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Pedro de Tena

El despotismo de la minoría

El resultado de aquella moción ha sido un golpe de mano por el cual una minoría está imponiendo al conjunto de España un destino cada vez más incierto.

Había quien creía que una democracia, al estilo liberal europeo, consistía en que una minoría no podía imponerse a la mayoría. Ciertamente, una democracia de calidad debería profesar con fervor el respeto a las minorías para evitar el absolutismo de la mayoría. Pero nunca pudieron sospechar, ni Tocqueville, que en una democracia medio normal una minoría de 84 diputados sobre 350 y con un Senado en contra pudiera dictar por decreto ley, jugando con las minorías que le llevaron al Gobierno, el destino de una nación. Pues bien, la camarilla de Pedro Sánchez, en vez de agilizar la convocatoria de elecciones, como debería hacer por sentido democrático y del Estado, se está empeñando en gobernar sobre la gran mayoría y, lo que es más grave, lo está consiguiendo.

Escupiendo sobre la palabra diálogo, palabra que sólo se empuña en la oposición y que en cuanto se llega al Gobierno se envaina estupendamente, se ha cargado de un plumazo el consenso que el Gobierno anterior trenzó con PSOE y Cs para actuar en el espinoso asunto del separatismo catalán. Sin ningún tipo de pudor, para añadir algún ejemplo, sube impuestos por doquier y acomete reformas –la laboral, verbigracia– que no cuentan con una mínima maduración. El caso de RTVE, donde tras haber acusado de partidismo y manipulación al Gobierno saliente decide nombrar por su cuenta, al margen del procedimiento establecido, a un director de la cuerda de Podemos, es revelador. Como revelador ha sido el chalaneo sobre el cargo de unos gerifaltes de la izquierda española, una de los cuales incluso había llegado a anunciar que se iba a cargar los toros de la programación. Así, sin más. Luego anuncia la cesión de la gestión de la Seguridad Social al Gobierno separatista vasco o manda de embajador a Pablo Iglesias ante el esperpento del racista Le Pen Torras, tras humillar al embajador español en USA.

Y para rematar esta faena impropia de una persona dotada de cierto pudor democrático, ahora se lía a martillazos con las tumbas, por ahora la de Franco, pronto la de José Antonio Primo de Rivera y luego ya se verá, devolviendo al presente a quienes creíamos hace mucho que formaban parte del pasado. Desde 1978, ningún partido, provisto o no de mayoría absoluta, fue tan estúpido como para despertar monstruos dormidos. ¿Se imaginan a la izquierda francesa reclamando martillos para derruir el mausoleo de Napoleón?

Como estuve en la cárcel en los últimos tiempos del régimen franquista, algo que no fue un mérito sino una torpeza porque no escapé a tiempo, puedo decir y digo que el franquismo fue una dictadura, claro, como lo hubiera sido si hubiese ganado la de las checas y Stalin. Tras una guerra civil, sólo podía subsistir una dictadura. Y ganó la franquista, no la chequista. Pero la franquista cogió una España hambrienta y desorganizada y dejó un Estado y una sociedad aptos para su ingreso en la Unión Europea. Tardó casi 40 años, cierto, casi los mismos que el PSOE lleva gobernando en Andalucía, con resultados deprimentes si nos ceñimos a la eficacia. Para colmo, sus propios beneficiarios se hicieron un histórico haraquiri por mayoría absolutísima para dar paso a una democracia internacionalmente homologada con el visto bueno de una izquierda a la altura de las circunstancias. Seguir así, sin más, con la matraca del fantasma de Franco y la Guerra Civil es incivil y peligroso, además de cansino y estúpido.

Y todo esto lo hace un señor que tiene 84 diputados, muchos de los cuales no piensan como él. Gobierna a golpe de dictado contra un importante sector de su partido, contra dos partidos que cuentan con 169 escaños y contra –o no, según y selectivamente– los 96 del jaleo partidario que le apoyó… ¡en una moción de censura constructiva de la que se iba a derivar la convocatoria de elecciones! Y ahí sigue y seguirá.

El resultado de aquella moción ha sido un golpe de mano por el cual una minoría está imponiendo al conjunto de España un destino cada vez más incierto. Una cosa demuestra este nuevo entuerto nacional: la democracia española necesita reformas que impidan que esto pueda volver a ocurrir.

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