
He seguido con atención el debate sobre el Estado de la Nación. Quiero decir que lo he seguido en el bar, con una televisión sin sonido, y medio centenar de botellines puestos en fila y danzando la conga. No me ha hecho falta ni leer las crónicas después, porque Manolo, sabio parroquiano coruñés, acodado en la barra, me hizo spoiler nada más comenzar tan institucional momento: "¿El estado de la nación? Jodido". Sabiduría popular.
Hay muchas formas de arruinar el país en tiempo récord. Sánchez es el primer presidente de la democracia que las elige todas a la vez. La vía económica está bien encaminada. Todas las medidas para frenar la inflación, elevan la inflación. Todos los impuestos para paliar la crisis, avivan la crisis. Todos los planes de estímulo para reactivar la economía, desactivan la economía.
Es un plan realmente brillante. Incluso para ser un completo inútil hace falta cierto talento y el tándem Sánchez-Calviño ha resultado ser un diamante en bruto, en muy bruto, en brutísimo. El contexto global no podía acoger mejor a tan insignes gobernantes, porque cada día parece confirmarse lo que dejó escrito Gómez Dávila: "El hecho clave de este siglo es la explosión demográfica de las ideas bobas".
A la hora de la demolición, nada puede quedar al albur. Lo importante es que todo salga mal. El enloquecido ministerio de la Montero, aún de resaca pijo-neoyorquina, se ocupará de minar la moral de la sociedad con leyes aberrantes que tendrán graves consecuencias para la salud mental de miles de personas en un plazo no demasiado largo. La ministra del paro, por su parte, seguirá aplicando recetas comunistas a lo suyo, para asegurarse de que, en lo que de ella depende, ni el país ni la salud mental de los ciudadanos pueda levantar cabeza. En sus ratos libres, suma; es decir, se hace selfies con malas compañías.
Por lo demás, Sánchez ha afrontado personalmente la famosa degeneración democrática, metiendo el hocico en todas las instituciones, para corromperlas. Y en el colmo de la ambición por ver saltar el orden y la prosperidad por los aires, porque cree que así tendrá diez minutos más de Falcon, ha aprobado la sectaria Ley de Memoria Democrática aplicando cordón detonante y 500 kilos de amonal sobre la reconciliación nacional, en un nuevo intento por menear la momia de Franco y reactivar así la maldición que pesa sobre España desde que decidió ponerse a jugar a los forenses.
De modo que el otoño será un frío invierno en España. Los comunistas han convencido a Sánchez de que solo la miseria puede perpetuar el socialismo. Porque así se ha hecho siempre en América Latina, que es el modelo a seguir por las Yolandas, las Irenes, y demás admiradores de Chávez, quien parece haberse exhibido de nuevo en forma de pajarito en el Congreso de Ministros para dictar la política económica y social de España, tras el último atracón de alpiste compartido con Maduro en Miraflores.
Se equivoca Feijóo en su papel de moderado gestor y hombre de Estado. Él no llegó al poder en Galicia desde la oposición interpretando ese absurdo papel mientras la izquierda y los independentistas sumían a toda la comunidad autónoma en el caos y la corrupción. Si entonces ganó es porque ejerció la oposición, no la danza del vientre. Al sanchismo —doctrina política de la inexistencia— no se le puede salvar, ni reconducir, ni tratar de distraer con seductores bailes orientales. Al sanchismo se le debe combatir.
Cuando alguien está dinamitando tu país, no puedes salir tan tranquilo en televisión y comentar "ummm… parece que las cosas no van tan bien como a todos nos gustaría", arqueando ligerísimamente las cejas, sino que, en caso de querer ahorrarse exabruptos por otra parte justificados, lo pertinente será entonar "váyase señor Sánchez" un día y otro, hasta que la coletilla se convierta, como logró Aznar, en todo un grito generacional, los chicos los lleven impreso en la gorra, los pubs regalen llaveros con el cántico, las niñas se hagan camisetas fluorescentes con el lema, los jubilados lo exhiban en las sombrillas de playa, y los horteras se lo tatúen en la única cacha que les queda libre.
Al final, no está bien tener siempre a Vox haciendo el trabajo sucio. En el tour y en casi todo en la vida, la audiencia desprecia al líder que va a rueda de otro escapado durante toda la etapa, sin dar ni un solo relevo, y ataca cuando falta solo un kilómetro. Y además, España necesita que Sánchez se largue antes de acabar la etapa. Y es como el amigo coñazo que se te apalanca en el sofá de casa hasta la madrugada: no se va a ir si nadie lo echa.
