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Zoé Valdés

Desde el Imperio de Guatepeor

Quién iba a decir que la espumosa y fabricada popularidad de Emmanuel Macron bajaría tanto y tan bajo que hoy en día es el presidente más impopular que ha tenido Francia.

Quién iba a decir que la espumosa y fabricada popularidad de Emmanuel Macron bajaría tanto y tan bajo que hoy en día es el presidente más impopular que ha tenido Francia.
Emmanuel Macron | EFE

Francia va de mal en peor, o como diría aquel refrán isleño: "Está que no pone una, ha ido de Guatemala a Guatepeor". Los franceses habitan en el imperio de Guatepeor, añado yo. La arrogancia de sus gobernantes puede más en que la eficacia, la emoción y la sinceridad que debieron adoptar hace ya varias décadas, tal carencia se vio ampliamente durante la última alocución televisiva del presidente –¿Emperador?– tras cuatro actos en sábados sucesivos de las protestas de Chalecos Amarillos; alocución durante la cual aprovechó para tirar unas cuantas limosnas como quien no quiere la cosa y agregar con voz a medio tono de velorio que él –Su Majestad– ama a los franceses, y que su lucha es por los franceses. Para lo que lo eligieron, supongo. Estaría bien que abandonara esa lucha y se retirara con su señora a juguetear de nuevo con el dinero de los ricos, que al parecer es lo que mejor se le ha dado hasta ahora.

Francia podría ir a peor, porque la situación tan desesperada en la que vive la población, pagando los impuestos más altos de Europa, cobrando salarios y jubilaciones bajísimos, soportando las trampas burocráticas contra los emprendedores, entre una larga lista de etcéteras, pudiera convertirse en una auténtica pesadilla si en las elecciones próximas, viendo en la situación tan lamentable en la que se hallan los partidos de la oposición, hubiera que ponerse a elegir –elegir, da risa– entre el ultracomunista Jean-Luc Mélenchon y la ultraderechista Marine Le Pen. Conociendo como conozco Francia, donde vivo, exiliada y no comiendo chicharrones de viento, desde hace 28 años, la solución francesa para semejante desgracia sería entonces votar por el comunista, amigo del castrismo, defensor de Nicolás Maduro, demagogo, oportunista, ignorante y corrupto.

Si Emmanuel Macron fue elegido hace poco más de un año fue precisamente para evitar a Le Pen, y no porque Francia creyera en él a pie juntillas, y mucho menos en su partido En Marche!, que no llevaba en aquel momento ni un año de fundado, y que todos sospechaban que era una creación alternativa al Partido Socialista (con la coronita de banquero de los Rotshchild), que, por otra parte, después del desastroso François Hollande, jamás ganaría las elecciones. Así pintaba entonces la situación, y de ahí que en la actualidad se atisbe el color hormiga de un futuro en el que la gente prefiere ni pensar porque el trastabilleo y la inseguridad del día a día no se lo permite.

Quién iba a decir que la espumosa y fabricada popularidad de Emmanuel Macron bajaría tanto y tan bajo que hoy en día es el presidente más impopular que ha tenido Francia, mucho más que Hollande, que, como dicen ellos mismos, "il faut le faire!".

Impopular, engolado, aburrido y para colmo goloso. Más poder, más poder, pareciera que exige desde su impostura y su soberbia. Capaz de humillar a un adolescente, a un ingenuo estudiante, que le trató en publicó con un "Salut, Manu!"; al que semejante humillación por parte del mandatario le valió cientos de miles de burlas de muy mal gusto en las redes sociales, frente a las que el joven reaccionó con una depresión que le impedía asistir a la escuela, por temor a que sus compañeros de clase lo lincharan verbalmente.

Y sin embargo, tiempo más tarde, Su Excelencia no reparó en retratarse con unos jóvenes, traficantes de droga, se supo después, en Ultramar, uno de ellos haciendo la peineta o dedo de honor; pero, ya saben, esa simpática y desenvuelta falta de respeto da la imagen de un presidente antirracista y cercano de las masas. Del mismo modo, no pensó, cuando más tarde pidió respeto para los monumentos nacionales tras los destrozos de los Gilets Jaunes o de los delincuentes que se colaron, que él mismo, el 14 de julio pasado, Día de la Fiesta Nacional, llenó el Palacio del Elíseo con una tropa de bailarines de orígenes africanos y árabes, bailoteando semidesnudos en una coreografía más digna de la Tropicana castrista que del Moulin Rouge del pintor Toulouse Lautrec, lo que constituyó una falta de consideración a ese monumento de gobierno que es el Palacio del Elíseo. Y hay quienes llaman todavía a Donald Trump populista. Bah.

Así estamos, y aquí seguimos, resistiendo revueltas populares de permanentes indignados y ataques terroristas cometidos por lunáticos casos aislados o por sintomáticos "perturbados psíquicos" que pueden escapar más fácilmente a una redada policial que un manifestante a una bala de flashball de los CRS. Ocurre en los Emiratos Imperiales de Guatepeor, antigua Francia.

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