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Pedro de Tena

La España mechá

El caso de la carne mechá es también el caso de la España mechá con conductas o proyectos antinacionales y antidemocráticos.

Que España es un país de mechas no hay duda, pero nuestras mechas son principalmente de dos tipos, que las de los cabellos son menores. Unas son aquellas que sirven para arder impregnadas en líquidos inflamables o para hace estallar barrenos y, por extensión, cualquier cosa. Las otras son delicias culinarias que se incrustan en los trozos de carnes, pescados y otras viandas para proporcionarles exquisitez, y de las que nos ilustran desde Sófocles a Carmen de Burgos, siguiendo por el Conde de los Andes. Ambas mechas, además de otras, ya están presentes en el Tesoro de Covarrubias. A los españoles nos gusta sobremanera el arte de la mecha. La de la cocina y la que se prende. Lo malo es que cuando una y otra se relacionan en locuras políticas y se ceban la una a la otra, el desmadre está asegurado.

Lamentablemente ha sido en Andalucía –éramos pocos y nos parió la abuela– donde ha saltado el brote de listeriosis que estaba oculto en una partida de carne mechada, y ya se verá si en algún producto más, de una pequeña e incumplidora empresa sevillana que ha contaminado a unas 200 personas. Como la nación española está más que mechá de cachos políticos, no siempre destinados a mejorar el plato democrático final, lo que parece haber importado bien poco, al final, ha sido el destino de los consumidores infectados. Eso sí, las mechas administrativas que se embuten en la nación se han esmerado en acusarse mutuamente de la irresponsabilidad del desaguisado, en vez de en investigar en serio cuál es la cadena de deberes que cada uno tendría que haber cumplido. Por ejemplo, es evidente que el Ayuntamiento de Sevilla tiene la competencia delegada de inspeccionar establecimientos y actividades comerciales (art. 27 de la Ley de Bases del Régimen Local), y que el almacén de la empresa afectada está en un polígono de la capital. Dos años sin inspeccionar la cosa en sí parecen muchos, sobre todo cuando legalmente las inspecciones deben ser anuales.

Pero he aquí que los tiros izquierdistas y de asociaciones supersubvencionadas como la filocomunista y hereditaria Facua se han dirigido contra la Junta de Andalucía, para prender el fuego político del verano contra las derechas. No diré que la Junta no haya cometido errores formales y de comunicación, pero es obvio que no tiene responsabilidad en el control ni en la inspección del origen del brote. Sólo la tiene en la atención sanitaria inmediata y en la vigilancia de que las competencias delegadas se ejerciten. Y luego está Hacienda, la municipal, la andaluza y la nacional, que no advirtieron el entramado societario del verdadero propietario de la empresa y sus incumplimientos tributarios. Y así sucesivamente, y vengan trastos sobre las cabezas de 200 infectados y sobre la imagen de Andalucía. O sea, que cabe la reflexión de para qué sirve la estructura administrativa de la nación, pues, en vez de coordinar esfuerzos y ajustarse al principio de subsidiariedad para resolver mejor los problemas, se dedican a dispararse mutuamente en cuanto surge la menor oportunidad de manipulación política.

Escribió Cela que hay locuras, la de cabeza y la de conciencia, que pueden presentarse mechadas e incluso embutidas en un mismo cuerpo. En el caso de la carne mechá, lamentablemente nacido en la Andalucía que vive en gran parte del turismo y sus excelencias culinarias, puede advertirse con detalle cuán mechados estamos en esta España de tales trozos de locura, de falta de sentido común y ausencia de sentido moral. Decía Ortega que la Constitución de 1931 había sido mechada con cartuchos detonantes introducidos arbitrariamente en ellas. Es más que forzoso reflexionar sobre si la Carta Magna de 1978 no fue mechada a su vez con barrenos que pueden hacer saltar por los aires el espíritu de unidad nacional y reconciliación democrática que quiso animar. Lo llevamos sufriendo demasiados años. El caso de la carne mechá es también el caso de la España mechá con conductas o proyectos antinacionales y antidemocráticos que la están contaminando irremediablemente, para que prender la mecha final sea un mero trámite.

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