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Cayetano González

Una sociedad desmovilizada

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Es absolutamente comprensible la pereza intelectual y vital que sienten muchos ciudadanos –me incluyo entre ellos– al contemplar el panorama que afecta a la vida política y social de nuestro país. El paréntesis vacacional sirve para descansar –algo de lo que estábamos necesitados todos, tras el año y medio de pandemia–, pero eso no hace que las cosas cambien sustancialmente.

En el ámbito político, seguimos con un Gobierno de coalición social-comunista presidido por el peor presidente que ha tenido España en mucho tiempo –Sánchez está haciendo bueno a Zapatero, que ya es decir…–, que se enrocará en el poder el tiempo que queda de legislatura, más de dos años, ya que todas las encuestas publicadas, salvo las de Tezanos, dan la victoria al PP, que podría formar Gobierno con el apoyo de VOX.

Después del cambio de ministros que hizo en julio, Sánchez intentará centrarse en lo que cree que puede ser más productivo, electoralmente hablando, para sus intereses, aunque eso no le garantice que pueda dejar al margen cuestiones de calado, como el proceso de negociación que ha abierto con los independentistas catalanes. Una patata caliente en la que no tendrá mucho margen de maniobra si quiere respetar la ley y el Estado de Derecho. Las exigencias de los independentistas –amnistía y derecho de autodeterminación– son inasumibles con el actual marco legal, y para cambiar este, es decir, para modificar la Constitución, haría falta un acuerdo en el Congreso de los Diputados entre los dos grandes partidos nacionales, PSOE y PP, que obviamente no se va a producir.

Un aspecto relevante y preocupante ante el actual estado de cosas es la escasa, por no decir nula, capacidad de reacción de la sociedad. Es seguro que en ello habrá influido de manera determinante la situación de cansancio generada por la pandemia. Los meses de confinamiento, las restricciones posteriores de horarios y movimientos, el lento proceso de vacunación y, por supuesto, los efectos negativos en la economía de cada hogar han hecho que los ciudadanos se centren en la supervivencia, en llegar a fin de mes, sin mirar más allá.

Esa situación de cansancio y desmovilización ha sido aprovechada por el Gobierno para seguir llevando adelante su proyecto de transformación política y social del país. Porque de eso va el proyecto de Sánchez y sus socios podemitas; parafraseando al ahora recordado por muchos socialistas Alfonso Guerra, se trata de conseguir que a España no la conozca "ni la madre que la parió".

Los indultos a los políticos catalanes presos por intentar dar un golpe de Estado; el acercamiento a cárceles cercanas o ubicadas en el País Vasco de los presos de ETA; tratar a los herederos políticos de la banda terrorista, Bildu, como un partido político más, llegando a acuerdos con ellos; priorizar los pactos con todos los partidos nacionalistas que quieren que España deje de ser España son algunas de las cosas realmente graves que han sucedido en los casi dos años que lleva Sánchez en la Moncloa. Añádase a lo anterior cuestiones de hondo calado social como la aprobación de la ley de eutanasia, la denominada ley de memoria democrática o la nueva ley de educación y se entenderá mejor ese cambio político y social al que me refería anteriormente.

Ante esta situación, y con unas elecciones generales a dos años vista, no queda otra que resistir –qué acertado y oportuno es el título del espacio de Rosa Díez en Es la Mañana de Federico: "Organizando la Resistencia"– y, en la medida de lo posible, salir de ese estado de somnolencia, de letargo, de desmovilización, en el que está sumida gran parte de la sociedad. No se trata de estar todo el día en la calle, pero sí de mostrar a los actuales gobernantes que no todo vale, y que hasta que se pongan las urnas hay una sociedad que no está dispuesta a pasar sin más por determinado tipo de políticas.

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