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Antonio Robles

Paradojas de la Ley Celaá

La escuela nace para instruir, no para educar. Esta última es una función de los padres.

Ya no podemos llamarnos a engaño: quienes, ante la profunda crisis del sistema educativo (que es mucho más que el fracaso escolar), siguen insistiendo en políticas basadas en la comodidad y no en el esfuerzo, en la disminución del rigor y no en la excelencia, en pedagogías populistas y no en políticas responsables, están empeñados en prescindir de la realidad y en despreciar el talento. Y nos están abocando a una crisis de civilización.

Ya hay síntomas: excesiva exigencia de derechos en comparación con el escaso respeto por los deberes. Adanismo ideológico y exigua crítica de la información vertida en las RRSS; nulo rigor en la interpretación de la Historia (la descontextualización de los avatares de Cristóbal Colón o Churchill a propósito del esclavismo denotan, además, ignorancia de contenidos). Irresponsabilidad adolescente, hedonismo sin implicación laboral, y en general escaso compromiso por lograr los sueños que dicen defender, sea la igualdad social o un mundo más responsable ecológicamente. Dicho en sentencia, lo quiero todo, ahora y sin esfuerzo. Una sociología abocada al populismo. Con consecuencias políticas perversas.

Hoy tenemos más titulados que nunca, pero más vacíos que nunca; los alumnos progresan adecuadamente, pero nos gobierna una generación de Lastras, Monteros y Echeniques. No es sólo una metáfora ni un desprecio, es un síntoma.

Ninguno de esos síntomas y sus consecuencias nació de la nada. A principios de los noventa se implantó la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (Logse), donde estaba ya el germen de la flacidez educativa que nos asola. En cada generación empieza todo. No será por no advertirlo a tiempo.

La ley educativa de Celaá (Lomloe) será una versión empeorada. Sus errores no se basan en los procedimientos, sino en el modelo filosófico, basado en una teoría equivocada de la naturaleza humana. Veamos algunos rasgos que de salida parecen moralmente superiores pero que, paradójicamente, pueden degenerar en lo contrario de lo que pretenden: radicaliza la inclusividad en detrimento de la adaptabilidad a las capacidades (todos en la misma aula no es signo de igualdad sino de igualitarismo, cuya consecuencia es la mediocridad general); rechazo del esfuerzo y de las jerarquías cognitivas, como si tal ficción anulara las distintas capacidades; rechazo de la memorización en contraposición al aprender a aprender, como si fueran incompatibles; descalificación de los contenidos; evitación de toda frustración al alumnado, como si una mínima imprescindible no fuera saludable; sustitución de la autoridad del profesor (confundiéndola con autoritarismo) por relaciones bilaterales profesor-alumno; cambio de la disciplina por la negociación entre iguales, como si fueran incompatibles; rechazo de los deberes para realizar en casa sin tener en cuenta que tal esfuerzo fortalece la propia disciplina y autonomía personal y vigoriza la voluntad; introducción de la ideología de género y de modelos ideológicos que rayan el adoctrinamiento…

La escuela nace para instruir, no para educar. Esta última es una función de los padres. La función del Estado en este campo se debe limitar a una educación cívica, y éticamente reflexiva, no moralmente doctrinaria. De la misma forma que la religión debe estar fuera del currículum, lo han de estar las religiones ideológicas laicas.

Por el contrario, gobierne quien gobierne, se debe impartir una asignatura de valores cívicos neutrales. Las derechas nunca han entendido que una asignatura de educación cívica no se contrapone a los valores de una educación religiosa, ni a unos valores personales, por el contrario, los hace comprensibles y compatibles. El problema no es la asignatura sino la ideología partidaria del sistema o del profesor. Y no necesariamente en la asignatura; adoctrinamiento se puede hacer en cualquier aula y bajo cualquier pretexto. Y si no, que reparen en los nacionalistas.

A propósito de ello, Celaá otorgará a los nacionalistas la llave para borrar la lengua española de la escuela. Y eso además de un desgarro social y un desperdicio económico para el Estado, por su influencia como lengua internacional, es un crimen, un acto de racismo cultural, la limpieza étnica que han perseguido y ahora tendrán al alcance con este Gobierno de enemigos de la nación.

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