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Antonio Robles

El problema del PSOE es que no tiene una idea de España

Si se sacó algo en limpio del debate de primarias entre Susana, Pedro y Patxi es que el PSOE no tiene una idea de España. Tampoco un proyecto. Y en el caso de Pedro Sánchez, ni siquiera el conocimiento intelectual para abordar la crisis territorial de la Nación española. Tampoco conciencia de las consecuencias de esa ignorancia.

Que un candidato a la presidencia del Gobierno demuestre tener la misma exactitud sobre el concepto de Nación que cualquier parvulario adoctrinado en las escuelas nacionalistas es para preocuparse seriamente y preguntarse qué estamos haciendo mal los españoles. ¿O acaso no somos los ciudadanos corrientes los que estamos propiciando esta generación de gañanes?

La crisis del PSOE y su actual desorientación nacional viene de lejos. Fundamentalmente de la influencia e infiltración catalanista del PSC y su condescendencia con el carácter antidemocrático de los nacionalismos, que ha permitido una deslegitimación del sujeto de la soberanía nacional, es decir, del pueblo español. Condescendencia no únicamente del PSOE, sino de toda la izquierda española, queha permitido poner en duda la legalidad y la legitimidad de la idea democrática de la Nación española, atolondrada por el fantasma de la España franquista. La expresión más sumisa a ese complejo la reflejó en el 2004 Rodríguez Zapatero en el Senado:"La nación es un concepto discutido y discutible". De ahí a la degradación de Pedro Sánchez: "Es un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo, en Cataluña, por ejemplo, en País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas", era un hecho cantado.

No es tarea de este artículo arreglar lo que debían traer trillado del bachillerato, pero les recomiendo el libro "La derrota del pensamiento", del filósofo francés, Alain Finkielkraut, donde distingue dos conceptos irreconciliables de nación: la nación romántica y la nación como voluntad general.

La primera surge del romanticismo alemán, que atribuye a cada nación una naturaleza persistente en el tiempo con unos rasgos comunes de los que participan todos sus miembros. Esa naturaleza es el Volksgeist (el espíritu del pueblo). La nación sería así el alma del pueblo, preexistente al individuo de la cual participa y le constituye. El individuo sería la consecuencia de la nación y no al revés. O dicho de manera descarnada, nacemos en un contexto, con una lengua, una cultura, unas costumbres que hablan, sienten por nosotros y nos individualizan como grupo compacto y cerrado frente a otros grupos nacionales. Nuestro ser, nuestra libertad y nuestra felicidad están indisolublemente encadenados al alma colectiva de la nación. Nuestra identidad es la identidad de la nación.

El concepto de nación como voluntad general, por el contrario, no es preexistente al individuo, sino la consecuencia de la voluntad general del pueblo. Es la nación originada por la Revolución Francesa, la que fundamenta la soberanía de un Estado democrático de Derecho. La primera esclaviza, la segunda libera, la primera determina, la segunda convierte a los súbditos en ciudadanos. La primera es esencialista, crea rebaños, la segunda es abierta, da pie a la ciudadanía de hombres libres e iguales, dueños de su destino.

Pedro Sánchez ni siquiera repara que la indigente definición que soltó en el debate es la que engendró todos los fascismos del siglo XX y en la que se basan hoy en España los nacionalismos catalán, vasco y gallego para reivindicar un Estado propio. Es la reivindicación de un pasado legendario que nunca existió, y la esperanza de un futuro de miel y rosas tan lírico como el pasado imaginado (el concepto de nación como marco de soberanía jurídica nace en la época moderna y la romántica o identitaria de nuestros nacionalismos, en el S. XIX).

Para que se entere nuestro mutante por conveniencia, el concepto de nación cultural que defiende lleva en sí (hace años que lo estamos sufriendo) la exclusión cultural, nacional y lingüística. En Cataluña ni siquiera se puede estudiar en español y en el resto lo intentan. Y eso sólo es la expresión esperpéntica del empeño; tras ella, de forma más sibilina imponen la exclusión social a millones de personas que no entran dentro de la identidad romántica de nación que han ido construyendo con el dinero de los excluidos. ¿Es esa nación la que está defendiendo Pedro Sánchez y sus compañeros de viaje en Podemos con la reivindicación del plurinacionalismo? ¿Ese tipo de nación basada en meros sentimientos no serviría también para fundar en Cataluña la nación de los hispanohablantes, como han construido la suya los ungidos por la lengua propia?, ¿la nación de los culés y la nación de los pericos?, ¿la nación de payos y la nación de gitanos?, ¿la nación musulmana y la nación cristiana?, ¿de gallegos guetizados en Cataluña etc. etc. etc.? Si la nación se reduce a un sentimiento cultural o lingüístico, da para desenterrar de nuevo a los Tartesios, a los Tarraconensis, lusitanos, cartagineses y si me apuráis, el ¡viva Cartagena! Y si no que le pregunten a los que reivindican en Andalucía desde el Islam, Al Ándalus.

Miren, no soy imparcial, el desorden mental con que la izquierda nos conduce al abismo me ha llevado a impulsar un proyecto político de Centro Izquierda de España que reúna las fuerzas suficientes para que la izquierda se reconcilie con su país. Y eso es tremendamente difícil porque esa transición mental no se hizo en la Transición Política del 78. Entonces se llevó a cabo la proeza de aunar a todos los españoles, independientemente de su ideología, para crea un Estado Social y Democrático de Derecho. La generosidad de muchos, sobre todo de los perdedores de la Guerra Civil, la hizo posible. Y esa generosidad ha dado a los españoles de carne y hueso los mejores años de su historia. Pero no se hizo la Transición mental, se obvió tras el olvido forzado que las circunstancias impusieron. Cada bando, inconscientemente, siguió adorando a sus dioses ideológicos y ocultando sus rencillas políticas. Solo hizo falta que un necio irresponsable desenterrara la sangre de los muertos para envenenar la de los vivos, para que esa transición mental frustrada, de reconciliación no realizada, abriera la caja de pandora. En ella estamos con los agitadores profesionales del populismo surgidos de una generación universitaria que no vivió ni sufrió la Guerra Civil y ha construido su personalidad política sobre los escombros del odio a España.

Habrá que hacer una revolución mental, habrá que completar la Transición política con la Transición mental, superar el cainismo, disolver viejos rencores y surgir limpios de la catarsis. Los españoles deben separar a España de sus disputas ideológicas para que la izquierda vuelva a amar a su país. Hay que salvar de la ruina el lugar común que nos cobija amparados por un Estado de Derecho respetuoso con todos.

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