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Marcel Gascón Barberá

Citgo: la gallina de los huevos de oro que acabará con Maduro

Pese a la retórica de Chávez, Maduro e Iglesias, Estados Unidos ya compra buena parte del crudo que produce Venezuela.

Una gasolinera Citgo | Archivo

Dicen que es Leopoldo López, en coordinación con los gobiernos de Colombia, Brasil y Estados Unidos y con la impecable ejecución del presidente Juan Guaidó, el hombre detrás de la estrategia que ha puesto contra las cuerdas a Maduro y parece que acabará con 20 años de revolución chavista. Con el apoyo firme de Canadá y el resto de gobiernos liberales de Iberoamérica, y con un nuevo papelón de nuestro Sánchez que condena a España a la irrelevancia, la hoja de ruta de López avanza a paso firme con inmejorables resultados hasta el momento. Su plan entró esta semana en una fase crucial con el embargo dictado por la Administración Trump a la petrolera estatal venezolana PDVSA.

A través de una orden ejecutiva, Trump prohibió a las empresas que compran petróleo de Venezuela hacer pagos directos a PDVSA. En su lugar, dice la orden del presidente, deberán ingresar el dinero en cuentas custodiadas por los Estados Unidos, a las que la petrolera estatal venezolana no tendrá acceso hasta que pase a estar controlada por el gobierno legítimo que ha de nombrar Juan Guaidó. Maduro, por lo tanto, podrá seguir enviando petróleo a Estados Unidos, pero no recibirá el dinero que las empresas de allí pagan por importar ese crudo.

Según dijo el consejero de seguridad nacional estadounidense, John Bolton, las sanciones supondrán el bloqueo de bienes de PDVSA valorados en 7.000 millones de dólares y harán perder a la dictadura filocastrista "más de 11.000 millones de dólares" que debería ingresar a lo largo de este año por exportaciones de petróleo a Estados Unidos, unas cantidades absolutamente vitales para la supervivencia de un régimen que se lo ha gastado todo y está empeñando literalmente el país para mantenerse.

Cómo la revolución ha vivido de EEUU

Pese a la retórica antiestadounidense de Chávez y Maduro, y aunque Pablo Iglesias diga que Washington quiere acabar con la dictadura para tener acceso a su petróleo, Estados Unidos ya compra buena parte del crudo que produce Venezuela.

Al contrario de lo que sugiere Iglesias, Estados Unidos no está desesperado por el petróleo venezolano: sus empresas pueden importar esta materia prima de cualquier otro lugar del mundo sin que los conductores se vean obligados a hacer cola por falta de combustible como en las gasolineras de Caracas o Maracaibo.

Es Maduro el que depende de la venta de crudo al enemigo capitalista para seguir comprando el apoyo de los generales, que cada vez reciben menos y tienen prohibido viajar a más sitios para gastarse con sus familias o amantes sus fortunas.

Desde que la desconfianza de los mercados y las sanciones financieras de Trump le cerraran la opción de seguir endeudándose, la venta de petróleo a Estados Unidos ha sido la principal y casi única fuente de ingresos de la dictadura comunista de Caracas. Según los últimos datos de la OPEP, Venezuela produjo en diciembre del año pasado menos de 1,2 millones de barriles diarios. Por su parte, las cifras del Departamento de Energía de Estados Unidos muestran que Venezuela exportó a ese país una media diaria de 500.000 barriles de petróleo durante 2018.

Caracas vende casi la mitad de lo que produce a Estados Unidos, pero sus exportaciones al norte suponen un porcentaje mucho mayor de los ingresos petroleros venezolanos. El resto de grandes clientes del crudo de Venezuela son India, Rusia y China, pero Maduro hace mucho que dejó de recibir dinero por las exportaciones a Rusia y a China, pues los envíos a estos dos países se hacen para pagar los préstamos que durante año mantuvieron a flote al chavismo.

El descalabro de la PDVSA roja

En 1998, cuando Hugo Chávez ganó por primera vez las elecciones, PDVSA producía más de 3 millones de barriles de petróleo diarios. En diciembre de 2018, cuando se cumplían 20 años del asalto electoral a los cielos del chavismo, Venezuela producía según la misma fuente, la OPEP, menos de 1,2 millones de barriles al día.

Hasta la llegada de Chávez al poder, PDVSA había sido una empresa pública de gestión modélica reconocida en todo el mundo, independiente de los gobiernos de turno y dirigida por profesionales preparados que la mantenían a salvo de las convulsiones políticas. Chávez descalificó a los directivos de la empresa por "elitistas", y se empeñó desde muy pronto en someter a PDVSA y poner a la fuente del 96 por ciento de las divisas que llegan legalmente a Caracas al servicio de la revolución.

Después de defenestrar a quienes se opusieron a sus nombramientos políticos, directivos y trabajadores de PDVSA fueron al paro petrolero para proteger la autonomía de la empresa y detener las políticas comunistas de Chávez que acabarían arruinando a Venezuela. Chávez acabó ganando el pulso, y despidió a cerca de 20.000 empleados que habían participado en el paro. El gobierno revolucionario se había quedado con PDVSA, que dejó el azul para adoptar el rojo como color corporativo y empezó a ser colonizada por apparatchiks políticos que no sabían nada de la industria petrolera.

