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Antonio Robles

Feijoó o el arte de camuflarse en el paisaje

Anda ufano paseándose por la capital el triunfador de las elecciones gallegas esparciendo con retranca la buena nueva: si me imitáis en Madrid, acabaremos con los extremismos de Vox y Podemos.

Anda ufano paseándose por la capital el triunfador de las elecciones gallegas esparciendo con retranca la buena nueva: si me imitáis en Madrid, acabaremos con los extremismos de Vox y Podemos. Nuestro destino es centrarnos, huir de broncas y abrazar la moderación. Ni una palabra del BNG, como si los soberanistas de casa no lo fueran. Como si poner límites a los que han roto la convivencia en las comunidades levantiscas fuera de exaltados y no de políticos responsables.

Toda su euforia es ambición. El cobarde que no arriesgó la hacienda gallega por un incierto destino en Madrid maniobra para desbancar a quien sí tuvo arrestos. La monserga de la moderación sólo es una estrategia. Sus actos le desmienten. ¿O acaso es más moderado negarse a pactar con Cs que arriesgarse a perder el Gobierno por no hacerlo? ¿La estrategia de rechazar puentes es más dialogante que buscar la desaparición del otro? ¿Es razonable comparar el tablero electoral del País Vasco con el de Galicia? ¿Seguro que la debacle del PP en el País Vasco se debe al pacto con Cs, o más bien es la consecuencia de la semilla nacionalista germinada después de años de dejación?

La misma propaganda de la izquierda para dinamitar el liderazgo de Pablo Casado servía también para los intereses de Feijóo. Y no lo disimulaba: si perdía, la culpa sería de la beligerancia de la dirección de Casado, y si ganaba se demostraría que su política de moderación a la gallega era exitosa.

Déjà vu. Hay en Feijóo un tufillo a impostor, a equidistante interesado, a cacique de pueblo cuyo análisis no resistiría la luz del sol.

No, el éxito de Feijóo no es el resultado de la moderación, sino la consecuencia de una imitación graduada de las políticas identitarias de Cataluña y País Vasco. La había iniciado su predecesor Fraga con la asunción de la política lingüística del estatuto catalán. También él tuvo cuatro mayorías absolutas, pero no se explicaron por el centrismo del PP. En realidad, su triunfo ni es original ni es único; el estatus competencial sin responsabilidades del modelo autonómico ha permitido que todos los partidos que se hicieron con el poder desde la Transición se hayan mantenido en él, independientemente de su perfil ideológico. Por tres motivos: 1) sus presupuestos no tenían contrapartidas fiscales (el Estado se convertía así en chivo expiatorio de cualquier deficiencia); 2) porque crearon y se hicieron con el control de los medios de comunicación públicos, las instituciones, su presupuesto, y de la escuela como herramienta de adoctrinamiento; y 3), porque se atrincheraron en la identidad para arremolinar al rebaño. Pujol fue el maestro, el resto lo ha imitado. Feijóo sólo se ha envuelto en esa atmósfera étnica. "¡Sí, sí, sí, Galicia, Galicia, Galicia!" en la campaña, pero sobre todo en la siembra diaria del galleguismo desde su asunción del poder a través de la escuela, los medios y la lengua. Una lluvia fina, como hizo Pujol al principio, asociando lengua, pueblo e identidad. "Somos distintos", "Galicia sojuzgada por Madrid", "¿No te avergüenzas de no hablar la lengua de tus antepasados?". Autoestima y acoso moral a partes iguales. Los más indefensos, los niños a merced de maestros galleguistas tan en boga.

No, Feijóo es parte del problema. Feijóo es el PP que ha dejado hacer históricamente al nacionalismo, el que no impidió el 9-N ni el 1-O, porque antes no había confrontado los discursos étnicos que los habían legitimado. Un orballo lento, fino, que cala hasta el alma. Exactamente lo que está corrigiendo el PP de Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo.

Feijóo no se opone al nacionalismo, porque vive de él. El galleguismo es su antesala, la raíz; sólo se preocupa de vadearlo, no de enfrentarlo. Pan para hoy y hambre para mañana. Lo contrario de lo que representa Cayetana. Juzguen ustedes mismos.

Hay líderes que forjan la historia y otros que la mendigan. Feijóo lastimea las aristas del nacionalismo gallego para seguir vadeando la corriente, pero su deriva le hace cada vez más dependiente del nervio nacionalista del río. Parece que lo esquiva; en realidad, sólo se deja engullir lentamente. Hasta que solo sea un cascarón a merced de sus caprichos. Como ha ocurrido con la izquierda en Cataluña y el País Vasco.

La frase del título es de Josep Piqué: "El PP debe confundirse en el paisaje". Era su política de apaciguamiento del nacionalismo catalán que convenció a José María Aznar para nombrarle presidente del PP de Cataluña. La misma que le inspiró eso de comenzar a hablar catalán en la intimidad. Las dos precedidas por el ultimátum de Jordi Pujol en los Pactos del Majestic para ver la cabeza de Aleix Vidal-Quadras rodar por el suelo.

La misma vaselina que le hace ganar elecciones ahora está alimentando a los soberanistas del BNG de mañana. Historia de una muerte anunciada.

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