Colabora
Emilio Campmany

Malos tiempos para ser europeo

Putin no está declarando la guerra a Ucrania, se la está declarando a Occidente. 

Algunos, no sé cuántos, creímos que las exigencias de Putin se limitaban a lo que dijo, la neutralización o finlandización de Ucrania. En la práctica, el despliegue de fuerzas en la frontera ya había conseguido ese objetivo, pues tendrían que pasar muchos años antes de que el país eslavo pudiera integrarse en la OTAN o en la Unión Europea sin necesidad de invadirlo. Sin embargo, Putin quiere más. Mucho más. Pero ¿cuánto más? En estas condiciones no hay por qué creer que se parará en la frontera occidental de Ucrania. Y, aunque lo hiciera, al poco exigirá la salida de la OTAN de las repúblicas bálticas y quizá también de Polonia. Sencillamente, Putin no está declarando la guerra a Ucrania, se la está declarando a Occidente.

Podemos limitarnos a contestar con sanciones económicas que tardarán años en producir efecto, si es que llegan a hacerlo, y sólo después de haber dañado gravemente nuestras propias economías. Pero tal contención sólo tendrá sentido si es para tomarnos el tiempo necesario para incrementar nuestras fuerzas tanto como podamos y para que Europa se independice energéticamente de Rusia. Si es cierto como parece que nos quedaremos quietos, debería ser sólo porque hoy no tenemos fuerzas suficientes con las que intervenir y no porque no queramos proteger a Ucrania. Al final, tendremos que enseñar los dientes si queremos que el orden mundial que las democracias instalaron al final de la Guerra Fría sobreviva, y con él nuestras libertades y bienestar.

Y todo esto nos pilla a los españoles con un presidente del Gobierno narcisista que tan sólo ve en esto una ocasión para retratarse con Biden. Encima gobierna en coalición con nuestros comunistas que, tras el "no a la guerra" esconden su deseo de liquidar ese orden con el que quiere acabar Putin. Por no hablar de los independentistas catalanes que le redondean las mayorías y que tanto le deben al sátrapa ruso. Mientras, el principal partido de la oposición está inmerso en una profunda crisis porque a su líder, si es que se le puede llamar así, le dio un ataque de celos y quiso acusar de corrupción sin pruebas y con documentos salidos ilegalmente de la Agencia Tributaria a una compañera de partido.

El momento es crucial y, si a nosotros nos pilla con lo peor de nuestra clase política al frente, en el resto de Europa no están mucho mejor, con un primer ministro inglés que espera tapar sus escándalos con el humo de las bombas rusas; con un presidente de Francia que se está trabajando la reelección a base de fingir una capacidad de intermediación que está lejos de tener; y con un canciller alemán socialista que, además de depender del gas ruso para que sus ciudadanos no pasen frío y sus fábricas puedan seguir funcionando, tiene a un compañero de partido presidiendo la petrolera rusa Rosneft y en el consejo de administración de Gazprom. Malos tiempos para ser europeo.

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