraron en la Plaza de Tiananmen para protestar por la reacción del Gobierno. Pero su actitud no cambia y las protestas continúan. El 13 de mayo, en un desesperado intento por desbloquear la situación, varios estudiantes inician una huelga de hambre. Y entonces se suceden las reacciones. El Gobierno accede a reunirse con los representantes de los estudiantes, pero no cumplen su promesa de que el encuentro se haga ante las cámaras, de modo que lo suspenden. Una docena de intelectuales pide al Gobierno que reconozca al movimiento estudiantil como "patriótico" y "democrático", sin éxito. El día 15 llega a Pekín Mijaíl Gorbachov, para celebrar la primera cumbre ruso-china en 40 años. Finalmente Li Peng cede y el 19 accede a entrevistarse con los líderes estudiantiles frente a una cámara.

Wuer Kaixi se mantiene firme ante las palabras hipócritas de Li Peng y le advierte de que los estudiantes no se van a ir. Wang Dan toma la palabra y dice que el movimiento estudiantil debe ser reconocido como "patríótico" y "democrático", y no como unos alborotadores. Xiong Yan, de la Universidad de Pekín, advierte a Peng de que si el régimen no les reconoce como tales lo hará la Historia. Kaixi incide, antes de hablar de ninguna reforma económica y política, en la necesidad de que el régimen dé carta de naturaleza al movimiento.

¿Por qué esa larga discusión sobre la naturaleza del movimiento estudiantil? ¿Por qué no exponen a Li Peng los derechos que tienen como individuos? Porque la moral que se basa en Confucio; Harry Rosemont:

No se habla de derechos, dado que yo no soy una persona libre, autónoma. Yo soy un hijo, esposo, padre, abuelo, vecino, compañero, estudiante, profesor, ciudadano, amigo. Tengo una amplia relación de obligaciones y responsabilidades que constriñen severamente lo que hago. Estas responsabilidades pueden ser frustrantes o molestas, en su mayor parte satisfactorias, pero siempre obligatorias.

La respuesta de Li Peng es decepcionante. Dice que tiene todo dispuesto para llevarse a todos los estudiantes a los hospitales de la zona. Y sugiere que si algo les ocurre es responsabilidad del Gobierno, pero también de los representantes. Reconoce al movimiento como "patriótico", pero dice que su comportamiento está creando un caos en la ciudad y en el país. Señala que quienes les ayudan a mantener la huelga de hambre tienen malas intenciones, aunque reconoce no conocerlas. Y por último insiste en que los estudiantes abandonen la plaza y vayan a los hospitales.

Kaixi retoma la palabra y recuerda a Li Peng que no se trata de convencerles a ellos, sino a los estudiantes que ocupan la plaza. Y dice entonces la siguiente frase: "He dejado muy claro hace un rato las condiciones que deben darse para que se vayan". No se refiere a esas condiciones, por lo que se infiere que han pactado no exponerlas ante las cámaras. La reunión se levanta sin acuerdo.

Al día siguiente, el 19, se cumplen siete de la huelga de hambre. El Gobierno informa a los representantes estudiantiles de que va a declarar la ley marcial. Li Peng dice en público que adoptará "medidas firmes para acabar con los alborotos". Los estudiantes abandonan la huelga de hambre y hacen una sentada masiva. El 20 la ley marcial entra en vigor y el Ejército cerca la ciudad, pero estudiantes y ciudadanos detienen su avance: son multitud y obligan al Ejército a elegir entre la espera o la masacre. El día 23 el Ejército se ve obligado a retirarse a la periferia. Los enfrentamientos han empezado, y esas primeras victorias son sólo el presagio de choques más sangrientos. Ellos saben que el Gobierno no puede dejarse humillar. Se crea la Alianza de Defensa de la Constitución para coordinar las acciones del movimiento, así como un cuartel de Defensa de la Plaza de Tiananmen. Su portavoz, Chai Ling, dice al periodista Philip Cunningham: "Nuestros cuerpos están inmaduros y no han crecido del todo. Y la perspectiva de una muerte cercana nos asusta. Pero la historia nos llama, y debemos acudir". El 30 de mayo los estudiantes desvelan una estatua de tres metros, una Diosa de la Democracia que, como la Estatua de la Libertad, lleva una antorcha en su mano derecha. El 2 de junio, a las 5 de la tarde, varios estudiantes se declaran en huelga de hambre. Entre ellos está Liu Xiaobo, que años después será reconocido con el Premio Nobel de la Paz.

