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Enrique Navarro

Israel: solos contra el mundo

Israel sabe que su supervivencia depende de la solidaridad de las democracias y si muestran fisuras en su apoyo estarán condenándolo a desaparecer.

Netanyahu, en una imagen de archivo | EFE

Este es un mundo complejo, a menudo difícil de entender, sobre todo porque parece que son intereses muy particulares y coyunturales los que lo rigen. Lo ocurrido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado viernes condenando la construcción de unos centenares de viviendas en Jerusalén Este, con la abstención de Estados Unidos, ha sido una gota demasiado grande que ha conseguido colmar la paciencia no sólo de Netanyahu, sino de una gran mayoría de los habitantes del estado de Israel. Aunque todos sabemos que conseguir la unanimidad en un posicionamiento político en Israel es tarea imposible y siempre hay voces discordantes, las que normalmente no existen en sus países vecinos incluyendo a los mimados por la comunidad internacional de la Autoridad Nacional Palestina, esta vez el pueblo de Israel se siente golpeado por sus propios supuestos amigos.

Israel sabe perfectamente que su supervivencia depende de la solidaridad de las democracias del mundo y si éstas muestran fisuras en su apoyo a Israel, y más en votaciones públicas, estarán condenando a Israel a su desaparición. En esta línea debe entenderse la reacción del primer ministro Netanyahu, que necesita con esta postura ganar tiempo para que la llegada de Trump sea una catarsis sobre las relaciones mantenidas entre Obama e Israel y, también, para mantener en el gobierno a la única coalición que garantiza una estabilidad política en Israel, que está soportada por Bennet y Lieberman, dos halcones con respecto a la política de asentamientos en los supuestos territorios palestinos.

El texto de esta resolución utiliza unos términos desafiantes contra Israel como nunca antes había ocurrido y, una vez más, pone en el mismo plano el derecho a la legítima defensa de un estado con los actos terroristas contra Israel. Además, está patrocinada, entre otros, por la Venezuela de Maduro –y no por Egipto como se pretende hacer creer en un juego de confusión–, lo cual ya debía haber sido motivo suficiente para que no gozase del apoyo de la comunidad internacional –una vez más reforzamos a una dictadura comunista para condenar a una democracia liberal–.

Es muy posible que el pragmático Netanyahu sea consciente de que está sobreactuando, pero los gestos en la política son demasiado importantes como para despreciarlos. Para mantener una mayoría política y evitar el abismo de unas elecciones en un país muy fragmentado políticamente, el primer ministro debía tomar el liderazgo de la revuelta contra el mundo, para que no fueran otros los que obtuvieran el rédito político, y en parte debemos entender de esta manera el comportamiento del gobierno de Israel en estos días, restringiendo ciertas relaciones diplomáticas con todos los miembros del Consejo de Seguridad, incluyendo a España, lo que para nosotros debía ser un motivo de reflexión especial.

Consecuencia de la resolución 478

Esta resolución, como todas las que han condenado a Israel desde 1980, es consecuencia formal de la resolución 478 de 1980 que condenó la anexión de lo que, en términos muy vagos, denominamos Jerusalén Este y los territorios de Jordania de la Cisjordania. Bajo la presidencia de Carter y en pleno secuestro de la embajada de Teherán –y esto explica parte del problema–, Estados Unidos declaró ilegal la ocupación y anexión de este territorio. A partir de ahí, cualquier minúsculo acto administrativo de Israel en la zona origina un ciclón de acciones internacionales que consiguen que los israelitas sean vistos y percibidos como los agresores y los palestinos como las víctimas.

Basar la legitimidad o legalidad en las decisiones de un Consejo de Seguridad que no ha condenado la ocupación de territorio español por Reino Unido durante la guerra civil o la anexión militar de Crimea por Rusia o de islas en disputa en el mar de China por China, frente a una historia indiscutible, frente a una victoria en el campo militar en una lucha por la supervivencia, y frente a una serie de decisiones administrativas analizadas con lupa por el Tribunal Supremo de Israel –que ha ordenado la demolición de miles de viviendas ilegales desalojando a colonos israelitas que vivieron en esos territorios por generaciones–, muestra que la comunidad internacional no es justa ni equitativa con Israel.

