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Pedro de Tena

Elecciones en Andalucía, ¿para hacer qué?

El PSOE dejó a Andalucía en muy mala posición y el Gobierno del "cambio" no ha podido sino esbozar cómo puede salirse de los círculos viciosos del subdesarrollo.

El PSOE dejó a Andalucía en muy mala posición y el Gobierno del "cambio" no ha podido sino esbozar cómo puede salirse de los círculos viciosos del subdesarrollo.
El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno. | Joaquin Corchero / Europa Press

Antes que decidir quiénes van a hacer algo, habrá que decidir qué es lo que hay que hacer y por qué y para qué hay que hacerlo. Para tener claro qué es lo que hay que hacer hay que tener un mapa de la situación en la que Andalucía se encuentra y el punto al que se quiere llegar en un tiempo tasado y determinado. Eso de esperar eternidades es para santos.

Dos realidades son absolutamente contundentes si se piensa en Andalucía. Una es la desgraciada historia de su distancia injustificable de los niveles de bienestar y desarrollo de la media nacional y europea. Otra es el enquistamiento de los hechos consumados por un régimen socialista desde 1982 que lastran de manera notable el ejercicio de una democracia abierta aceptable y homologable a las europeas.

La historia del subdesarrollo andaluz respecto a otras regiones de España, cuyo origen fue precisamente la decisión política de las opciones conservadoras desde el siglo XIX que beneficiaron especialmente a las regiones catalana y vasca de manera casi obscena, es una constante no resuelta.

En uno de los estudios más serios sobre la cuestión se demostró que la situación de retraso de Andalucía y otras regiones como Extremadura, Castilla-La Mancha, Murcia y Canarias dura desde hace, al menos, 120 años. De hecho, el que se considera el mejor indicador de las diferencias provincias y regionales, el índice físico de la calidad de vida (que suma el Índice de Desarrollo Humano al índice de renta per cápita), muestra a las claras cómo Andalucía, entre las citadas, lleva más de cien años a la cola de España.

Lamentablemente, porque las esperanzas depositadas fueron muchas, la gestión del PSOE, mayoritario junto con comunistas y andalucistas durante casi 40 años, tanto en la Junta de Andalucía como en la mayoría de diputaciones y municipios, no logró resolver este gravísimo problema de la sociedad andaluza expresado en renta, educación y paro. Es más, está por explicarse cómo tras haber recibido más de 100.000 millones de euros extras –casi tres presupuestos anuales de la Junta– de Europa y muchos millones de la solidaridad nacional, el resultado seguía siendo en 2018 de estancamiento en la convergencia con las medias nacionales y europeas de bienestar.

El PSOE dejó a Andalucía en muy mala posición y el Gobierno del "cambio", con pandemias y crisis, no ha podido sino esbozar cómo puede salirse de los círculos viciosos del subdesarrollo destacados por Antonio Burgos hace décadas, pero no se ha atrevido. No ha expuesto abiertamente una ruta de reformas en profundidad que hagan del sur de España lo que puede y merece ser: una zona puntera en riqueza y oportunidades.

Igualmente lamentable, aquel PSOE esperanzador del cambio y la "honradez" dio paso a un PSOE ocupador de instituciones, dineros y libertades, haciendo de la Junta de Andalucía un poder desmotivador y controlador de la sociedad andaluza en su conjunto. Uno de cada cuatro euros que circulan entre los andaluces sale de la Junta. Todo desde la Junta. Nada sin la Junta: ni empresas, ni empleos, ni administración, ni ley, ni educación ni nada. En vez de impulsar un desarrollo democrático abierto que estimulara no sólo la autonomía regional y municipal sino las autonomías empresariales, familiares y personales, se esforzó en tejer una espesa tela de araña para maniatar la alternancia política durante décadas.

Desde radios a televisiones, desde cajas de ahorros a subvenciones o publicidad institucional, desde adjudicaciones a colocaciones y enchufes, desde dirigismos e imposiciones culturales a marginación de la disidencia, todo fue dirigido a consolidar un régimen donde el que se moviera no saliera en la foto, profecía cumplida de Alfonso Guerra. La consecuencia fue un estallido tras otro de gravísimos casos de corrupción desde la década de los 80, que alcanzarán su máximo exponente con la próxima sentencia de los ERE, que puede llevar a un expresidente de la Junta y del PSOE a prisión y a un buen grupo de sus responsables a la cofradía de los poseedores de antecedentes penales.

Ambas metas se ven altamente inalcanzables para un PSOE andaluz que no ha hecho jamás autocrítica alguna sobre lo ocurrido y por un PSOE nacional que está en manos de los nacionalismos xenófobos que succionan el dinero y las oportunidades del resto de las regiones. Si a ello se une que el candidato socialista es el peor de toda la historia autonómica, con flancos débiles personales y sin tirón, parece razonable pensar que la izquierda andaluza – lo del comunismo andaluz es esperpéntico y sigue a la baja– no va a tener oportunidades en estas elecciones.

El futuro de Andalucía y su reconducción hacia el bienestar, el desarrollo y el disfrute de todas las libertades que la democracia exige, consecuentemente, va a estar en manos de lo que se conoce como centro-derecha, formado por PP y Vox tras el fracaso nacional estrepitoso de Ciudadanos. Es más, buena parte del futuro de la nación española va a depender de que Andalucía consiga una estatura económica, social, política, cultural y ética tan respetable que impida el anonadamiento de España por sus enemigos.

Algo de una grandeza tan evidente no puede estar condicionado por complejos, por cobardías o por personalismos. Lo que se ha visto en estos tres años de "cambio" es que se han mejorado algunos mecanismos de gestión y se han aliviado algunas discriminaciones pero tan tímidamente que los resultados han sido decepcionantes. Cada día que Andalucía despierta, el dinosaurio del retraso socioeconómico sigue aquí y el régimen de privilegios e irregularidades erigido por el PSOE persiste casi intacto. Véase por ejemplo Canal Sur, el destrozo causado a la Administración Pública y la persistencia de las leyes ideológicas de género o memoria histórica.

Las encuestas indican que puede ganar el PP y obtener, siempre gracias a Vox y al muerto viviente de Ciudadanos, una amplísima mayoría absoluta que podría llegar hasta los tres quintos del Parlamento, mayoría cualificada de 66 escaños, lo que permitiría afrontar reformas de calado en todos los campos necesarios. Si además se diera el caso de que lograra llegarse a 72 diputados, algo no imposible si las candidaturas entusiasmasen, se alcanzarían los dos tercios, la cima de todas las mayorías. Si se quiere cambiar de verdad Andalucía, estos deben ser los empeños principales con una estrategia decidida y apasionada.

Lo de quiénes o quiénas sean las figuras del cartel sería de lo menos. Juan Manuel Moreno, un hombre de Rajoy, no es nada amigo de Vox ni de los cambios de fondo. Fíjense cómo ha mareado la perdiz de las elecciones, algo sencillito. De Juan Marín, si es que sobrevive, sólo podemos esperar que malmeta con Vox y acabe en el PP. Y los de Abascal, que llevaban pidiendo elecciones un año, resulta que, en el momento de la verdad, no han tenido una candidatura decidida tras hacer creer que iba a ser Macarena Olona, algo que han corregido por fin ante la presión de sus votantes.

Perdonen, pero es difícil esperar que unos y otros vayan a estar a la altura de estas circunstancias únicas que se les brindan a los andaluces para escapar de un destino inmerecido. Nada me gustaría más que equivocarme.

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