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Luis Herrero

Sánchez, la única certeza

No sabemos qué será de nuestras vidas con el coronavirus. Lo único que todo el mundo tiene claro es que Sánchez sacará adelante los Presupuestos.

Pedro Sánchez en una rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. | EFE

Que me aspen si lo entiendo, pero en un momento de tantas incertidumbres —muchas más que en ningún otro septiembre que yo recuerde— lo único que todo el mundo tiene claro es que Sánchez sacará adelante los Presupuestos y conseguirá alargar la legislatura dos años más. No sabemos qué será de nuestras vidas. El virus no se rinde. Tampoco sabemos qué será de nuestros empleos, ni si nuestros hijos podrán ir al colegio, si volveremos a los campos de fútbol o a las barras de los bares. El único fijo de esta quiniela cargada de variantes es que el Gobierno seguirá al mando, a pesar de todo, hasta 2022. Como poco. Y no como premio a la eficacia de su gestión, que sería lo lógico, sino por su habilidad para desactivar las incompatibilidades cruzadas que amenazaban con bloquear indefinidamente la situación política española.

Lo primero que hizo Sánchez, la misma noche electoral, fue levantarle el veto a Podemos y meterse en la cama —en este caso en el banco azul— con quien iba a quitarle el sueño, según había dicho él mismo, al noventa por ciento de los españoles. Muchos entendimos en su momento que esa apuesta tenía poco recorrido. Con Iglesias en el asiento del copiloto la única manera de garantizar la estabilidad política era mantener con vida a Frankenstein. Nadie daba un duro por que pudiera conseguirlo. La pieza de ERC, mientras la sombra de las urnas planeara por los escaños del Parlament, era difícilmente recuperable. La única manera de lograrlo era otorgando en la mesa de diálogo el derecho de autodeterminación y la amnistía para los presos del procés. Ni siquiera Sánchez podía atreverse a tanto.

Todo parecía indicar, dado que cualquier recambio para sustituir a los independentistas catalanes era incompatible con Podemos, que Sánchez estaba abocado a prorrogar una vez más los Presupuestos de Montoro y a hacer funambulismo variable durante una legislatura corta. Pero también nos equivocamos en eso. Para sorpresa de propios y extraños, el presidente del Gobierno ha sido capaz de sentar en la misma mesa de negociación, contra todo pronóstico, a Iglesias y a Arrimadas. Es verdad que ambos mantienen un discurso de beligerancia recíproca y que siguen declarándose sustancias políticas de aleación imposible, pero ya está claro que se trata tan solo de una objeción retórica que no tendrá consecuencias prácticas.

Es evidente que los podemitas prefieren la compañía de los de Junqueras, y de hecho aún siguen trabajando a destajo para hacerla posible, pero saben que el escenario catalán juega en su contra y que la alternativa a la indigesta cohabitación con Ciudadanos es la intemperie. A estas alturas de la película, a nadie se le pasa por la cabeza que los aguerridos apóstoles de la renovación, llegados a la política para acabar con la casta apoltronada en la molicie de las instituciones, vaya a renunciar al coche oficial, a la moqueta del poder o a la brigada policial en la puerta de Villa Tinaja. El frío de la calle y el incordio de los escraches se les harían insoportables. Por eso tragarán con lo que haga falta, incluso con la incómoda proximidad de Arrimadas, antes que precipitar unas elecciones que les dejarían en las raspas.

Urgido por su desordenado deseo de seguir en La Moncloa a cualquier precio, Sánchez ha sabido explotar los puntos débiles de las dos únicas formaciones políticas que pueden ayudarle a conseguir su propósito. A Podemos lo tiene cogido por su querencia —también desordenada— a seguir formando parte del consejo de ministros, y a Ciudadanos, por su necesidad de mostrarse a la sociedad como un partido útil. Los herederos de Albert Rivera tenían que elegir entre ser vocingleros y prescindibles o pactistas y relevantes. Han optado por lo segundo. Si la apuesta les sale bien, es decir, si los independentistas se mantienen alejados de la mayoría de la investidura, Arrimadas podrá decir que gracias a ella los Presupuestos han esquivado la subida fiscal que reclamaba Iglesias.

Habrá quien piense, no sin parte de razón, que la moderación presupuestaria no compensa la tragedia de tener que soportar dos años más, como poco, al Gobierno de Sánchez. ¿Pero estamos seguros de que la ausencia de una fórmula medianamente razonable para seguir en el poder no llevaría al presidente del Gobierno a buscar una alternativa desesperada? Ha dicho Carmen Calvo que "es secundario con quien salgan los presupuestos, el objetivo es sacarlos". Es decir, que no importa el precio. ¿Y si al verse sin salida el PSOE volviera a echarse en brazos del independentismo catalán? Es posible que al hacerlo estuviera cavando su propia fosa, pero el daño a la Nación hasta el momento de la sepultura sería difícilmente restañable. Ya sé que Arrimadas no lo hace por eso, pero hay veces que la necesidad se confunde con la virtud.

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