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Antonio Robles

Huertos urbanos

Afortunadamente, los huertos urbanos no los han inventado Carmena ni Podemos.

La andanada contra los huertos urbanos propinada por Federico la semana pasada a cargo, o por culpa, de las ocurrencias de la alcaldable de Madrid Manuela Carmena me sorprendió. ¡Cáspita!, si Federico es de pueblo, ¿por qué tanto desdén a esos pequeños paraísos de nuestra infancia llamados huertos?

Afortunadamente, los huertos urbanos no los han inventado Carmena ni Podemos, forman parte de la economía de subsistencia de los arrabales de las ciudades nacidas de la revolución industrial, donde las riadas de obreros llegados del campo encontraban un modo de subsistir. A falta de suministros, volvió a ser un recurso de supervivencia durante las dos grandes guerras civiles europeas. A partir de los años cincuenta sirvieron de sustento a familias enteras llegadas en oleadas a la prosperidad de las grandes ciudades de España, con Madrid y Barcelona a la cabeza. El chabolismo de esos años corría parejo a esas economías familiares autárquicas como salida a la miseria circunstancial de tantos. Nada nuevo ni distinto, como técnica agrícola milenaria, a los huertos de nuestros pueblos. El huerto familiar, con la estampa del cigüeñal árabe junto al pozo artesano y la pila de piedra, era el paisaje general de todos los pueblos de España. Aún hoy lo es en los sitios menos mecanizados, aunque sea el motor de agua y las canalizaciones lo que ha ido borrando esa imagen idílica.

Es a partir de los años noventa cuando empiezan a proliferar los huertos urbanos como espacios de complicidades y ocio, educación medioambiental y esparcimiento terapéutico. Hoy, en ciudades como Barcelona, nuestros mayores recuperan la infancia y la pulsión de la vida en estos pequeños oasis naturales. Plantan, escarban, quitan las malas hierbas, riegan y ven crecer hortalizas y verduras, se sienten útiles, enseñan a sus nietos; en una palabra, se entretienen con una actividad vital, la que más les conecta con su infancia, pues la mayoría la pasaron en el pueblo. Es una forma sencilla y maravillosa de darle sentido a esa muerte silenciosa de las residencias de ancianos.

La moda se ha extendido a ciudades y pueblos más pequeños, donde los ayuntamientos han habilitado espacios, unos comunes, privados otros, todos para amortiguar el ruido y las aristas muertas de las ciudades. Y, de paso, hacerse la ilusión de comer sano.

Una de sus funciones más útiles es la educación medioambiental en centros educativos y rincones urbanos, donde maestros y niños transmiten y aprenden a sentir el pulso de la vida natural. No hay nada tan maravilloso como la mirada de un niño implicado en la plantación, el cuidado, el crecimiento y maduración de hortalizas, verduras, legumbres, flores y plantas frutales. Es educativo, toman conciencia ambiental, se divierten y sienten que el fruto de su esfuerzo forma parte de su propia alimentación. Las escuelas han incorporado masivamente pequeños huertos urbanos en sus recintos como laboratorios naturales. Esa extraña concurrencia entre trabajo físico e intelectual que tan caro es de apreciar en otras áreas educativas.

Últimamente se ha incorporado el concepto de jardines comestibles a la combinación de flores y verduras. Demasiado repipi el apelativo, pudiendo recurrirse a la hermosa palabra huerto.

Los huertos urbanos no son patrimonio de ninguna ideología, son un recurso de la inteligencia para acercar la naturaleza a miles de ciudadanos que no tienen pueblo o medios para intercalar la semana entre el campo y la ciudad.

Hombre, Federico, tú eres de pueblo, lo deberías saber mejor que nadie. No se trata de poner un huerto urbano en la Puerta del Sol, pero hay muchos espacios en Madrid para que la capital no olvide el populacho que fue.

Ahora bien, pretender vender esta medida como modelo municipal es ridículo. Son pequeños recursos para el entretenimiento. Los problemas de verdad de la capital son otros. Otra cosa es que una comunista de ciudad confunda la ocurrencia con la emancipación obrera. Eso es lo que tiene no ser de pueblo.

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