Tres grandes errores

Esta resolución contiene, a mi juicio, tres errores políticos de bulto que dificultarán en gran medida la conclusión de un proceso de paz que, en realidad, nunca ha existido por la falta de voluntad de los dirigentes palestinos y de sus apoyos del mundo árabe y, sobre todo, por la exquisita e incomprensible neutralidad, en el mejor de los casos, de los países europeos.

El primer error es consecuencia de unos Acuerdos de Partición basados no en las legitimidad histórica, sino en la conveniencia de las potencias, y en particular del Reino Unido y Francia, después de la Segunda Guerra Mundial. Israel existe porque el pueblo judío luchó por sus territorios, que es como se han construido todas las grandes naciones; por la compra de tierras con dinero particular que los árabes vendían a diez veces su precio y, sobre todo, por la vergüenza moral que sufrió Occidente al conocerse la magnitud del Holocausto nazi frente al cual, y antes de 1939 –seis años después de haber comenzado–, nadie había movido un pie para parar a Hitler, cuando la comunidad internacional era consciente de las leyes racistas del nacionalsocialismo. Israel no se concibe sin su histórica capital, Jerusalén, ¿Cualquier persona que estudie la Biblia o la historia puede imaginar una circunstancia distinta? Dejar la ciudad milenaria del templo de Salomón como lugar neutral demostró la incapacidad de Occidente para determinar un estado viable de Israel en 1948. Y de aquellos polvos vienen estos lodos.

Palestina nunca ha existido como Estado y, por tanto, cualquier aspiración a una tierra para los palestinos debería haber sido resuelta por los estados árabes pero no a costa de Israel. Sin embargo, el estado de Israel ha realizado un denodado esfuerzo por alcanzar un acuerdo con la Autoridad Palestina, fundada por un grupo terrorista reconocido internacionalmente, en la base de paz por territorios. Este fue un concepto desarrollado por los judíos, es decir, una concesión de otorgar a los palestinos una gran porción del territorio judío a cambio de seguridad. La Autoridad Palestina tomó aquellos territorios que de forma interesada le entregó Israel para constituir su incipiente estado, pero nunca cumplieron su parte del acuerdo, la seguridad que prometieron.

Cuando Israel ocupó una parte esencial del territorio dentro de sus fronteras milenarias en 1967, y después en 1980 cuando su parlamento aprobó la anexión al Estado, ofreció a los árabes la nacionalidad israelita, pero la presión internacional impidió lo que era una aspiración de la gran mayoría de los habitantes de estos territorios: vivir en paz y bajo la cobertura de un estado democrático. Es decir, paz, democracia y seguridad para más de un millón de árabes. Las ciudades árabes de Israel son, de todo el mundo, las que gozan de más derechos, menos desigualdades y mayor renta per cápita; pero a aquéllos que pretenden manipular la realidad para favorecer sus propios intereses no les interesa el bienestar del pueblo árabe sino, por el contrario, mantener la tensión sobre la única democracia de Oriente Medio para así mantener sus regímenes autoritarios.

El segundo error es pensar que, evitando los asentamientos en Jerusalén Este, se favorece el proceso de paz. Éste todavía es más grave. Impedir la construcción de unos cientos de viviendas en Jerusalén es una toma de posición internacional, una imposición del mundo en el proceso de paz. Es reconocer que los palestinos tendrán toda la legitimidad y apoyo internacional para sus reclamaciones, y esto pone a Israel en la peor posición negociadora posible. No es una cuestión de reducir el tamaño o las capacidades del futuro estado palestino. Israel siempre ha ofrecido compensar con territorios en otras zonas mucho mayores por el reconocimiento de su capital indivisible. ¿A qué grado de idiotismo histórico hemos llegado para querer poner ciudades como Belén en manos de un estado que niega los mas mínimos derechos a la libertad religiosa? Y si no, que se lo pregunten a los miles de cristianos palestinos forzados a abandonar los lugares en los que han vivido durante siglos sin ningún apoyo o reconocimiento de la comunidad internacional. Esta resolución dinamita las posibilidades para el entendimiento entre dos vecinos condenados a entenderse y dará alas a todos aquellos grupos terroristas que atacan a diario el estado de Israel y que se sentirán reforzados en sus aspiraciones. Cuando el Consejo de Seguridad condena a Israel en relación con una pretensión de la Autoridad Palestina, está dando alas a los terroristas para incrementar la tensión con nuevos atentados que traerán mas conflictos y más inseguridad. Es decir, exactamente lo contrario de lo que en teoría se pretende conseguir.

