
En las próximas semanas y meses, Ucrania recibirá de sus aliados occidentales decenas de tanques de fabricación alemana (Leopard) y estadounidense (Abrams). La decisión se tomó hace unos días después de muchas vacilaciones debido, sobre todo, a las reservas de Alemania. Berlín temía las represalias de Moscú ante la entrega al Gobierno de Kiev de los primeros carros de combate de fabricación occidental.
La resistencia del canciller Scholz fue quebrada en gran medida por Polonia. El Gobierno de Varsovia manifestó que enviaría sus Leopards con o sin el permiso de Berlín, que tiene derecho a veto sobre la transferencia de estos tanques al ser el país fabricante. El movimiento del primer ministro polaco Morawiecki no sólo habría dejado en evidencia la postura timorata y deshonrosa del Gobierno de Scholz en este asunto.
También ponía a Berlín ante el dilema de aceptar un vergonzante trágala o emprender acciones legales contra Polonia por incumplimiento de contrato. Ver a la primera potencia europea litigando contra otro país porque éste se había atrevido a reforzar a la víctima de la cruel invasión de un vecino más grande y poderoso era un espectáculo demasiado bochornoso para Alemania. Y el canciller acabó cediendo.
La historia podría repetirse ahora con los aviones de combate que Zelenski exige para poder ganar la guerra. Polonia ha dejado claro que está dispuesta a enviar cazas a Ucrania siempre que la decisión cuente con el respaldo de la OTAN. Scholz, por su parte, ha vuelto a empezar diciendo que nein, pero las cosas podrían cambiar a medida que aumente la presión y otros aliados se decidan a dar el paso.
Este proceso que lleva repitiéndose desde que comenzó la invasión a gran escala de Ucrania tiene dos efectos claros. Por una parte, afianza a Polonia como potencia europea. Y en la misma medida compromete la imagen de un Berlín que insiste en confirmar su incapacidad de adaptarse a nuevas realidades inapelables que no son compatibles con sus viejos hábitos.
Además de decantar hacia el noreste la balanza de poder en el continente, las negociaciones sobre la entrega de más armamento a Ucrania nos siguen mostrando que el conjunto de la OTAN continúa sin tomar la iniciativa en este conflicto. Además de con el órdago polaco a Berlín, la entrega de Leopards coincide con una fase favorable a Rusia en el teatro de operaciones.
A base de sacrificar a miles de presidiarios, el grupo Wagner acaba de tomar la localidad de Soledad, en el este de Ucrania. Pese al altísimo coste que los mercenarios de Prigozhin han pagado por ella, el desenlace de esta batalla podría anunciar nuevos avances rusos en el Donbás. Aunque no sean decisivos, podrían menguar la moral ucraniana y harían más difícil el objetivo de Kiev de recuperar todo el territorio.
Algunos analistas han sugerido que Occidente ha accedido a enviar tanques ante la constatación de que Rusia podría acercarse peligrosamente a algunos de sus objetivos si no se daba ese paso. Estados Unidos y otras potencias occidentales saben que no pueden permitirse una victoria de Rusia, pero tienen miedo a apostar sin ambigüedades por su derrota. Es comprensible la precaución ante la reacción de Moscú, pero Putin no ha cumplido, hasta el momento, ninguno de sus ultimátums a Occidente por el incremento del envío de armas.
Es improbable que quien no puede sólo con Ucrania se arriesgue a activar el artículo 5 de una OTAN que —todo parece indicar— acabaría con Rusia en días. Está, claro, el riesgo de las bombas nucleares, pero ¿qué ganaría Putin de usarlas? El líder del Kremlin ha mostrado siempre un afilado instinto de protección incompatible con la pulsión nihilista que necesitaría para provocar un apocalipsis nuclear. Y Estados Unidos ha dado indicaciones de que respondería con un ataque devastador para las fuerzas militares rusas en Ucrania si Putin recurriera al uso de armas nucleares tácticas. Putin, parece, no obtendría nada positivo de usar la bomba.
Aunque nadie puede estar cien por cien seguro de la respuesta rusa, en algún momento deberemos apretar los dientes y asumir las consecuencias de hacer lo correcto. Aplazarlo, y continuar enviando armas a Kiev a cuentagotas, permite a Rusia seguir matando a gente y destruyendo ciudades. Y dispara la factura de la imprescindible victoria.