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Cayetano González

Víctimas políticas de la crisis

El panorama, como se ve, es bastante desolador, pero es lo que han sembrado en los últimos tiempos los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE.

La crisis política e institucional en la que vivimos desde hace tiempo se ha cobrado a día de hoy algunas víctimas de muy primer orden. Por importancia, la abdicación del rey Juan Carlos ocupa el lugar más destacado, pero no ha sido la única, ni será la última.

En el PSOE, el rosario de marchas, retiradas, dimisiones, desafecciones empieza a ser casi lo habitual. Quién hubiera dicho hace muy poco tiempo que el todopoderoso Alfredo Pérez Rubalcaba iba a acabar como ha acabado: llevando al PSOE, en las europeas del pasado 25 de mayo, al peor resultado electoral de su historia, lo que le obligó a anunciar, primero, que dimitía como secretario general y, posteriormente, que dejaría en setiembre su escaño en el Congreso. Porque ¿alguien tiene alguna duda de que si Rubalcaba hubiera tenido un resultado más aseado en las últimas elecciones habría intentado seguir al frente del PSOE y ser el candidato a la Presidencia del Gobierno en las elecciones generales del próximo año?

Pero la marcha de Rubalcaba no ha sido la única en las filas socialistas. El primer secretario del PSC, Pere Navarro, también ha dimitido, dejando a su partido en el quinto o sexto lugar en intención de voto en Cataluña. Patxi López, secretario general del PSE, también ha anunciado que se va, lo mismo que el líder, es un decir, de los socialistas navarros, Roberto Jiménez, ese que quiso hace unos meses desalojar mediante una moción de censura, apoyándose en los votos de Bildu, a Yolanda Barcina de la Presidencia del Gobierno de Navarra.

En Convergència i Unió las aguas también bajan revueltas. El amago de dimisión de Duran i Lleida todavía no se ha concretado, y, tratándose de un democristiano como él, habría que decir lo de Santo Tomás: "Si no lo veo, no lo creo". El futuro político de Artur Mas tampoco pinta bien. No solamente ha llevado a Cataluña al borde del precipicio con su desafío soberanista, sino que, como efecto colateral, ha conseguido que su socio de la Esquerra Republicana figure en todas las encuestas como la fuerza política más votada en las próximas elecciones autonómicas, a una distancia importante de la propia CiU.

La crisis también ha llegado al PP, aunque la intenten disimular o tapar con el manto que proporciona el poder de que disponen: el Gobierno de la Nación, el de once CCAA y el de práctica totalidad de los ayuntamientos de las capitales de provincia más importantes. Pero las elecciones autonómicas y municipales están a la vuelta de la esquina –dentro de once meses– y las perspectivas no son nada halagüeñas para los populares. Pueden perder plazas importantes para ellos, como Madrid y Valencia, así como otras CCAA o ayuntamientos donde, si no obtienen mayoría absoluta, no podrán gobernar, porque no tendrán capacidad alguna para pactar.

Habrá más víctimas políticas de la crisis. Las cosas están cambiando a gran velocidad y quien se resista a verlo será arrastrado y sacado literalmente del mapa. El problema es hacia dónde apunta ese cambio. De momento, todo indica que hacia una radicalización de la izquierda y a un fortalecimiento de los nacionalistas más extremos. En el primer ámbito, Podemos es la estrella del momento y si el PSOE no se regenera ideológicamente, volviendo a ser un partido nacional que diga lo mismo en cualquier parte de España, los de Pablo Iglesias, no el fundador del PSOE sino el otro, se llevarán el gato al agua.

En cuanto a los nacionalismos, por un lado está el desafío catalán, con fecha de ultimátum a la vuelta del verano, y por otro el PNV, al acecho, esperando a ver cómo acaba la aventura de Más. Pero es que en Cataluña y en el País Vasco ERC y Bildu pueden ser los partidos que gobiernen, en solitario o en coalición, tras las próximas elecciones autonómicas, desplazando a eso que se ha llamado habitualmente, con muy poco fundamento, el nacionalismo "moderado" de CiU y del PNV.

El panorama, como se ve, es bastante desolador, pero es lo que han sembrado en los últimos tiempos los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE, incapaces de atajar la corrupción, de percibir que cuando las encuestas decían que la gente estaba muy harta de los políticos, de la casta política, no era una exageración. Era la pura y simple realidad.

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