Las consecuencias de esto están suficientemente explicadas en el párrafo que encabeza este epígrafe, pero hay otro factor fundamental para entender la magnitud de la debacle de PDVSA. Cuando tomó el mando en 1999, Chávez prometió doblar la producción petrolera de la empresa hasta llegar a los 6 millones de barriles diarios en unos años.

Para ello endeudó masivamente a PDVSA. Según datos del Banco Central de Venezuela, entre 2004 y 2014 la deuda venezolana "por la emisión de bonos de la República y de PDVSA se triplicó hasta ubicarse en 67.714 millones de dólares". La antaño solvente PDVSA debía a finales de 2017 a sus acreedores 45.000 millones de dólares, un 30 por ciento de la deuda total del Estado venezolano. Pese a toda la deuda contraída, la PDVSA roja no solo no consiguió los ambiciosos objetivos de Chávez. Hoy produce bastante menos de la mitad de lo que producía hace 20 años, y tiene dificultades para encontrar las inversiones que le permitan seguir operando.

Citgo, la gallina de los huevos de oro

Con la empresa prácticamente en ruinas, PDVSA depende en gran medida de sus acuerdos de colaboración con petroleras extranjeras como la estadounidense Chevron, la rusa Rosneft o la china CNCP para seguir exportando petróleo. Pero la salvación de PDVSA (y del régimen de Maduro) ha sido hasta ahora Citgo, la empresa petrolera estadounidense que PDVSA compró en los años 90.

Ajena a la decadencia de su matriz, Citgo ha seguido importando y comercializando con éxito petróleo de Venezuela. Sus refinerías, que son de las pocas del mundo capaces de procesar el pesado crudo venezolano, reciben el petróleo y lo distribuyen en el mercado de Estados Unidos, donde Citgo tiene también una extensa red de gasolineras.

Además del dinero de la venta del petróleo en Estados Unidos que la filial ya no puede enviar a casa, PDVSA obtenía de Citgo los diluyentes necesarios para tratar el crudo que extrae, que es de una textura parecida al alquitrán y cuya densidad debe ser rebajada para que fluya por las tuberías y llegue a los puertos para ser exportado en barcos.

Pero la importancia de Citgo para la dictadura va aún más allá. Algunos de los últimos bonos de deuda que PDVSA consiguió vender fueron emitidos poniendo parte de las acciones como garantía a Citgo.

La lealtad de Putin, a prueba

Uno de los acreedores a los que ofreció parte de Citgo como garantía es la petrolera estatal rusa Rosneft. Según anunció la propia PDVSA en diciembre de 2016, la petrolera estatal venezolana recibió un préstamo de 1.500 millones de dólares de Rosneft. El acuerdo contemplaba que Rosneft se quede con el 49,9 de las acciones de Citgo si el gobierno de Maduro no devuelve el préstamo.

Una vez Juan Guaidó nombre como presidente interino a la nueva directiva de Citgo es previsible que Estados Unidos entregue el control de las cuentas y de la propia compañía a las personas designadas por el presidente legítimo. Maduro habrá perdido por tanto la garantía que le ofreció a Putin para obtener el crédito de Rosneft. Sin acceso al flujo de caja de Citgo ni al propio patrimonio de la filial de PDVSA en Estados Unidos, Maduro tiene muy complicado liquidar esta y otras deudas que tiene contraídas con Putin, cuyo gobierno ya ha advertido al régimen chavista de que debe pagar lo que debe.

Esta encrucijada, en la que también se verá China, pondrá a prueba la lealtad de Putin a Maduro. El exagente del KGB aún está a tiempo de reconocer a Guaidó, negociar con el gobierno legítimo para seguir cobrando lo que se le debe en Venezuela y mantener algunos de los derechos de explotación de recursos naturales que le concedió el chavismo saltándose todas las leyes.

El oro venezolano de Moscú

Mientras decide si seguir respaldando a su dictador amigo en el Caribe, Rusia parece haber empezado a trabajar para cobrarse las deudas y salir ganando también de la caída de Maduro.

Este martes, el diputado opositor y presidente de la comisión de finanzas del parlamento venezolano, José Guerra, declaró desde la tribuna de oradores de la cámara: "Quiero compartir con los colegas diputados y con la prensa la siguiente información que nos ha llegado por parte de funcionarios del Banco Central. Hace días llegó un avión Boeing 777 con autonomía de vuelo de aproximadamente 14 horas desde Moscú. Este avión está estacionado en un aeropuerto venezolano y la información que nos están llegando es que de las 150 toneladas de oro que reposan en las bóvedas de la sede del Banco Central se pretenden extraer al menos 20 toneladas de oro y con ese avión transportarlas hacia Rusia".

Además de profesor universitario, Guerra es un economista solvente con obra publicada y una respetada carrera en el Banco Central, donde cabe suponer que sigue teniendo contactos y cierta influencia entre los funcionarios de carrera que allí quedan. Preguntado por CNN, el diputado confirmó la veracidad de la información que ofreció en el parlamento.

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