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Antonio Robles

El auténtico hecho diferencial catalán

Ni una mala palabra, ni una buena acción. Así nos han engañado siempre.

La decisión del Tribunal Supremo de emitir en directo el juicio del procés es un ejercicio de transparencia encomiable, pero desvirtúa las declaraciones de los procesados y testigos, ya que contaminan su posición al estar al corriente de las declaraciones de cada uno de ellos. Sin embargo, tiene una virtud decisiva: España entera se empieza a dar cuenta, por primera vez en cuatro décadas, de la catadura moral de los procesados, sus artimañas arteras, su filibusterismo y su cobardía.

El catalanismo ha venido defendiendo el fet diferencial català como fundamento y coartada de sus reivindicaciones nacionales: la lengua, los derechos históricos, el ADN carolingio o el agravio frente a España. Pero el verdadero fet diferencial català es la hipocresía, el cinismo, la mentira, el victimismo, la simulación, la manipulación, es decir, todo aquello capaz de ejercer de chantaje emocional para imponer el egoísmo territorial más ramplón.

Dos líderes lo encarnan a la perfección, Jordi Pujol y Oriol Junqueras. Si Oriol Junqueras ha elegido la estrategia de la no violencia no es porque deteste la violencia, sino porque cree que el victimismo de la no violencia es la estrategia más rentable. No lo duden, si poseyera fuerza militar suficiente para plantar cara al Estado, la ejercería. La violencia inconsciente la dejó clara en 2013 cuando amenazó con "paralizar la economía catalana durante una semana" y provocar el caos en los mercados internacionales. Le aseguró al tribunal que nunca había llamado a la desobediencia, pero ¿qué fue su intervención el 15 de mayo de 2013 en Vic? Juzguen ustedes mismos el vídeo: "Cuando nos digan que esto [el 9-N] es ilegal, nosotros tenemos que mantener la convocatoria, y cuando la prohíban, nosotros tenemos que mantenerla, porque si mostramos al mundo un imagen de colas de gente con una papeleta en la mano yendo a votar en una urna y el Gobierno español intentando impedir que voten, ya habremos ganado". Le faltó decir, y si nos zurra la Guardia Civil, miel sobre hojuelas.

Falsificar la realidad, desobedecer las leyes instrumentalizando a los ciudadanos, la inducción a la lástima y el victimismo para chantajear las emociones de la gente no es violencia física, pero sí mental. El seguidismo sectario de los suyos lo corrobora. Este carácter ladino no es sólo fruto de su voluntad de engaño, sino la consecuencia de una arquitectura de la simulación iniciada por Jordi Pujol en 1980 (avui paciència, demà independència) y expresada sin escrúpulos en 1984, cuando ya tenía dinero en Andorra: a partir de ahora, quienes hablaremos de ética somos nosotros. Comparen aquel tono de dignidad ofendida frente al Estado con el de las declaraciones de los procesados de hoy y verán su sello inconfundible.

Ayer Rull, en su primera comparecencia ante el TS, dio una muestra más de ese cinismo trufado de victimismo que constituye el fet diferencial català al expresar su protesta contra la traducción simultánea: "Para mí, el derecho a utilizar la lengua propia, la lengua materna, es un derecho fundamental. A través del mecanismo de traducción consecutiva (simultánea) creo que se vulnera este derecho (...) Aquí desaparece el principio de oralidad, de espontaneidad, de fluidez; de hecho, con la decisión que ha tomado el tribunal hace prácticamente imposible el ejercicio del derecho a expresarme en plenitud".

Hay que haber perdido el sentido de la coherencia, exigir dirigirse ante el tribunal en lengua materna, cuando en su feudo él y los suyos se la prohíben como lengua docente en la escuela a los niños castellanohablantes. Al menos a él le dan opción de la traducción simultánea, a los niños en Cataluña ni siquiera les permiten tener los libros de texto en español. Por lo que se ve, para esos seres indefensos no importa la fluidez, ni la espontaneidad.

Para colmo, mossèn Junqueras se dirige gozoso al tribunal en la misma lengua que multa y excluye en Cataluña, y declara amor a la misma España que allí quiere romper.

Ni una mala palabra, ni una buena acción. Así nos han engañado siempre.

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