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Zoé Valdés

El error imperdonable

No, muerto el perro no se acabó la rabia, aislados los posibles casos tampoco.

Si algún ministro debiera dimitir en España debido al primer caso de ébola descubierto recientemente tendría que hacerlo por cometer el error imperdonable de haber traído al sacerdote español que se encontraba en África cuidando a los enfermos, y esa sería la ministra de Sanidad.

Un país no preparado para recibir a un paciente con ébola, cuando el sacerdote cayó enfermo y pidió que lo trajeran a España, no debió de aceptar semejante encomienda. Al fin y al cabo el sacerdote estaba allí para morirse, si dios lo quería, junto a los contagiados.

O sea, que el primer error es el de haber traído a un contaminado en las condiciones en las que se trajo, o sea, sin tenerlas del todo. Y sin preparar bien al personal que se ocuparía del tal señor. El segundo, el de no prever el peligro.

Desde que supimos que este señor viajaría a España ya podíamos imaginar a cómo tocaríamos. Una amiga me avisó del problema: "España no está preparada para eso, España no es Estados Unidos, y además, ese sacerdote debió de haber aceptado los designios de dios y haberse quedado allí cumpliendo con su deber".

Bien, no lo hizo, y ahí está, muerto. Lo siento por él y por sus familiares. Sin embargo, como para probar su existencia en las raras veces en que lo hace, Dios salvó a la enfermera africana que se había quedado allá y que trabajaba con el sacerdote, mientras este moría en España. Así es la vida, o sea, dios. Igual se hubiese quedado y se habría salvado.

El asunto es que ahora estamos entre las patas de los caballos con este primer caso europeo de otra enfermera contagiada, de su marido probablemente también, del perro muerto, qué horror, y de toda la gente que ella frecuentó como la cosa más normal del mundo.

¿Es el perro quien debía pagar? No estoy tan segura. Pero de lo que sí estoy segura es de que alguien tiene que dimitir. Alguien tiene que asumir la irresponsabilidad de haber traído a un hombre gravemente enfermo sin las debidas condiciones. Alguien tiene que responsabilizarse y la cosa no puede reducirse a matar al perro.

No, muerto el perro no se acabó la rabia, aislados los posibles casos tampoco. Ya estamos en peligro. Ahora alguien tiene que asumir el daño y repararlo en la medida de lo posible. Si es que hay posibilidad de hacerlo, que lo dudo.

En España

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