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Eva Miquel Subías

Llaves de doble vuelta

La política, más allá de los extraños compañeros de cama que suele traer consigo, acostumbra a poseer una finísima ironía.

Una ardilla podría cruzar la península ibérica en 2015 dando saltitos de urna en urna. En Cataluña y Andalucía, podría, además, hacer un alto en el camino y tomarse una manzanilla con pa amb tomàquet.

Pero son varios países europeos los que afrontarán, además del nuestro, varias elecciones en sus respectivos territorios. En Grecia, que las acaban de celebrar, ya conocemos el resultado. Lo que todavía no alcanzamos a ver es qué pasará con su inquietante futuro inmediato. Pero sabemos, en definitiva, por lo que han apostado los griegos. O por lo que ellos creen que han apostado.

En Portugal andan algo tensos con algunas de las reformas emprendidas y el futuro que pueda depararles al respecto. Además de estar con una lupa observando meticulosamente el proceso podemita.

En Francia tenemos a Hollande expectante ante el probable aumento espectacular de Marine Le Pen pronosticado en las diversas encuestas, con el recuerdo todavía demasiado reciente del atentado de Charlie Hebdo.

Pero, sin duda, uno de los escenarios que -políticamente hablando se refiere-, puede más morbo despertar, es el que concierne a nuestro campechano y dicharachero amigo Alex Salmond. El avezado político escocés, al despedirse tras la pérdida de su referéndum con tan contundentes palabras como "Esto no ha hecho más que empezar, Escocia será una nación independiente", demostró, además del ya clásico apetito insaciable nacionalista, una peculiar manera de asumir su clarísima derrota. Lo de la elegancia se lo deja a otros. O a otras.

Pero jugó una buena baza y apostó a ser el Duran i Lleida al otro lado, con lo que podría tener la llave del futuro, no de Escocia, sino del Reino Unido, tras las próximas elecciones generales. Ya ha prometido, de hecho, otorgar mayor poder a su tierra, "from the Westminster elite".

La política, más allá de los extraños compañeros de cama que suele traer consigo, acostumbra a poseer una finísima ironía.

En nuestra España, sin ir más lejos, podrían darse algunos de esos momentos gloriosos que hacen que quieras seguir creyendo en la política con letras mayúsculas, como generadora de escenarios que permiten llevar a cabo grandes proyectos, o, por el contrario, que confirmen el tan extendido cortoplacismo en función tan sólo de unos intereses domésticos y poco ambiciosos. Para el país, se entiende.

Si los sondeos españoles afinan más que algunos de los que se demostraron menos acertados en el pasado, el podemismo va a tener una holgada representación parlamentaria. Y se podría dar el hipotético caso -podría-, en el que el PSOE tuviera que elegir entre el Partido Popular, que ya ha empezado a cosechar los primeros datos claros de recuperación económica o el Podemos post Varufakis.

Y son este tipo de situaciones las que, sin duda, te hacen grande o te empequeñece para siempre.

Está claro que el bipartidismo está en horas bajas. Pero está claro también que la esencia de uno y otro debería resurgir como la auténtica veladora de los intereses de la nación.

Porque hay llaves francamente enrevesadas pero que, a pesar del óxido acumulado en algunas de ellas, pueden ofrecernos algo de esperanza tras su doble vuelta. Aunque el ruido pueda darle a algunos dentera.

Salvo que la dulce ironía se torne definitivamente, en España, en un ya instalado cinismo.

En España

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