Colabora
Pedro de Tena

El anarquismo español y la hipocresía del populismo neoleninista

Condolerse de la ejecución de un anarquista después de casi medio siglo para aparecer ante el público como sus herederos o afines es repugnante.

No salgo de mi asombro, si bien, con los años, he asumido que la verdad interesa a muy pocos. La edad me ha mostrado, además, que el destino, la libertad y la felicidad de los ciudadanos, individualmente considerados –porque no hay otra manera cabal de considerarlos–, no les interesa a quienes sólo usan su fuerza numérica, en las calles o en las urnas, para extraer beneficios políticos, económicos y personales, a derecha e izquierda. Pero al escuchar el gemido de algunos marxistas actuales sobre la ejecución por el franquismo de Salvador Puig Antich, un joven anarquista de inclinación violenta, es preciso recordar cómo fue el trato que recibieron los anarquistas españoles del socialismo y el comunismo patrios.

En el anarquismo surgido en la España del siglo XIX de la mano del bakuninista Fanelli siempre hubo dos tendencias generales, la sindicalista, revolucionaria o política, y la terrorista y violenta. Su gran organización fue la CNT, creada en 1910 a partir de los restos de la I Internacional española que no quiso plegarse a las consignas del marxismo autoritario. La CNT fue la más importante organización de raíz obrera de toda la historia de España, mucho más popular y asentada que la UGT, incluso en la Cataluña industrial. Desde el principio, los partidos marxistas, el PSOE primero y el PCE después, quisieron eliminar de la escena a la CNT, en todas sus versiones, por su preferencia por una ética paleocristiana, por su desconfianza hacia los comités centrales y sus férreas disciplinas científicas y por su defensa de la libertad individual, algo en lo que nunca fueron consecuentes, lamentablemente.

Salvo en algunas acciones generales conjuntas, como la huelga general de 1917, casi siempre la CNT fue a su aire. De hecho, prefirieron la cárcel a aliarse con la dictadura de Primo de Rivera, como hicieron Largo Caballero, PSOE y UGT. Consideraron, en gran parte, que una República burguesa no merecía ser defendida ni siquiera por razones de oportunidad y decidieron que la guerra civil era una revolución social y no meramente una ocasión para la defensa de la democracia por mor de la Rusia de Stalin y su títere.

Me dijo un catedrático miembro del PCE en los años anteriores a la muerte de Franco que había que hacer todo lo posible para que nunca resucitase la CNT. Lo han conseguido. Asistir a los trenos de cocodrilo de los neomarxistas-leninistas sobre la ejecución de Antich, que, como se ha demostrado en Libertad Digital, muy pocos trataron de evitar, da, sencillamente, fatiga, náusea, asco. No es defendible la pena de muerte ni cuando es dictada por tribunales, con más o menos garantías. Mucho menos, cuando es decidida por bandas asesinas sin opción de defensa alguna, tantas veces silenciadas o aplaudidas si son de izquierda. Pero condolerse de la ejecución de un anarquista después de casi medio siglo de silencio con el fin de aparecer ante el público como herederos o afines del anarquismo español al que siempre trataron de eliminar es repugnante. Más que la defensa del inocente Bódalo.

PS. Hubiera sido interesante comprobar si la CNT hubiera aceptado vías democráticas para debatir el destino de la España democrática común. No lo sabremos nunca, aunque el anarquismo siempre tuvo puntos en común con el liberalismo que nunca se desarrollaron.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario