Colabora
Cristina Losada

Grouchomarxistas de derechas

Si el Gobierno no dice apenas nada sobre el separatismo, es quizá porque no tiene nada que decir. No entiende a qué fenómeno político le ha tocado enfrentarse.

Una delegación de Sociedad Civil Catalana ha estado un par de días en Alemania explicando la situación en Cataluña a medios de comunicación e instituciones. Su presidente, José Rosiñol, ha contado que encontraron "una opinión pública confusa", influida por los "ecos del relato independentista". Ha habido, decía, pocas voces dedicadas a despejar "la sombras narrativas del nacionalismo catalán". Mientras tanto, en Madrid, comparecía una de las escasas voces europeas claramente comprometidas con España y su democracia frente a la amenaza separatista. Era Manuel Valls, barcelonés de nacimiento, ciudadano francés, ex primer ministro de Francia, exministro francés del Interior. Insistió en algo que ya había dicho en otras ocasiones: "Si se rompe España, se rompe Europa".

A Valls fue a escucharle la vicepresidenta del Gobierno. De un Gobierno, el de España, que no se ha distinguido en la labor explicativa y expositiva del problema y del golpe. En realidad, no ha hecho prácticamente nada de eso. No lo ha hecho fuera de nuestras fronteras, salvo por esa parte opaca a la que apuntan miembros del Gobierno cuando resaltan que ningún otro Ejecutivo europeo ha prestado apoyo al independentismo catalán. ¡Sólo faltaría! Claro que no hay de qué sorprenderse. No ha hecho fuera lo que no ha hecho dentro.

Todos estos años, a lo largo de este lustro de abierto desafío separatista en Cataluña, el peso del trabajo de desenmascarar las falsedades y falacias de los independentistas, de restablecer la verdad sobre la democracia española frente a sus sistemáticos ataques, ha recaído en la sociedad civil: asociaciones, periódicos, periodistas, intelectuales, escritores, diputados, profesores, ciudadanos. Casi mejor. Cuando algún miembro del Gobierno ha querido meter baza, recuérdese a Margallo –aquel debate con Junqueras, por ejemplo–, no ha hecho más que meter la pata.

La voz del Gobierno no se ha oído más que para la obligada defensa de la ley y del Estado de Derecho. Y los biempensantes dirán que ha hecho bien por aquello de no echar más leña al fuego. La virtud de no provocar. En virtuosa concordancia con unas de las invenciones más exitosas del nacionalismo catalán: la fábrica de independentistas. El cuento de que cada voz contra el nacionalismo o el separatismo que se dé en "Madrid" multiplica el número de sus partidarios. De que no hay que oponerse al nacionalismo porque eso le favorece.

Hay otra interpretación posible del silencio gubernamental. La sugería, involuntariamente, el ministro de Hacienda en esa entrevista en El Mundo que ha saltado a la arena política y judicial por poner en entredicho las pruebas sobre malversación que ha reunido el juez Llarena. Montoro expresaba ahí unas ideas sobre el origen y las causas del procés que hay que suponer que son las que maneja el Gobierno. Todas equivocadas. Desde el principio. Un principio que radica en la creencia de que el móvil del separatismo catalán son los intereses económicos. Que todo este lío, como diría el presidente, es sólo por dinero. El viejo y manido estereotipo de "la pela", en fin. Así, por ejemplo, Montoro se mostraba convencido de que el progreso económico de Cataluña es el antídoto perfecto al separatismo, porque "si los catalanes progresan dentro de España, los independentistas se quedan sin argumento más allá del sentimental".

En el PP, bien mirado, tenemos a los últimos marxistas pedestres de Occidente –con permiso de Podemos–, a los últimos creyentes en el determinismo económico y a uno más de los muchos que desdeñan el poder de las ideologías y, sí, también de los sentimientos. Por seguir con el ejemplo: Cataluña ha progresado en España y el independentismo, sin embargo, ha existido. ¿Cómo lo explican los de "la pela"? No podrán. Tendrían que hacerle un hueco a la idea de que el separatismo catalán ha existido y existe por una ideología nutrida de sentimiento identitario y supremacista. Con el odio correspondiente. No excluye la búsqueda del privilegio económico. Pero lo que más desean los separatistas no es un pacto fiscal ni un cupo a la vasca: es separarse de España.

Si el Gobierno no dice apenas nada sobre el separatismo, es quizá porque no tiene nada que decir. No entiende a qué fenómeno político le ha tocado enfrentarse. Si no entiende de qué va, si cree que todo esto es por "la pela" y punto, si no sabe nada de la ideología que lo sostiene, difícilmente puede afrontarlo como es debido. Ni explicar nada, dentro o fuera.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario