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Antonio Robles

Un discurso de convicciones e ideales

Don Felipe se ha encargado de remarcar que fuera de la Constitución no es posible la monarquía.

Si por la boca muere el pez, hoy el rey Felipe VI nos ha regalado un discurso de convicciones e ideales lleno de grandeza. Grandeza que pudiera tornarse en miseria si solo se quedase en palabras. Exactamente el discurso que necesitaba una nación alicaída y derrotada por su falta de convicciones y valores. Un discurso propio de los ideales de la Ilustración de aquellos filósofos geniales que acabaron con las monarquías absolutas del Antiguo Régimen y diseñaron los Estados de Derecho.

Para quienes tenemos en la República la forma ideal de Estado, hoy habremos de abdicar ante el discurso del Rey. Ha sido el mejor canto a los valores de la República surgida de las revoluciones liberales, y a las monarquías parlamentarias actuales. Y por aquellos valores empezó: "Quiero expresar ante todo el reconocimiento y el respeto a estas cámaras depositarias de la soberanía nacional". Uno tras otro, valores e ideales que iluminaron a aquellos filósofos, los tomó para fundamentar su coronación y señalar a la Constitución como la fuente de su legitimidad (no Dios, o la tradición). Toda una lección de democracia que completó con continuas referencias a la separación de poderes, el respeto a la ley y a las enseñanzas recibidas basadas en la libertad, la responsabilidad y la tolerancia. Las mismas que ahora, nos aseguró, transmite a sus hijas. Y sobre esos valores se aupó:

Comienza el reinado de un rey constitucional. Un rey que acede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con una Constitución, que fue refrendada por los españoles y que es nuestra norma suprema.

Si alguien dudó de su padre por los desgraciados acontecimientos del 23-F, nunca podrá dudar de él ahora. Con estas palabras, él mismo se ha encargado de remarcar que fuera de la Constitución no es posible la monarquía.

Si por la boca muere el pez, arriesgó mucho en un mundo de redes sociales donde nada puede ser ya olvidado. De ahí mi admiración, pues para lo que se le requiere en estos momentos de dudas nacionales y riesgo de rupturas territoriales, fue exquisito en la dicción, e inequívoco en la defensa de España como nación frente a quienes utilizan el pasado para cuestionarla, incumplen las leyes que la defienden o tienen la tentación de romperla:

En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español. Porque los sentimientos, más aún en los tiempos de la construcción europea, no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir.

Ni ambiguo ni excluyente, pues a la vez que defendió la unidad, fue inequívoco en el respeto y defensa de la pluralidad y la diversidad de lenguas y culturas. Un acto de coraje y honestidad política en un tiempo histórico donde los máximos responsables del Gobierno, intelectuales y oposición han hecho dejación de sus funciones ante el acoso de las castas territoriales y el mangoneo corrupto de sus cuadros. También aquí fue sobrio, pero radical:

Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren, y la ejemplaridad presida nuestra vida pública, y el rey a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de todos los ciudadanos.

Palabras que se comprometen con las necesidades de este tiempo y las avala con su corona y la continuidad de la monarquía.

Todo el discurso está lleno de ideales éticos, propios de un idealista: la honestidad, el deber, la responsabilidad, la educación, el civismo, la ciencia, la investigación y la innovación como pilares de la futura riqueza de la nación. Un discurso de alguien que transpira entusiasmo por la labor emprendida y ganas de servir y crear felicidad. En la felicidad de los ciudadanos de la nación que preside reside también la suya. Es consciente. Así lo expresó con emoción contenida, humildad y honestidad, o si quieren con exquisita y educada corrección.

España necesita creer en ella y quererse, necesita valores como los transmitidos hoy por el joven rey. Tenemos normas, pero sin convicciones ideales y honestidad personal todo es conchabeo y las arruina. Nuestros políticos habrán de tomar nota.

Suerte, chaval, hoy España ha ganado el partido de verdad que ayer perdió el equipo de juguete.

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