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Marcel Gascón Barberá

Cayetana y Cataluña

Aunque no estaba en el debate nacional (ya sabemos que eran cinco hombres), Cayetana es la protagonista de este artículo.

Aunque no estaba en el debate nacional (ya sabemos que eran cinco hombres), Cayetana es la protagonista de este artículo.
Cayetana Álvarez de Toledo, en TV3 | TV3

El lunes tuvimos el debate y hemos vuelto a quedarnos igual que antes. El formato, tal vez inevitable con tanto candidato, hace imposible la conversación y reduce la contienda a un intercambio de golpes efectistas. Como dijo en su día Escohotado, nadie ha hecho tanto por darnos a conocer a quienes quieren gobernarnos como Bertín cuando abrió su casa y les dejó hablar y olvidarse del otro.

Caben, sin embargo, algunos apuntes al programa que se acabó igual de tarde que Crónicas Marcianas en La Primera. Abascal fue a mi juicio el más convincente, quizá sobre por una cuestión de tono. Como me ocurrió con la visita de las derechas a can Bertín, el de Vox me pareció el más sincero y adulto. El único de los cincos (todos hombres, como nos recordaron mil veces las presentadoras y los presentadoros del show) que da la sensación de saber quién es, no ya qué piensa, y no se contonea según suene la música de lo que llamamos reductoramente la opinión pública.

A esa serenidad de encontrarse pareció acercarse Casado con la barba más cuajada y un discurso que quizá no brille, pero en el que se reconoce al PP fiable (el que está centrado en la derecha, no el que flota en medio del éter).

Y de esta serenidad sigue alejándose Rivera, que ya siempre sobreactúa y tiene el vicio de pedir al otro que esté "tranquilo" cuando más nervioso se pone él. Horas después del huele a leche, el candidato de Ciudadanos volvió a llenar el debate de trastos y fotocopias inútiles, que o no se leían o abusaban del prestigio de cifras por lo demás dudosas (como la bobada del I.C.B., Impuesto de la Corrupción Bipartidista). Rivera también abusó de utilizar sus orígenes como un argumento político refiriéndose cada vez a Cataluña como su tierra, lo que no deja de ser curioso en un partidario aparentemente convencido del globalismo. Y pareció más populista que los populistas cuando contó que su madre llegó de Andalucía a levantar Cataluña.

Las izquierdas estuvieron flojas el lunes. Iglesias -cuanto más viejo más patético con su disfraz de joven dejado- está cómodo en el papel de reserva de sentido común al que casi le ha condenado su decadencia. Iglesias junior, como le llama con sentido histórico Escohotado, gusta vestido de Madre Teresa de Caracas (FJL). Pero gusta como gusta el Papa Francisco a los que le aplauden pero nunca pisarán una iglesia, y parece lejos de poder intentar otra vez asaltar los cielos.

Menos guapo que nunca y mal maquillado, Sánchez hizo lo que ha hecho siempre. No contestar a nada y gesticular impaciente cuando alguien critica a su persona. La indignación casi incontenida de Sánchez en estos trances es lo único de verdad en el personaje. En el bloque de Economía nos recordó al Sobles del principio de la crisis. Esta película que siempre protagonizan los socialistas la hemos visto y la seguiremos viendo, y no solo en España. Aunque todos saben cómo termina, la molicie maquilladora de los Solbes se impone una y otra vez al realismo más áspero de los Pizarros, que siempre tienen razón como muestran los gráficos de paro y crecimiento de Cayetana.

Aunque no estaba en el debate nacional (ya sabemos que eran cinco hombres), Cayetana es la protagonista de este artículo. A Cayetana y la retórica quirúrgica con que desmonta y expone a los repetidores de consignas que suele tener por adversarios (como políticos o como periodistas) la echamos de menos ya en todos los debates en que no está.

Nadie como ella articula en el momento adecuado lo que le querríamos decir quienes retuercen sin miramientos la historia y los argumentos para confirmar los prejuicios hegemónicos y ganarse la simpatía del rebaño, por la vía de la bondad o por la de la calumnia. Y lo hace con una mezcla rara de pasión y sangre fría que da fuerza a todo lo que dice y le permite asestar con una precisión que nadie más consigue los golpes más certeros al argumentario de sus rivales. (Comparen la eficacia de la pregunta de las naciones cuando la formula ella, plenamente consciente de la importancia del fraude que desnuda y dispuesta a transmitirla, y cuando la hizo el lunes, dubitativo y por obligación estratégica, Pablo Casado).

Aparte de su talento, de su inteligencia y de su formación, Cayetana tiene una gran ventaja sobre casi todos los demás políticos. Lo que dice es lo que piensa, no lo que toca. Lleva sus ideas hasta las últimas consecuencias y no busca aprobación ni en los aspectos más impopulares, de lo que es y de lo que propone. De ahí que sea imposible comprometerla con ninguna opinión incorrecta que ella misma haya expresado. Porque todo lo que ha dicho lo piensa o lo ha pensado y está dispuesta a explicarlo y volver a defenderlo en cualquier circunstancia. Porque no está en el mundo para agradar, ni cuando se juega el escaño en Barcelona.

Más allá de la calidad de sus argumentos, que yo pienso que la tienen, Cayetana ha traído a la vida pública española, y particularmente al teatro de operaciones catalán en que se desempeña, una acción política radical que surge de las ideas y no se somete a la coyuntura.

Pero además, como sospechábamos y hemos acabado de ver durante la semana que hemos dejado atrás, Cayetana tiene un plan, ha traído un plan. Lo perfiló con claridad en el acto de "Homenaje a la Resistencia en Cataluña", donde también pidió perdón en nombre del PP por el abandono de la Cataluña constitucionalista y española.

"Les entregamos el poder, las aulas, los medios y la legitimidad moral" a los nacionalistas, dijo en su discurso, para comprometerse después a poner fin a esa situación con medidas concretas. Hacer de la "Cataluña constitucional el germen de una nueva Cataluña", mediante un "proceso largo y duro" que "hay que empezar ya" y "por lo más urgente": "el orden democrático". Y en este "orden democrático" hoy violentado por las instituciones separatistas y las turbas revolucionarias, dijo, "nosotros proponemos un camino nuevo que no se ha ensayado en los últimos cuarenta años" en el que se dará a la Cataluña española "presencia, poder y presupuesto".

En el mejor de los casos, el constitucionalismo en Cataluña se había conformado hasta ahora a ejercer el papel de resistencia. Las únicas medidas propuestas, y las únicas que casi por obligación acabó tomando el Estado, fueron medidas reactivas, como el 155 y las sentencias correctivas que el Gobierno de turno encarga al Constitucional para salvar la cara ante el desafío separata.

La apuesta de Cayetana es otra cosa. En primer lugar porque plantea como prioridad dotar de presupuesto a quienes creen en Cataluña en la nación española, en su democracia y en su Estado. Por ejemplo, anunció la candidata, con una televisión del constitucionalismo que haga frente a TV3 y amplifique la voz ahora apagada de la Cataluña que no comulga.

No hay nada más natural para cualquier Estado que financiar a quienes creen en él y lo defienden de sus enemigos. Que sea una novedad en Cataluña demuestra el alcance de la abdicación del Estado en esta parte de España. Pero ya hay un plan en marcha para poner fin a esta anomalía, y difícilmente podría estar liderado por alguien más perseverante y capaz. Otra cosa es que llegue al poder. Y que su partido le deje llevarlo a cabo.

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