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José García Domínguez

La decadencia del idioma catalán

Para la mano de obra extracomunitaria y paupérrima que hoy recala en Cataluña, el catalán solo es un ruido que flota en el ambiente.

Para la mano de obra extracomunitaria y paupérrima que hoy recala en Cataluña, el catalán solo es un ruido que flota en el ambiente.
Manifestación en Cataluña en defensa de la inmersión lingüística. | EFE

Yo he vivido durante la mayor parte de mi vida en una ciudad, Barcelona, donde siempre se ha hablado poco el idioma catalán. De ahí que ahora mismo no posea un juicio personal y directo sobre si se ajusta a la verdad ese machacón discurso oficial según el cual el uso social de la lengua vernácula se encuentra en un proceso de acelerada decadencia. No lo sé de primera mano, pero intuyo probable que el lamento institucionalizado resulte cierto. A fin de cuentas, ¿por qué no iba a ocurrir? En Cataluña son, y desde siempre, muy aficionados a autoengañarse con bonitas historias románticas y sentimentales sobre el idioma. Pero el ciclo existencial de los idiomas, de todos ellos, obedece siempre a una lógica determinada por el pragmatismo más prosaico.

No hay ninguna querencia lírica colectiva en el hecho de comunicarse en catalán, castellano, inglés o chino. Por el contrario, la gente usa un idioma concreto solo cuando le resulta útil. Y se desprende de él, lanzándolo a ese cubo de la basura fonética llamado olvido, cuando le deja de resultar útil. He ahí todo el misterio latente tras las querellas nacionalistas con las lenguas. Si el uso social del catalán conoció un crecimiento constante durante el último tercio del siglo XX, fenómeno de sobra constatado, ello fue debido a que la pericia en el manejo de esa lengua menor podría facilitar una mejora en las condiciones materiales de vida de muchos de sus nuevos hablantes. Pero solo a eso.

Expectativa verosímil de progreso económico asociada a la utilización de un idioma que ahora, en el caso de esa enorme oleada de extranjeros poco cualificados que ha atraído –y sigue atrayendo– el modelo productivo catalán, ese basado en el turismo barato de juerga, borrachera y menús de paella congelada y copas de tinto Don Simón, no existe. Para la mano de obra extracomunitaria y paupérrima que hoy recala en Cataluña, el catalán solo es un ruido que flota en el ambiente. Un ruido que no va a hacer de su vida una peripecia menos precaria y desgraciada. Por eso se muestran tan ajenos e indiferentes a él. ¿Queréis que hablen catalán? ¡Pagadles sueldos decentes!

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