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Antonio Robles

Fascistas y antifascistas

No hay acto de violencia, coacción o acoso en Cataluña contra la libre expresión de ideas que no sea protagonizado por nacionalistas.

A esto se reduce el tablero político en Cataluña según el mundo nacionalista, a fascistas y antifascistas. No es de ahora, ni se reduce al catalanismo, comparte maniqueísmo con la izquierda reaccionaria, con el mundo abertzale y con todos los movimientos etnicistas que han nacido como setas por doquier. ¡Tiene bemoles que a un tipo como Otegui, a cualquier niñato de las CUP o a dirigentes de ERC con un historial repleto de apelaciones racistas se les infle el pecho con ínfulas antifascistas para eliminar del tablero de juego a cuanto huela a español!

 

Lo decía con exactitud el director de elcatalan.es, Sergio Fidalgo, con un zasca monumental a Oriol Junqueras: ”¿El fascismo entrará en el Parlament? No, ya está en él”. Lo representan los secesionistas.

Si en Cataluña hay tres partidos fascistas, son ERC, los partidarios de Puigdemont y la CUP, que en los plenos de la vergüenza celebrados el 6 y el 7 de septiembre de 2017 en el Parlament violaron todas las normas democráticas posibles y el reglamento de la cámara para amordazar a la oposición. Que es lo que hacen los fascistas”. 

Efectivamente, es propio de fascistas empecinarse en imponer a los demás por la fuerza lo que el Estado de Derecho les impide por ley. Como hicieron en el referéndum del 1-O o en la declaración de independencia unilateral del 27-O. 

No hay acto de violencia, coacción o acoso en Cataluña contra la libre expresión de ideas que no sea protagonizado por nacionalistas. Los últimos, contra Vox. Las RRSS están abarrotadas de imágenes de los años treinta grabadas en calles y universidades de la Lazitania de hoy. Hordas nacionalistas campan a sus anchas, amparadas por las instituciones, la prensa afín y una amplia parte de la sociedad, convencidas de que están salvando al mundo de la violencia que sólo ejercen ellas. Como diría Abert Soler, feixisme a la catalana, porque ocultan su fascismo con la excusa del antifascismo.

El problema no está en la violencia, sino en la indiferencia ante ella por parte de un amplio segmento de la población, y por quienes tienen la obligación intelectual de mostrar su toxicidad. Sean intelectuales, periodistas o ideologías que, de salida, dicen aborrecer al fascismo. Empezando por los propios representantes del Gobierno español, cómplices de deslegitimar la propia ley que sancionó un referéndum ilegal y condenó a los autores de un acto de sedición y corrupción. Ante esa dejación frente a los bárbaros, “cualquier acto de legítima autoridad democrática se considera ya un acto fascista”. Así de crudo lo describe Arturo Pérez Reverte en ”España es culpable”.

Es esta deformación ideológica propagada por el nacionalismo y el populismo la que incapacita al tonto útil para ver violencia fascista allí donde los nacionalistas la ejercen.

Ese perímetro de superioridad moral que otorgan los estamentos políticos de Madrid a los nacionalistas en general y al catalanismo en particular les impide ver lo evidente: el fascista es quien no tolera las ideas de los demás y actúa de grado o por fuerza para reducir la libertad a su libertad. Este es el mayor acto de exaltación del fascismo, ocultarlo bajo perros de paja según conveniencia. No sólo deja de señalar el mal, sino que, al no censurarlo, consiente que actúe y le consiente que sean otros los que carguen con el estigma del chivo expiatorio. 

Si no logramos devolver a las palabras su sentido, los carroñeros de la política seguirán confundiendo a amplias capas sociales, atrapadas en viejas banderías y nuevos mantras. Empieza a resultar esperpéntico que quienes ejercen de matones, incumplen la ley e impiden ejercer la política a cuantos no piensan como ellos sean quienes repartan certificados de buena conducta democrática. No es una broma ni una anécdota, es la perversión de la misma esencia de la democracia. No sólo porque ejercen la violencia física y amedrentan, sino porque pudren la definición misma de la democracia en el corazón de adolescentes que la utilizarán después contra ella. Sin ser conscientes. De ahí nacen los fanáticos y los integrismos. Con ellos se echan a perder las sociedades.

En España

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