La plaza hierve, y el Gobierno se desgarra. Está sometido a una enorme presión. Es el centro de todas las miradas. Y por vez primera desde la revolución, que cumple medio siglo, parece que la autoridad del PCCh está en entredicho. Salta la noticia de que el presidente, Deng Xiaoping, ha muerto de un ataque al corazón. La noticia es falsa, pero se crea lo que un informe de la inteligencia estadounidense llama "un gran caos entre el alto mando militar". El Gobierno quiere tomar el control de la situación y ordena al Ejército que ocupe la plaza "a toda costa".

A la una de la mañana del 4 de junio las tropas rodean la plaza y esperan órdenes. Los cuatro manifestantes que están en huelga de hambre negocian con las tropas la salida ordenada de los estudiantes. A punta de pistola, profesores y estudiantes abandonan la plaza. Nada se sabe de la Cruz Roja que iba a atender a los manifestantes, según las palabras de Li Peng. Nada hay de los hospitales, de la preocupación por la salud de los estudiantes.

Ahí acaba la historia de la Plaza de Tiananmen. No hubo allí tal masacre. Pero los estudiantes se enfrentaron con el Ejército en las calles adyacentes y en otras partes de la ciudad en la que estaba presente el Ejército. Algunos soldados disparaban a la multitud, a cualquiera que se interpusiera en su camino. Otros reían mientras caían los cadáveres. Los conductores de pedicabs, esos carros de tracción humana, se aventuraban entre las balas para recoger a los heridos y llevarlos a los hospitales. Los médicos, que recibían una riada de heridos, se acabaron negándose a entregar los cuerpos a las autoridades cuando se percataron de que los incineraban para que no fuesen identificados.

El régimen chino, bajo la férrea mano de Mao, había llevado a cabo el Gran Salto Adelante: una socialización de la producción agraria que tuvo como consecuencia la muerte por inanición de más de 30 millones de personas. Luego impuso la Revolución Cultural, una operación de represión intelectual de dimensiones desconocidas antes o después en la historia del hombre. Pero algo había cambiado. Aplastar una rebelión como esta, en la que murieron probablemente mil o dos mil personas, habría sido un episodio más en la sangrienta historia del socialismo. Pero Tiananmen se ha quedado en la caprichosa memoria colectiva como el ejemplo del autoritarismo de la China comunista. El motivo no puede ser otro que la cultura audiovisual. Esa sensación de ser testigos de la historia, más los guiños que hicieron los estudiantes a la cultura occidental, y que nos permitió ver su lucha como la nuestra.

No sólo cambió el umbral de la sensibilidad occidental ante los crímenes del socialismo. También cambió el régimen, cuyos miembros mostraban dudas sobre la conveniencia o legitimidad de responder con armas a las exigencias de los ciudadanos. El general Xu Qinxian rehusó atacar a la población. Dentro del propio PCCh también había dudas entre el temor a la represión y el del apaciguamiento.

Los estudiantes protagonizaron aquellas protestas, pero las principales fuerzas de resistencia dentro de la sociedad fueron otras. Entre ellas, la de los intelectuales, que habían llegado a un cierto compromiso con Deng Xiaping, pero que volvieron a distanciarse tras los sucesos de la primavera de 1989.

Las esperanzas de democratización de China han quedado hundidas en dos décadas y media de continuidad política y crecimiento económico. Los expertos subsumen el período comunista dentro de la ancestral cultura china y tuercen el gesto cuando se les pregunta por una China democrática en un futuro al alcance de nuestros ojos. Pero tampoco se puede descartar que una nueva grieta en esa gran muralla no acabe en una riada de libertad que no pueda parar ni el poderoso régimen chino.

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