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Guillermo Dupuy

Es la corrupción, estúpido

La decadencia de nuestra nación está asegurada si cala la impresión de que el único problema que le afecta es la falta de honradez de sus políticos.

La corrupción en el seno del PP ha sido la gran –por no decir única– protagonista de esta semana, y mucho me temo va a continuar siéndolo en lo mucho o poco que quede de legislatura. La oposición, sencillamente, no tiene otra cosa con la que perjudicar al PP, debido a nuestras buenas previsiones de crecimiento económico y, sobre todo, al inconfeso pero real consenso de todos los partidos con representación parlamentaria ante problemas al menos tan graves como la falta de honradez de nuestros políticos, como son nuestro insostenible y disfuncional modelo autonómico, nuestro sistemático incumplimiento del tope de déficit, nuestro histórico endeudamiento público, nuestra voraz y contraproducente presión fiscal, el persistente desafío secesionista en Cataluña, la lentitud y politización de la Justicia, la persistente debilidad de derechos fundamentales como los derechos a la propiedad, a la libertad y, en el caso del aborto, a la vida; o la persistente escisión de la España seca de la España húmeda.

Si al menos este injustificado monopolio de la corrupción a la hora de captar la atención de nuestra clase política y mediática sirviera para llevar a cabo auténticas y profundas reformas legislativas que fueran a la raíz de este problema, como la lentitud y politización de la Justicia, la falta de control y transparencia en el gasto público o el colosal intervencionismo, que aboca al mandatario a un sinfín de tentaciones, al menos tendríamos esperanza de aproximarnos de verdad a algo tan deseable como es el desempeño honrado de la función pública.

Mucho me temo, sin embargo, que esta casi única preocupación política y mediática por la corrupción no va a servir para otra cosa que para que los partidos políticos se tiren mutuamente los trastos a la cabeza o para que lleven a cabo reformas meramente cosméticas, alguna de las cuales puede incluso servir para que algunos políticos se deshagan arteramente de sus adversarios –de dentro y fuera de su propio partido– con espurias denuncias que les lleven a ser investigados y tener que asumir las consiguientes y automáticas "responsabilidades políticas".

El bochornoso autobús de Podemos, donde se mete en el mismo saco a condenados por corrupción, simples imputados, personas que sólo son periodistas o simplemente pertenecen a determinados partidos, es sólo una muestra de la nauseabunda y artera utilización que muchos hacen y cada vez más van a hacer de la lucha contra la corrupción.

No pretendo, obviamente, minimizar el grave problema que supone la corrupción en España ni dejar de lado el principal causante de la misma, que es la falta de coraje moral de quien cae en ella; pero tampoco creo que haya que exagerarlo respecto de lo que ocurre en otros países ni menos aun circunscribirlo únicamente al Partido Popular. Lo que me temo es que la decadencia de nuestra nación está asegurada si cala la impresión de que el único problema que le afecta es la falta de honradez de sus servidores públicos.

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