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Cristina Losada

El destierro de Juan Carlos

La cuestión escandalosa del momento es que Juan Carlos I viene a España a pasar unos días, cuando lo que hay que preguntarse es por qué se fue. 

Juan Carlos I, a su llegada a Sangenjo. | EFE

La cuestión escandalosa del momento es que Juan Carlos I viene a España a pasar unos días, cuando lo que hay que preguntarse es por qué se fue. No la pregunta sobre los motivos, sino la pregunta sobre las ventajas de la decisión que se tomó. Porque parece evidente que marchó a su destierro, que es lo que viene siendo, por considerarse que era mejor tenerlo fuera que mantenerlo aquí aguantando a pie firme las investigaciones y penas de telediario de rigor. Y no tanto para ahorrarle el trago al Emérito como para ahorrarle las salpicaduras a "la institución". Con ese andamiaje, con la institución por delante, se tomó una decisión equivocada. Una de esas decisiones políticas que anteponen el alivio inmediato al duradero y no hacen previsión para el día después.

Por alejar el problema en lugar de sobrellevarlo tenemos ahora el mismo problema o uno mayor. Por alejarlo se truncó un proceso que habría sido penoso y difícil, pero que podía concluir como concluyen, pasado el paroxismo, todos los asuntos escandalosos. En vez del camino largo, se tomó el atajo. En vez de dejar que el fuego se extinguiera, se echó un balde de agua sobre las llamas. Quedaron las brasas, y las brasas del escándalo, huelga decirlo, se avivan fácilmente. Se avivarán cada vez que el Emérito regrese a su país. Porque su regreso será rareza y noticia. ¿O se pensó que iba a quedarse el resto de su vida fuera? En cualquier caso, ¿qué pinta Juan Carlos en Abu Dabi?

Si cuando se fue se le acusó de huir, ahora se le acusa de volver. No hay mucha lógica, pero en la izquierda radical lo único que quieren decir es que la Monarquía es muy mala. Que es mala haga lo que haga. Aprovechan, eso sí, la ocasión y dicen que está diseñada para delinquir, igual que antes decían que lo diseñado para delinquir era el sistema político. Antes. Desde que forman parte del sistema se les oye menos aquello de la casta. Menos o nada. Pero ni siquiera aprovechan la oportunidad hasta el final. No arremeten contra la corrupción política general, ni insertan lo del Emérito en el contexto. Ya no interesa. Su rechazo de la Monarquía parlamentaria no procede de una santa indignación por conductas reprobables del que fue Rey hasta 2014. Procede de su rechazo, rotundo y total, de la transición española.

En la izquierda radical todo esto es lo esperable. Nada nuevo bajo el sol. Más extraños son los argumentos que, finos como el papel de fumar pero mucho más opacos, exponen razones éticas contra el regreso del Emérito y no se atreven a llevarlos hasta su consecuencia práctica, que no es otra que someterlo al destierro para siempre. Como en los viejos tiempos. ¡Y le reprochan a la Monarquía que sea anacrónica!

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