Hace una semana Libertad Digital fue el primer periódico que pidió explícitamente la dimisión de Teodoro García Egea y Pablo Casado. Siete días después, los acontecimientos se han sucedido a una velocidad de vértigo y no sólo han probado que teníamos razón, sino que uno de los dos responsables del desastre en el que se ha convertido el PP ya se ha visto forzado a dimitir.
Pero el otro no: Pablo Casado sigue siendo presidente de un partido que no le quiere, que ha demostrado que no sabe liderar y que encima atraviesa un momento excepcionalmente difícil.
Sin embargo, pese a la obviedad del fracaso, pese a lo evidente que es que el partido ha llegado a otra fase y que necesita de un liderazgo distinto –completamente distinto, de hecho–, en ausencia de Isabel Díaz Ayuso los barones populares pactaron con Pablo Casado que siga siendo presidente hasta la celebración del congreso extraordinario que tendrá lugar a principios de abril.
Un mes completo en el que el PP seguirá en manos de alguien que ha demostrado su total incapacidad y, sobre todo, su falta absoluta de moralidad: no sólo ordenó o consintió que se espiase a una compañera de partido, sino que luego fue a los medios de comunicación a esparcir graves acusaciones sobre ella sin tener ni la más mínima prueba.
Es probable que los barones populares hayan tomado esta decisión como un mal menor y quizá incluso con una cierta compasión por una persona que se ha visto sobrepasada por las circunstancias, pero las buenas intenciones no convierten los errores en aciertos y Feijóo y los demás han cometido un grave error, esperemos que no definitivo.
No se puede dejar el partido en manos de una persona que es obvio que está desorientada y desesperada; no se puede exponer a la marca electoral al desgaste permanente que supone estar pendiente de las ocurrencias que tendrá o dejará de tener Casado; no se puede prolongar durante cuatro semanas más el espectáculo que tanto daño ha hecho al PP en sólo siete días.
La política no suele ser el espacio adecuado para la compasión, y esperar que alguien que ya ha traicionado tu confianza respete una promesa es una ingenuidad que el PP no puede permitirse. Pablo Casado es un peligro, lo ha demostrado cuando aspiraba a ser presidente del Gobierno y nada hace pensar que deje de serlo ahora que no tiene nada que perder, más bien lo contrario.
Además, si el PP quiere que la opinión pública crea que de verdad se ha dado un cambio de rumbo importante y que de aquí en adelante no se van a tolerar comportamientos tan reprochables como los de Egea y Casado, la transformación debe ser rápida y, sobre todo, inequívoca, sin vacilaciones, sin medias tintas y sin que quede rastro de duda.
El Partido Popular tiene una enorme responsabilidad: ser una de las herramientas que libren a España de Pedro Sánchez, sus socios y sus aliados, no puede permitirse más errores y no debe convertirse en una ONG para políticos sin oficio ni beneficio más allá de la poltrona que, encima, no lo merecen.