El tercer error, y en mi opinión el que produce mayor daño, es que la comunidad internacional ha perdido, al calor de los acontecimientos que han ocurrido en estos años con la primavera árabe –la aparición del Estado Islámico, los golpes terroristas en Europa y la guerra en Siria–, la perspectiva de lo que debe hacerse y lo que debe evitarse. Se ha creado la convicción en muchas sociedades de que condenar a los arrogantes israelitas nos dará más seguridad, generará menos odio en el mundo árabe frente a Occidente y contribuirá a rebajar la tensión en la región. Lo que nos hace más estar más seguros es estar más unidos, los que pensamos igual, y que seamos más fuertes. La división entre las democracias occidentales, entre la que debemos incluir Israel, es la victoria de los intolerantes y de los que quieren derrumbar los cimientos de nuestras sociedades. Mostrar fisuras en momentos tan convulsos no contribuye a generar más seguridad ni, por ello, vamos a ganar adeptos entre aquéllos que todavía abogan por la destrucción del estado de Israel. Si el mundo va a tratar con exquisita igualdad a Israel y a los países no democráticos y grupos terroristas que abogan por su desaparición; si tomamos postura por los 200 millones de árabes de la región frente a los 6 millones de judíos que viven en Israel, por una cuestión administrativa, estaremos haciendo un flaco servicio a la paz mundial y a la supervivencia del mundo occidental democrático y humanista que hemos conocido en los últimos doscientos años en el mundo libre.

A corto plazo, ¿qué debemos esperar? ¿Debe Netanyahu depositar todas sus esperanzas en el presidente electo de Estados Unidos? Esta es la verdadera prueba de fuego de Israel. Obama no ha sido precisamente un gran valedor de Israel, pero lo cierto es que los judíos norteamericanos, esenciales por su influencia en la sociedad y la vida política americana, votaron en una inmensa mayoría por Clinton, igual que antes lo hicieron por Obama. Esta desafección entre los judíos norteamericanos e Israel es, a mi juicio, la mayor amenaza para el estado judío.

Curiosamente han sido los republicanos quienes mejor han entendido cómo debía ser esta relación de profunda amistad, mientras que en la progresista comunidad judía norteamericana se ha extendido la creencia de que la paz es posible y que Israel debe estar dispuesto a ceder todo lo necesario para tener un pedazo de tierra seguro, ignorando la historia, que es la verdadera legitimidad del estado de Israel y de sus fronteras. Muchos congresistas y senadores americanos republicanos no perdonan a los lobbies judíos que siendo ellos los que más han hecho por la seguridad y reconocimiento internacional de Israel, no hayan sido capaces de movilizar el voto hacia los republicanos. No tengo duda de que Trump será un soporte político esencial para Israel, pero tengo mis dudas sobre que la mayoría republicana le soporte a él. También tengo mis dudas de que en el juego de alianzas en el futuro, y en especial en sus relaciones con Rusia, la posición inicial no pueda variar. La complejidad de los intereses en la región y la falta de un apoyo político interno en la sociedad norteamericana a decisiones más concluyentes en favor de Israel, pueden hacer varias estos posicionamientos internacionales. Trump ha aprovechado también esta decisión para reforzar sus ataques a las Naciones Unidas, pero a día de hoy, lamentablemente no hay alternativa mejor a la ONU para mantener una globalidad en las decisiones políticas; tampoco parece que vaya a producirse una unanimidad internacional a corto y medio plazo sobre lo que es un clamor, que es variar la composición del Consejo de Seguridad, basado en la situación geopolítica de 1945. La ausencia de India, Alemania y Japón desautorizan en gran parte a este organismo como representante de los intereses globales.

