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Marcel Gascón Barberá

Zapatero y Venezuela

Convendría dejar claro que al menos una parte de la institucionalidad española rechaza el uso que el expresidente hace del cargo que un día ocupó para legitimar a una dictadura que debe ser ahogada.

Convendría dejar claro que al menos una parte de la institucionalidad española rechaza el uso que el expresidente hace del cargo que un día ocupó para legitimar a una dictadura que debe ser ahogada.
Cordon Press

José Luis Rodríguez Zapatero volvió este mes a erigirse en abogado del chavismo al pedir en una carta a la oposición venezolana que negociaba con Maduro que firmara el acuerdo político que había aceptado el régimen. El documento en cuestión preveía que las partes trabajaran para que se levanten las sanciones financieras de Donald Trump contra Caracas, el único instrumento que hasta este momento ha resultado eficaz para combatir a la dictadura bolivariana, y fijaba las elecciones en la fecha marcada por el Parlamento paralelo creado por el chavismo (la Asamblea Nacional Constituyente), sin más garantías que el nombramiento de dos rectores electorales por consenso y un compromiso de favorecer la "equidad" en el reparto del espacio en la televisión pública. Como si barbaridades ya institucionalizadas en Venezuela como el uso partidista de los esquemas de alimentos subsidiados, de los que depende ya la mayoría, o la grotesca politización (y cubanización) de las Fuerzas Armadas fueran nimiedades que ya se resolverán cuando se cambie de Gobierno y cambiar de Gobierno por las urnas fuera posible sin eliminar esos obstáculos.

El acuerdo que (para estupefacción y disgusto de Zapatero, que nunca ha firmado ninguna carta contra las arremetidas chavistas contra la democracia) no firmaron los adversarios de Maduro no contemplaba derogar las medidas que impiden presentarse a las presidenciales a dos de los principales líderes opositores. Henrique Capriles está inhabilitado por una medida administrativa del Tribunal de Cuentas, y Leopoldo López sigue privado de libertad en su casa después de más de tres años preso en la cárcel militar de Ramo Verde. El régimen no solo elige las fechas, escoge también a sus adversarios, y Zapatero –que en los últimos meses y en varias ocasiones ha visitado con desbordante cordialidad a Maduro, cuando este más lo necesitaba– quería que la oposición avalara con su firma la normalidad democrática del proceso.

Es de momento imposible saber por qué un expresidente del Gobierno que no parece estar amenazado por el Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia) ni depende a priori de las bolsas de comida subsidiada que entrega según la fidelidad mostrada la Revolución Bolivariana se presta a presionar aún más a una oposición acosada para que, además de dejarse robar, lo celebre y aplauda a los ladrones. ¿Se sigue embarrando con Maduro y sus amigos, los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, por dinero, por afinidad ideológica, porque les debe algo? ¿O es que aspira al premio Nobel con un acuerdo "como sea"?

Por otra parte, no es muy razonable, como se ha hecho en algunos artículos, pedir verticalidad a un hombre que ha demostrado una capacidad formidable para odiar (siempre con una sonrisa) y abrazarse sin perder el talante a todos los enemigos de la derecha (bastante más nobles que él, por menos sibilinos). Alguien que además no solo tiene principios de plastilina, sino que presume de ello.

Condenado al fracaso parece también el animar a Rajoy a deslindarse por completo de la labor de cloaca de Zapatero en Venezuela. No hay mejor exponente que el presidente de la querencia española por la placidez de ciertos consensos, y no hay límite de lo aceptable que para evitar el conflicto no pueda seguir estirándose.

Pero sí cabe apelar a políticos y personalidades menos cansadas, más valientes y con más músculo, que vienen haciendo lo correcto sobre Venezuela y mantienen viva la esperanza de un tejido moral español que haga pagar algún precio por los comportamientos infames. Zapatero es relevante en Venezuela por el prestigio que le da haber sido presidente del Gobierno, aunque lo utilice para torpedear la presión que, con condenas y sanciones, dicen querer ejercer Madrid y Bruselas contra Maduro. Convendría dejar claro que al menos una parte de la institucionalidad española rechaza el uso que el expresidente hace del cargo que un día ocupó para legitimar con diálogos sin perspectivas a una dictadura que debe ser ahogada, mientras regaña a quienes la sufren por negarse a claudicar.

Por ejemplo, con una carta abierta de apoyo inequívoco a los venezolanos que sufren la Revolución Bolivariana. Una carta abierta que puedan firmar todos los españoles que quieran, esté encabezada por los expresidentes Felipe González y José María Aznar y condene los manejos con el régimen chavista que se trae entre manos el tercer expresidente vivo. Una carta abierta que incluya también a Rivera, y a lo mejor así hasta se anima a firmar Rajoy.

Marcel Gascón Barberá, excorresponsal de EFE en Venezuela.

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