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Pablo Planas

Guardianes de la moral contra Vox

Cuando parece imposible caer más bajo, Sánchez logra descender un peldaño más.

Pablo Iglesias en Valladolid en un acto de apoyo al candidato de Unidas Podemos a las elecciones de Castilla y León. | EFE

Los guardianes de la moral pública en España han redoblado las admoniciones contra Vox, partido al que martillean con el apelativo de "ultraderecha" y del que afirman que es racista, fascista, machista y negacionista, todo en uno. Al tiempo, atribuyen a las lacras del PP la irrupción de Vox y le exigen en nombre de las mujeres y los niños primero no ya que se abstenga de pactar con el partido de Ortega Lara sino que renuncie expresamente a cualquier clase de apoyo en todo momento y lugar. Es un hecho verdaderamente curioso que personajes como el presidente de la Generalidad, Pere Aragonès, o el diputado Rufián le digan al PP lo que tiene que hacer. Como si les asistiera una suerte de superioridad ética, a ellos, los golpistas.

El procedimiento está muy extendido. El inevitable Pablo Iglesias, los tertulianos de los medios que vetan a Vox, los principales dirigentes del partido socialista, Pedro Sánchez, obviamente, y hasta los voceras bildutarras se manejan como auténticos inquisidores en relación con Vox, un partido que a diferencia de los independentistas y la extrema izquierda se manifiesta dentro de los márgenes de la Constitución. Y como la culpa de que exista Vox es del PP, a ninguno de todos estos cofrades de la sacrosanta corrección política se le ocurre preguntarse por su propia contribución al fenómeno. A lo mejor les asisten más méritos incluso que a los complejos populares.

El partido en cuestión se consolida como la tercera fuerza política y crece a pesar o gracias a que tanto el PSOE como el PP persisten en despreciar e ignorar a un electorado que está empezando a convertirse en una corriente central de la política española. Cada insulto, cada descalificación, cada crítica y cada mentira vertida contra Vox engordan sus expectativas electorales. Este miércoles ha sido particularmente significativa al respecto la sesión de control al Gobierno, que Sánchez ha aprovechado para no responder a ninguna pregunta y para cargar contra Vox hasta el punto de acusar a Abascal del caso de un individuo de 22 años que ha matado a una niña de 14 por aludir en su intervención a las matemáticas con perspectiva de género. Cuando parece imposible caer más bajo, Sánchez logra descender un peldaño más.

Todas estas clases magistrales de moral y ética vienen de la mano de quienes no iban a pactar jamás con ERC o Bildu pero se han entregado sin miramientos a esos partidos a cambio de un poder que inevitablemente erosiona los fundamentos de la convivencia democrática. Que Sánchez se niegue a responder a las preguntas sobre su manga ancha penitenciaria con los asesinos de ETA o sobre la dependencia energética de España es un ejemplo de ese deterioro. O que en un alarde de maltrato parlamentario le diga a Casado que para lograr su abstención en Castilla y León primero tiene que pedir ayuda, después, explicar las razones por las que la supuesta ultraderecha no puede entrar en los gobiernos y en tercer lugar aclarar si la renuncia a pactar con Vox es para todos los días y en todos los territorios. Palabra de un político sostenido por Unidas Podemos, ERC y Bildu.

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