Ya sabemos que es muy difícil dejar el poder, pero las acciones de Obama en estas últimas semanas, después de saber que su política exterior había sido derrotada por sus conciudadanos, muestran la intransigencia y la falta de estilo de esta administración saliente que debía haber dejado que la nueva administración hubiera tomado aquellas decisiones más convenientes y trascendentes conforme a la voluntad manifestada del pueblo norteamericano. Poner chinitas a Trump no es precisamente una muestra de patriotismo ni de aceptación de la derrota. Por una cuestión personal y partidista Obama ha dejado caer, una vez más, a nuestro más fiel e importante aliado en la región, cuando lo elegante hubiera sido dejar esa decisión al nuevo inquilino de esa Casa Blanca que tanto le está costando dejar.

Pero Israel sabe que no puede vivir de espaldas a todo el mundo y necesita, sobre todo, de Europa, que está una vez más encerrada en los barrotes de la amenaza islamista radical, la creciente islamofobia que en Europa va de la mano del antisemitismo y de los populismos, que buscan siempre culpables endógenos como hicieron en los años veinte, y del oro negro que nos regalan a precio de saldo los grandes productores del mundo, la inmensa mayoría de los cuales no reconocen la existencia del estado de Israel. Basar toda la estrategia de seguridad en Trump no parece muy aconsejable, pero si Europa no se posiciona claramente en favor de Israel, Netanyahu deberá buscar amigos en otros lugares y, sin duda, uno de los más próximos se encuentra en Moscú; si Putin y Trump se alían para apoyar a Israel, Europa habrá dado un paso más en su proceso de insignificancia política y, lo que es más grave, perdiendo las referencias de nuestra civilización por favorecer a los que son diferentes y nos amenazan, seremos más débiles, la libertad y la democracia estarán más amenazadas y nuestra economía se empobrecerá al ritmo que nuestros valores se ven arrumbados por decisiones oportunistas o populistas.

Las relaciones con Israel no pueden tratarse como con cualquier otro estado. ¡Ya quisieran los habitantes de este estado liberal y democrático de Oriente Medio tener unas relaciones normales y admitir estas derrotas en Naciones Unidas como parte de un proceso normal de entendimiento entre naciones! Pero la realidad es que es un estado amenazado y sin fronteras seguras y continuamente atacado por grupos terroristas e ideologías que sentimos que tampoco comparten nuestro modo de vida Occidental.

Un pequeño país que ha conseguido un milagro económico gracias al esfuerzo y la inquebrantable voluntad de supervivencia del pueblo judío, y de los cientos de miles de árabes que conviven en su territorio. No es una cuestión religiosa lo que se está dirimiendo; ni siquiera una cuestión de fronteras o administrativas; se trata de hacer lo que es justo y legítimo; de apoyar a los que piensan como nosotros en el convencimiento de que tenemos razón; debemos apoyar a nuestros aliados en la guerra contra los terroristas y no debilitarlos y, sobre todo, debemos dejar que el pueblo judío sea soberano y tome sus propias decisiones. El día que palestinos y judíos se pongan a negociar solos, sin ninguna injerencia de intereses externos espúreos, la paz llegará mucho más deprisa de lo que muchos creen. Pero si seguimos en esta senda de debilitar al aliado, lo único que conseguimos es fortalecer al enemigo, y ese no el camino. La pérdida del diálogo sincero entre Israel y sus aliados es la causa principal de estas decisiones que ha tomado el gobierno de Netanyahu. Retomarlo debe ser la prioridad número uno de Trump y de Europa pero también del premier israelí. La estabilidad de Netanyahu pasa bien por echarse en manos de los radicales de la derecha política y religiosa y llevar la cuestión de la seguridad a un nuevo conflicto, o por conseguir que Occidente sea un aliado más fiel y estable que justifique decisiones que serán dolorosas para una gran parte del pueblo de Israel, pero que está dispuesto asumir si no se sienten solos. Hoy, sin embargo, el pueblo de Israel está más solo que nunca en mucho tiempo, y eso no es bueno para los principios que defendemos.

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