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Zoé Valdés

Macron el invisible

"En este momento quien dirige este país es un árabe, y se llama Alexandre Benalla", me comenta orgulloso un chofer de Uber. Así estamos.

Desde mediados de agosto, en que se desatara el escándalo Alexandre Benalla, donde se vio seriamente implicado y visualizado y señalado desde todos los flancos el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, éste decidió plantarse en un memorable patio, simbólico del poder parisiense, a soltar una andanada provocadora en la que reclamaba a que fueran a buscarlo, "a por él", y a partir de ahí, de aquel inesperado e insólito acto de gallo cocorico arrebatado, optó por la desaparición, típico de un cobarde.

Pocas han sido desde aquel mediodía las reapariciones del presidente de Francia, contadas y breves. De hecho, no ha sido él quien se han enfrentado directamente a la crisis más grave que ha surgido en el país galo desde Mayo del 68, la de los Chalecos Amarillos, han sido su primer ministro, Edouard Philippe, y sus ministros, quienes han dado la cara y puesto las decisiones sobre el tapete. El presidente Macron eligió sencillamente la invisibilidad y el silencio. Visto y no visto. Imágenes remotas y también escasas. Como si al antiguo alumno asustado frente a reproches de la maestra predilecta le escocieran todavía las vergüenzas.

El país entero reclama su presencia, pero él no parece apurado por solucionar los problemas, no le urge; no le importa, pareciera querer indicar. Los Casacas Amarillas destrozan cada sábado la ciudad, queman, hieren de gravedad, los CRS reprimen, atacan, sacan ojos, rompen rostros con tiros a bout portant, y a él ni le va ni le viene. La callada por respuesta. La cobardía y el secretismo, mala combinación.

Mientras tanto, la maestra-esposa, Brigitte Macron, se desliza de vez en cuando entre las páginas de las revistas de moda vistiendo abrigos cuyos precios indignan a las multitudes. Una pareja reinante, imperiosa en toda regla. Marie-Antoinette pudiera ir a hacerle los mandados, el mercado, vamos. Y ya hemos tenido que oír reclamos nostálgicos de la guillotina.

Algún que otro antiguo ministro, como Luc Ferry, arremete con sus desacertadas declaraciones: la policía debe tirar y acabar con ellos en estas circunstancias en las que estamos ahora, afirma sin que se le mueva un pelo de sus espesas cejas. ¿Y Macron? Callado.

Benalla se va de hombre de negocios al Chad, con diversos pasaportes en los bolsillos (hoy debió entregarlos a la Justicia), y desde el Elíseo sólo leemos balbuceos atemorizados. Qué le sabrá este hombre a este otro, se preguntan todos, para que le haya fulminado la voz y los impulsos con un par de simplonas declaraciones y actos agresivos más propios de un bribón que de un guardia de seguridad.

"En este momento quien dirige este país es un árabe, y se llama Alexandre Benalla", me comenta orgulloso un chofer de Uber. Así estamos.

"Macron, cada sábado, compite con Nicolás Maduro. Son formas de represión muy parecidas. Ha habido más de diez muertos, te señalo", me comenta un periodista, como siempre, bastante ignorante e ido de la realidad. Pero en donde acierta es en que, es verdad, los métodos represivos son los mismos. Sin bien el pueblo y los gobernantes están lejos de ser idénticos.

Entonces, para colmo, ahora leo que por fin el Elíseo ha abierto su gran gueule (hocico) para por fin decir algo que ellos creen sustancioso y co-sustancial. Emmanuel Macron ha declarado recientemente que "vigila de cerca" al partido Ciudadanos, y que "no puede haber alianzas con la extrema derecha". Vaya, qué delicia. Como si el propio Macron no hubiera ganado las elecciones frente a Marine Le Pen, o sea, gracias a la ultramegaderecha francesa, por la que todos votan en contra, sea quien sea el que se halle enfrente o en la oposición.

Emmanuel Macron, el invisible, ha salido por fin del closet, digo, ha emergido de la vitrina de cristal irrompible que cubre su poderoso trono, no para dirigirse de manera determinante al pueblo francés, y tranquilizarnos aunque sea, firmemente, por un instante. No, lo ha hecho para manejar a su títere de Ciudadanos, y para de paso corregir al pueblo español en su decisión de voto, como si a los electores españoles les interesara su menguada voz de pusilánime. Bah.

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