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José García Domínguez

Polonia

En Hungría el único periódico cuya línea editorial se opone al Gobierno se tiene que imprimir todos los días en otro país.

El sexto país más poblado de la Unión Europea, Polonia por más señas, acaba de proclamar, y ya de modo abierto, formal y solemne, que eso de la democracia liberal y la división de poderes es algo que no va con ellos. Patada en salvas sean las partes a Bruselas que no deja de tener su mérito cuando se repara en que más o menos la mitad de su presupuesto estatal procede de transferencias de la Unión. Aunque tiene más mérito aún lo declarado al respecto por la presidenta de la Comisión, Von der Leyen, al amenazar con su ridícula pistolita de agua al Gobierno de Polonia y advertirle que la CE usará "todos sus poderes" en ese asunto. Ridícula pistolita de agua, sí, porque Europa no tiene a su alcance ningún poder real con el que intimidar a los iliberales polacos, tampoco a los polacos.

Como máximo, y tras un lento y complejísimo trámite en el que deberían intervenir de modo sucesivo el Consejo, el Parlamento y la Comisión, se podría llegar a un parto de los montes consistente en retirar el derecho de voto a los delegados de Varsovia ante las instituciones comunitarias. Como máximo, digo. Imposible, pues, expulsar a Polonia de la Unión Europea o a sus representantes nacionales de sus órganos de gobierno. Pero es que ni siquiera el derecho al voto se les llegara a retirar nunca. Pues ello requeriría el acuerdo unánime de todos los Estados miembros, sin excepción. Algo a lo que otro enemigo declarado de la democracia liberal y del Estado de Derecho, el húngaro Orbán, ya ha manifestado que nunca se prestaría.

Mientras que aquí andamos todos muy preocupados con los talibanes y sus desafueros en los remotos desiertos de Afganistán, ahí al lado, en Hungría, el único periódico cuya línea editorial se opone al Gobierno, para más inri una publicación de derechas y defensora de una línea equiparable a la del Partido Popular, se tiene que imprimir todos los días en otro país, la República de Eslovaquia. Luego, las decenas de furgonetas que cada mañana cruzan la frontera lo distribuyen en suelo húngaro. No son historias para no dormir de los años 30. Está pasando dentro de la Unión Europea. Y ahora mismo. Aún no hemos visto nada.

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